La vida es bella (si aceptamos la mentira)

David Moschini
Vestigium
Published in
9 min readJun 16, 2023
Roberto Benigni y Giorgio Cantarini en el set de rodaje de La Vida Es Bella (1997)
El cine es una gran mentira. Una de las más bellas.

Cuando mis padres volvían de una compra rutinaria en el año 97, no se imaginaban el horror que encontrarían al llegar a casa. Un río de sangre inundaba un suelo cubierto de cuerpos decapitados de osos, cebras y dinosaurios. También había brazos, piernas y alas por doquier, mutilados ante la mirada asesina de un hombre con una capa en su espalda y una espada en su mano. Parece el inicio de un cuento de terror, sí, y así lo veía yo en mi cabeza con la edad de cuatro años.

Mi madre, por otro lado, tuvo una visión más realista de la escena. Un océano de fibra de poliéster se extendía ante sus pies mientras dejaba las bolsas de la compra en el suelo, espantada al ver todos esos peluches que me habían regalado durante años en un estado de destrozo que los condenaba a la basura. En medio del salón, su hijo sostenía una espada de plástico en una mano y arrastraba las sábanas de su cama por todo el suelo, usándolas como una especie de capa.

Amaba destruir peluches. No por el acto en sí, sino para aportar realismo a las historias de guerreros y superhéroes que montaba en mi cabeza. Pero mis padres entendieron que era una situación insostenible, y debían detener la masacre para salvar a los pocos animales acolchados que seguían con vida. A partir de aquí tenían dos caminos: quitarme los peluches, lo que hubiera significado una insoportable catarata de reproches, o convencerme de dejar de hacerlo mediante el uso de la razón, una empresa apenas más complicada que resolver el conflicto entre Israel y Palestina. Optaron por inventarse un tercer camino: mentirme.

No fue la primera mentira que me contaron mis padres, ni la más gorda, pero sí la más ingeniosa. Ayudados por una breve introducción a los muñecos vudú, me convencieron de que los peluches funcionaban de la misma manera. Es decir, que cada uno era el reflejo de un animal real, por lo que debía cuidarlo para que ese animal esté a salvo. En ese momento, pregunté horrorizado si yo había sido el causante de la decapitación de pingüinos y osos con mi juego del día anterior, a lo que respondieron que no me preocupe por eso, ellos ya habían hecho un par de llamadas para solucionarlo. Una improvisación poco ingeniosa y apurada que compré de inmediato, porque… ¿por qué iban a mentirme mis padres?

La cuestión es que funcionó. Desde ese momento, cada peluche en mi hogar no sólo dejó de formar parte del reparto antagónico de mis historias, sino que pasaron a ser tratados con el cuidado propio de un balneario de lujo, enseñándoles a mis padres una lección muy valiosa: las mentiras no siempre son malas. Eso mismo aprendería yo unos años más tarde, cuando me quedé a dormir en casa de mis abuelos y alquilamos una película italiana que había ganado una cantidad inconmensurable de premios: La Vida Es Bella.

Siempre digo que una película es tan grande como la cantidad de visionados que necesitas para recorrer todos sus rincones. Y, en este aspecto, esta película es enorme. Sin embargo, no voy a dedicarme a hablar de su tesis política, su sátira afinada y perfectamente extrapolable a la época en la que vivimos o sus aspectos técnicos que ya han sido analizados (y premiados) en múltiples ocasiones. Voy a dedicarle estas letras a lo primero que me llamó la atención de su argumento: la defensa de la mentira.

Si hay algo que asumimos sin rechistar desde pequeños es que las mentiras son malas. “Los niños no mienten” se suele decir (y los borrachos tampoco), porque tienen asumido que hacerlo tiene consecuencias, como pegar a alguien o romper un objeto valioso. Quiero explicarme brevemente sobre este aspecto, no digo que la mentira sea substancialmente buena, pero de la misma manera que un veneno puede ser utilizado medicinalmente para curar, una mentira puede ser el mal menor que nos ayude a superar una realidad insoportable.

Procedo a refrescar La Vida Es Bella (La Vita È Bella, 1997) para quienes la tengan un poco oxidada. Aunque de más está decir que, si no la has visto, este artículo puede contener spoilers, y no quiero ser yo quien te arruine el primer visionado de una obra tan fantástica, ¡así que corre a verla!

Guido (Roberto Benigni) es un buscavidas de un pequeño pueblo italiano. Un día conoce a Dora (Nicoletta Braschi), a quien conquista haciéndole vivir situaciones propias de un cuento de hadas. Acaban casándose y teniendo un hijo al que llaman Giosué (Giorgio Cantarini), y este podría ser el final feliz de una comedia romántica, pero en un país en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, sólo es el inicio de una pesadilla para esta pequeña familia judía.

Los tres acaban en un campo de concentración, entregados a su suerte en lo que parece ser una muerte casi segura. Sin embargo, Guido no ha formado la familia de sus sueños para entregarla a la desesperanza tan fácilmente, así que decide hacer la realidad menos insoportable para su hijo, inventándose una gran mentira: que han sido seleccionados para un gran concurso nacional donde el premio es un gran tanque de guerra (el sueño de Giosué es ver uno en persona). De esta manera, la experiencia del campo de concentración se transforma en un parque temático lleno de pruebas a los ojos de Guido, donde deberá ganar puntos para conseguir su gran recompensa.

Durante toda la película, Guido miente, pero no es un mentiroso. El personaje enseña en todo momento sus intenciones al espectador y al personaje con el que comparte escena. Cuando se encuentra a Dora por primera vez, le dice que es un príncipe en busca de su princesa, una mentira que no tiene ningún tipo de sentido viniendo de alguien desarrapado y cubierto de tierra. Por eso Dora ríe (y el espectador también), conscientes de que todo es una pantomima, un montaje burdo para reírse de su situación.

Las mentiras son reiteradas, desde su presentación de personaje hasta el final del mismo. Se hace pasar por príncipe, por ministro de Roma y por traductor. Lo hace para conseguir al amor de su vida, pero también para salvar a su hijo. La película nunca presenta una catarsis del personaje donde descubre que la mentira es mala y se promete a ser más honesto. Todo lo contrario, se ve obligado a ser el mayor mentiroso de la historia para convertir un lugar de pesadilla en un sueño infantil de parque de atracciones. ¿Por qué la capacidad de mentir, a priori negativa, fue escogida por los guionistas como algo positivo para su protagonista? ¿En qué momento pensaron que el público iba a aceptar eso?

En el mismo año que llegó La Vida Es Bella a las salas, también lo hizo otra película de gran éxito protagonizada por un mentiroso total: Liar Liar, con Jim Carrey. En ella, un abogado sin escrúpulos (el bueno de Jim está en su salsa interpretándolo), nunca para de mentir hasta en las situaciones más tribales. Sin embargo, mientras que en Liar Liar se presenta a la mentira como un virus capaz de destruir a una familia, en la película italiana es todo lo contrario. Y en ambas, los espectadores salen conformes con la tesis de la película. ¿Una contradicción? Para nada. Como siempre, en la historia del cine, es un tema de enfoque y contexto.

Vayamos al quid de la cuestión. No es lo mismo que te mienta un abogado (Liar Liar) o que te mienta un pobre hombre condenado a morir (La Vida Es Bella). El primero está subordinado a una tarea legal de la que depende el correcto funcionamiento de su sociedad y su país, mientras que el segundo es víctima de ambos. El personaje de Jim Carrey miente de una manera viciada, desde el egoísmo y haciendo daño a terceros, incomodando hasta al espectador. El personaje de Roberto Benigni es cómplice con el espectador, no esconde sus intenciones, sino que las disfraza, y nos permite saborear el éxito con él, sin hacer daño a terceros. Porque las mentiras son sólo palabras y las palabras pueden herir, pero también enamorar, encantar y llevarnos a mundos de ensueño. Por eso celebramos la picaresca del pobre, pero castigamos el engaño del poderoso.

Estoy convencido que los guionistas Vincenzo Cerami y Roberto Benigni eran muy conscientes de que debía ser un paria social quien protagonizara esta historia. Un hombre que no tiene nada, alguien que no estaba destinado a ser el héroe de una película. Una persona a la que sólo le queda la mentira.

Guido (Roberto Benigni) y Dora (Nicoletta Braschi) la noche que se enamoran.

Hay veces que no podemos explicar la realidad, nos supera. Sus entresijos y juegos de azar nos pasan por encima y nos hacen a un lado, obligándonos a observar cómo la vida pasa sin que se nos escuche, sin apenas poder formar parte de ella. Pero la mentira es nuestra, la creamos nosotros, nos pertenece y podemos moldearla a nuestro antojo. Hay una escena de la emotiva En Busca De La Felicidad (The Pursuit Of Happyness, 2006) donde el personaje de Will Smith tiene que pasar una noche en una estación de metro junto a su hijo pequeño. Ya no les queda otro lugar donde ir, ni dinero para pagar una habitación de mala muerte, y el subterráneo parece la única opción viable. De la misma manera que Guido transforma un campo de concentración en una divertida prueba, Chris Gardner (Will Smith) convence a su hijo pequeño que el lugar está lleno de dinosaurios y deben esconderse en el baño hasta que todo pase. Ambos mienten para evitar que sus hijos se enfrenten a una realidad mísera. Evitarlo es una victoria para ellos, es mirar al mundo que los quiere hundidos y humillados y decirle que se joda.

En Good Bye Lenin! (2003), una pobre familia del este de Berlín mantiene a su madre encerrada en su habitación para evitar que descubra que el muro ha caído y, con él, la Unión Soviética, una realidad que podría provocarle un infarto a su corazón leninista. No sólo estamos del lado de esa familia y apoyamos su gran mentira para salvar la vida de su madre, también lo hacemos porque los hemos visto perder, tocar fondo, y queremos que saboreen una pequeña victoria. Porque si sale bien para ellos, algún día saldrá bien para nosotros, ¿no es así? ¿No es acaso el cine un motor de esperanzas?

Vivimos en un mundo donde la derrota es la constante. Un mundo plagado de injusticias, de esfuerzos innecesarios, de sacrificios y derrotas. Cada día, volvemos a casa con un sabor amargo, con la sensación de que la vida se escurre entre nuestros dedos como arena fina y vuela con el viento para nunca más volver. Los protagonistas de nuestras películas también parten del mismo casillero, pero acaban ganando y nos hacen creer que todo es posible. Es una mentira. El cine es una gran mentira. Una de las más bellas.

Y es que la mentira no siempre es mentira. A veces escapa a su naturaleza, esquiva a su destino y se transforma en una gran verdad. Mi yo de cuatro años vivía engañado con sus peluches, pero era una mentira que moldeaba cada acción de mi día a día, que había conseguido colarse por las rendijas de la realidad y transformarla. De la misma manera, Giosué nunca supo el horror que vivía y pudo tener una infancia normal, además de recibir su tanque de guerra al final de la película. Las mentiras son palabras y las palabras pueden herir, sí, pero también crear. Crear una realidad donde podemos ganar, donde podemos sentir que todo gira a nuestro alrededor y gritar victoria.

Giosué (Giorgio Cantarini) frente a un tanque de guerra americano al final de la película.

La Vida Es Bella nos enseña muchas cosas, pero, sobre todo, nos enseña que no pasa nada por mentir(nos) y abrazar la felicidad en un mundo que constantemente lucha por quitárnosla. Porque se puede ser mentiroso, pero nunca un hipócrita, algo que deja bien claro la película con el personaje del Doctor Lessing, que fingía ser el amigo de Guido, pero nunca hizo nada por ayudarlo ni a él ni a su familia.

Vincenzo Cerami y Roberto Benigni entienden la cobardía y la hipocresía como bajezas morales mucho más graves que una simple mentira. Y es ahí donde radica el triunfo de esta maravillosa película, en la verdad.

*Hay una serie de películas donde vemos un uso positivo de la mentira como impulsora de la felicidad. A continuación, os dejo una lista de mis favoritas:

-While You Were Sleeping (1995) — USA

-La Vita È Bella (1996) — Italia

-El Hijo de la Novia (2001) — Argentina

-Good Bye Lenin! (2003) — Alemania

-Dear Frankie (2004) — Reino Unido

-Whisky (2004) — Uruguay

-No se aceptan devoluciones (2013) — México

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