Las catastróficas consecuencias de publicar bajo tu nombre
Un día publiqué algo en Instagram. Una frase profunda, bajo mi nombre real. Bueno, admito que quizás se fue un poco de madre. La frase era “Me gustaría decir que estoy de puta madre. Pero no”. Para más inri, la puse el día de Reyes, donde todo el mundo se supone que está feliz con su familia, pero no: en realidad están tirados en el sofá de sus abuelos, scrolleando por Instagram.
¿Qué tiene de malo esta frase? ¡De este palo las escribo aquí todos los días! Pues me llovieron los “¿estás bien?” y los privados. La única que pasó de mí fue Karen, que acostumbrada a leerme por aquí, sabe que ese es el pan nuestro de todos los días. Gracias Karen por pasar de mí (sin ironía), eres la única que me conoce de verdad.
Escribir con pseudonimo da mucha libertad. La de quedar hoy con un chico y publicar que me parece imbécil. O decir que me enrollé con dos en un día y tan contenta. Bajo mi nombre siento que tengo que guardar las apariencias. Delante de mi jefe que me sigue en Instagram, delante de esos amigos no tan amigos que me siguen en Instagram, ¡delante de los amigos de mis padres que me siguen en Instagram! Pero a la vez siento que me estoy perdiendo algo. Una parte de mí que me gustaría mostrar a todos para decir “mira, esta soy yo. ¡Hoy se me ha atragantado el roscón, pero mañana te haré reír con alguna tontería!”.
Por eso no me queda otra que abrirme una cuenta de Instagram como Jimena. Para mis frases cortas (que se me ocurren un huevo cada día), para updates, para poder ser yo misma, para ser libremente sensible ante el mundo virtual.
O quizás es que cada día soy un poco más Jimena, y un poco menos quien era antes. Y cuando la transformación sea completa y absoluta, podré dejar de ser quien fui. Dejar de usar la antigua piel y convertirme en quien quiero ser.