Las reuniones
La reunión era como siempre a horas dignas de personas sin vida social ni personal, a las ocho de la noche. Los destinatarios eran los sospechosos habituales, los que dejaban de lado leer un buen libro, una mejor conversación o incluso un momento de paseo sin prisas ni dirección a cambio de subir un poco más en el escalafón del poder, de emular a Ícaro y acercarse más al sol.
Cuando el edificio no era más que oscuridad interrumpida por los ordenadores de becarios con ganas de perder su alma, se escuchaban los pasos firmes y seguros que se dirigían a la sala de reuniones, eran cinco cuerpos y cero los principios elegidos para ser los siguientes que llevaran las riendas de la humanidad en el Club, como ellos llamaban a su asociación.
Uno tras otro fueron ocupando sus asientos hasta que por fin entró el macho alfa, el líder, al que todos querían — no emular — sino quitarle el puesto, su prestigio, sus tarjetas, sus ingresos y su estilo de vida. Esto no eran negocios, era personal, era una guerra sin cuartel a base de políticas, medias verdades y falta de escrúpulos.
La pantalla de setenta pulgadas se encendió con una frase clara y concisa: reducir el coste de las pensiones, y el director dijo en voz alta: no hay límites, ¿ideas? Todos permanecieron callados, mirándose unos a otros. Era un reto importante y encontrar la solución era un pasaporte fijo a la cima, además estaba el factor de no tener límites. Todos barruntaban las primeras ideas y los argumentos que usarían hasta que la voz sonó de nuevo y comenzó a preguntar en orden.
Y poco a poco comenzaron a escribirse las ideas en la pizarra que estaba en lado opuesto de la pantalla, no había ideas descabelladas a juzgar por el contenido.
— Provocar una nueva guerra mundial.
— Diseñar un virus para la tercera edad.
— Incrementar los impuestos
— Fomentar la eutanasia activa.
— Incrementar la inmigración.
— Eugenesia a partir de la jubilación.
— Retrasar la jubilación hasta que coincida con la esperanza de vida.
A cada nueva idea que se apuntaba, una pequeña parte de su alma desaparecía, convirtiéndose cada vez más en los Nazgul que en su día imaginó Tolkien mientras la muerte recorría las trincheras del frente francés.
Al cabo de una hora decidieron hacer una pausa para estirar las piernas. Llamarían a un rider para que les trajera algo de comer de alguna black kitchen, los escrúpulos o la falta de los mismos había que demostrarlos en cualquier momento. La opción en vez de bajar al restaurante de abajo y pedir algo que pudieran llevar ellos mismos estaba dos escalas por debajo que la de llamar a un autónomo mal pagado para que fuera a comprar algo en una cocina no registrada y con condiciones laborales dignas del medievo.
En la sala, se dedicaron a mirar lo apuntado en la pared y tomar notas para atacar las ideas que no eran suyas, no por ser mejores o peores, sino por ser ajenas y por lo tanto, poco factibles de llevarse el crédito. Algunos, los más carentes de órganos que impulsan la sangre través de todo el cuerpo humano, también sopesaban cómo hacer pasar por propias ideas que no eran suyas si consideraban que eran dignas de ser seleccionadas.
El club solo apostaba a caballo ganador y si era necesario, no amañaba la carrera, eliminaba la competencia.
Con estos mimbres se iniciaron las discusiones. Una de las primeras ideas que se discutieron fue la de iniciar una tercera guerra mundial, pero se veía que con las condiciones actuales era complicado, todos vivían en entornos hiperrelacionados como la Unión Europea, merco sur y otros tantos contextos internacionales. Esta era solo factible si se conseguía aislar cada país de su entorno y lanzarlo a guerras contra rivales que ellos mismos podrían inventar. Como esta aproximación les interesaba para otros temas, la marcaron para subvencionar los movimientos nacionalistas, ordenando a los medios y periodistas afines a dar cobertura mediática a estos objetivos.
Otra que estaba recabando muchos apoyos era la eutanasia, solo se necesitaba darle el toque necesario, buscar un caso que fuera lo suficientemente sentimental para introducir la ley y a partir de aquí poder forzar el suicidio asistido a todo tipo de personas. Obviamente habría que trabajarse a los médicos para que casi cualquier tipo de enfermedad de larga duración fuera candidata, y obviamente, el criterio debería de ser el de los médicos que ellos mismos seleccionarían.
Idea por idea se fue conformando un mapa de acciones que estaba encaminado a eliminar el coste de las personas que ya no trabajaban, fueran mayores, menores o adolescentes. Y todo por un sencillo motivo, los miembros del club veían que la presión financiera de todo este tipo de personas podía poner en peligro su forma de vida. Año con año las diferencias eran tan grandes entre ellos y el resto del mundo que incluso con todos los medios en su bolsillo la gente comenzaba a hacer preguntas, ¿porqué yo no tengo nada y otros tanto?, ¿porqué un alto directivo — y la plebe no sabe que es del club — cobra más de mil veces más que un empleado medio?
Los tiempos modernos necesitaban soluciones antiguas, cortar el césped por debajo de los pies de la gente que les hacía ricos era algo que llevaban haciendo desde los tiempos en que convencieron a Herodes que se lavara las manos. Habían sido capaces de asesinar al hijo de Dios, qué no harían con el resto de mortales. Es más, habían comprado a los doce y les habían chantajeado hasta tal punto que entre lo que dijo Jesús y lo que los apóstoles dejaron por escrito se parecen como un culo a una castaña. Claro que ahora los doce se convirtieron en miembros del club, y eso une mucho.
Y ahora nadie cree en Dios, en su momento fue una excusa muy útil para imponer sus creencias, porque detrás de cada Dios siempre hay un miembro del club dispuesto a sacar beneficio. Si la fe siguiera en alza, podríamos usarla para crear una nueva caza de brujas — pero la sociedad ahora no aguantaría un baño de sangre.
A la una de la madrugada la luz de la sala de reunión se apagó y con ello se selló el destino de un quince por ciento de la población sin que nadie haga preguntas, nadie investigue, solo cosas que ocurren de forma misteriosa, como la crisis económica.