Los diarios secretos de Ludwig Wittgenstein
Un patricio cultivado, hijo de una rica familia austriaca dedicada a la industria del acero y el carbón, por ese entonces estudiante de filosofía en Cambridge, se enrola voluntariamente en el ejército alemán al estallar la Primera Guerra Mundial. Su nombre era Ludwig Wittgenstein y tenía veinticinco años.
La leyenda cuenta que una mañana sir Bertrand Rusell le había abierto la puerta de su despacho a un muchachito desgarbado que, antes que saludarlo, en un inglés con fuerte acento germánico, le preguntó a bocajarro:
— He venido a que me diga usted si soy un tarado o soy un genio.
— My dear, I don’t know — respondió Russell: no lo sé, querido — ¿Por qué me lo preguntas?
— Porque si soy un idiota estudiaré aeronáutica. Pero si soy un genio me dedicaré a la filosofía.
Enseguida, Wittgenstein le entregó las notas con las que había venido siguiendo el trabajo de matemáticos y filósofos del lenguaje como Glottob Frege, George Moore, y el mismo Russell. Russell leería las notas y aunque no le dijo nunca que era un genio («Al principio — escribe Russell en sus memorias — me preguntaba si tenía por delante a un genio o a un tarado, pero muy pronto adopté la primera de las hipótesis»), en aquel momento se lo deja entrever: