Mala fama

Iván Becerra De La Portilla
Vestigium
Published in
2 min readAug 23, 2020

Estábamos desnudos en un lugar hostil que la noche proveía, o bueno, eso dictaba la disforia después de dos pipazos de basura. Como siempre, no teníamos a donde ir, pero esta vez, ya-no-teníamos-a-donde-ir porque hasta la misma calle dejó de hospedarnos. La soledad nos había abandonado, por eso |estábamos| (así, en la primera persona imperfecta del plural) porque dejamos de conocer lo individual de nuestra realidad inmediata para entregarnos a nuestras almas, nuestros cuerpos y nuestro tarro de pegante.

Lo único sano que sabíamos hacer era coger y putearnos, en nuestros mejores días recitábamos de memoria versos de Pedro Lemebel. Éramos los seres más hermosos del Eje Ambiental y tal vez de toda Bogotá y seguramente que de todo Nariño, de donde nos expulsaron por maricas. Nuestra belleza superaba a la del hermafrodita del segundo canto de Lautréamont y nuestro modus vivendi era un obsequio del mismo Diógenes el Cínico. Pero bueno, nuestra condena consistía en la imposibilidad de ausentarnos el uno del otro. La vida nos castigó uniéndonos para siempre, sin quererlo, aislándonos de las otredades, y entonces para quienes debíamos estar vivos estábamos muertos, y para quienes debíamos estar muertos éramos una plaga con los días contados.

Y en efecto, fue la última noche que estuvimos desnudos, drogados y juntos. Antes de que lo mataran, descubrimos que la distracción ya había hecho metástasis en lo poco que quedaba de nuestro cuerpo de amantes; ya no había amor. Pablo me dijo: “vos y yo conocemos una playa sin mar, sin arena y sin sol, unos besos tibios que nunca encontraron reposo en nuestros labios y un sexo enfermo que al menos nos hizo sentir frío”.

Dicen que lo mató la Mala fama. Nunca supe si era el sobrenombre de un dealer al que le debía mucho si había vuelto la Limpieza Social.

--

--