Te tengo que decir una cosa y no sé cómo te lo vas a tomar. ¿Alguna vez te han dicho que te pareces a Natalie Portman? Eso, para empezar.
Me gusta tu ánimo, tu sonrisa, esa marca que tienes en la mejilla, derecha. Tu coleta mal hecha, y ese deje al hablar. Que te hace cercana, tan humana, tan fácil de escuchar.
Me gusta de ti que te pones retos. Que te has roto todos los huesos. Porque te gustan los excesos. De adrenalina, de vida, de sentirte viva. Que te gusta superarte, crecer, enfrentarte. Y dejarte llevar, por esa intuición que te guía.
Admiro tu cabezonería ¿Es tu forma de ser? Eso, para continuar.
Me gusta de ti la pasión que desprendes por tu profesión. Que es constructiva. Que es instructiva. Que tiene algo de adictiva. Que hace sentir, a quien está en tus manos, que todo tiene remedio, que todo se va a curar.
Y me gusta lo lleno de cosas que está tu día a día. De amigos, de aventuras, de idas y venidas. Que para ti eso es lo importante. Que es tu motor, lo que te hace salir adelante. Que lo organizas, lo montas, lo conviertes, lo resuelves. Y lo vuelves en otra muesca de la que enorgullecerte, otra historia que contar.
Te miro y me pregunto qué mucho más pasará por esa cabecita, qué mucho más empujará ese corazón tan grande, tan grande, que me apetece abrazarle y susurrarle que, por un segundo, baje el ritmo. Que, por una vez, deje de cuidar. Y que, por siempre, también se deje besar.
Eso, para acabar.
Este poema se lo dediqué al amor de mi fisioterapeuta, después de que me curase el pie, nos hiciésemos amigas y me enamorase un pelín de ella.
Claro, que nunca le dije todo esto.