Notas de medianoche

Uriel Cortes
Vestigium
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3 min readApr 24, 2019

Una ligera brisa acarició sus hombros, logrando que aquella pálida piel reaccionara y se erizara. Ese par de ojos negros se abrieron a consecuencia de ello. Una luz tenue entra por la ventana, gracias a una cortina ligeramente abierta.

Toma el celular, lo desbloquea y, aquella luz deslumbrante hace que aquella chica frunza el ceño al momento que se sienta en la cama. Con pocas ganas se pone de pie sobre el piso frío. Lleva solo una camiseta puesta y ropa interior.

No escucha nada. Ese pequeño apartamento parece no contar más historias.

Enciende la luz.

Va el espejo y mira. Un par de labios delgados y tersos hacen una mueca… una ligera sonrisa que adorna aquel pálido pero hermoso rostro enmarcado por mechones despeinados de cabello.

Contempla esos hombros, esos brazos delgados, la cadera y las piernas, sube nuevamente para encontrarse con su mirada… Se observa y se siente.

Pasan 15 minutos en ese vaivén de miradas con quién está al otro lado del espejo.

Sale de la recámara y enciende un molino pequeño para café, toma un puñado de granos y lo tira con desdén sobre el recipiente, enciende el molino en sincronía con el encendido de una pequeña cafetera.

Toma una taza pequeña.

Un shot de esencia de vainilla, un espresso recién hecho y espuma de leche.

El aroma avainillado le da un respiro de esperanza. Toma sus sentidos y hace que despierte la más mínima sensación que pudiera seguir dormida. Besa sutilmente aquella taza y sabe que aquel elixir logrará devolverle la fe que en el fondo a perdido.

Lo besa y bebe un poco.

Beso a beso, sorbo a sorbo se van uniendo.

Ahora es parte de ella.

Han transcurrido 45 minutos y ahora sale a la calle. Un abrigo negro cubre del viento matinal esa pálida piel.

Camina sobre asfalto lleno de grietas cual cicatrices. Ella conoce bien el camino, tanto como conoce cada una de sus cicatrices, de aquellas marcas que le han causado daño.

Cuenta apenas con 23 años y ha vivido más desamores de los que pudiera recordar. Más desamores de los que su cuerpo pudiera soportar.

Camina y recorre aquella zona de guerra para que 5 minutos después llegue a la parada del autobús.

Se arregla el cabello. Mira alrededor y ahí estoy yo, como las últimas dos semanas que la he visto llegar. Una leve mueca tensa aquellos labios delgados y ahora rojizos. Una leve sonrisa, quizás.

Dos minutos después, el autobús llega y yo la veo subir, la he visto subir por dos semanas, a la misma hora, en el mismo autobús, en el mismo lugar.

El autobús se pone en marcha, ella voltea a través de la ventana y solo veo fijamente ese par de ojos negros, esos labios delgados y tersos que hacen una mueca… una ligera sonrisa que adorna aquel pálido pero hermoso rostro enmarcado por mechones de cabello.

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