Otra de esas historias

Cartas desde el suelo
Vestigium
Published in
9 min readOct 31, 2020

--

Escribo las que creo que serán mis últimas líneas para que sirvan como testimonio de lo que me está por llegar. De cómo un castigo indescriptible se cierne sobre mi persona y del que no puedo escapar de ningún modo posible. Espero que quien lea esta historia que estoy a punto de narrar entienda los prolegómenos que han llevado al fin de mi existencia:

Mi nombre es Tolenka Kuvic y soy físico, me dedico o, mejor dicho, dedicaba a observar el comportamiento de la materia en las instalaciones del Sincrotrón de la universidad de Camisnikot, situado al sur de Laptev. Nuestras instalaciones no son para nada secretas y los estudios mucho menos, pues colegas en todos los países del mundo hacen cada día estudios similares a los que veníamos realizando en las instalaciones.

Hace unos meses, el proyecto que dirigía junto con mi compañero, Ziven Eline, mostró una anomalía en las partículas que hacíamos colisionar. Tras el proceso de análisis del servidor central de las instalaciones, los datos nos indicaban que algunas partículas, que sabemos deberían aparecer en tales colisiones, habían desaparecido. Los cálculos, que suelen llevar días o incluso semanas en procesarse, no daban lugar a error: parte de las partículas que habíamos observado hasta ese momento, y que corresponden a los valores estándares de este tipo de estudio, ya no estaban. En un principio no entendíamos muy bien el motivo, el equipamiento se sometía a pruebas y mantenimiento constante y los sistemas de autodiagnóstico nunca habían dado ni la más nimia alerta: a todos los efectos, los equipos funcionaban como deberían funcionar y deberían dar los resultados que ahora no daban. Tras varios días buscando en cada milímetro del equipo nos dimos por vencidos, nada había que impidiera el mal funcionamiento tanto del sistema de observación ni el de aceleración. Tras todas estas verificaciones volvimos a hacer un nuevo experimento con partículas, desafiando a las manidas palabras de Einstein sobre probar lo mismo una y otra vez esperando un resultado diferente.

Los datos, como es lógico, volvieron a mostrar la misma inconsistencia, las partículas que en el Modelo General debían estar ahí no aparecían, aunque, en el transcurso de una nueva revisión del sistema, uno de nuestros ayudantes vio dos puntos lumínicos cerca la zona de la instalación en la que se sitúa la pantalla en la que impactan las partículas para su observación. Nos comentó que al principio no le prestó atención y pensó que se trataba de un problema originado por el estrés generado esos días en la incesante revisión del equipamiento; un mero problema de visión. Pero luego, hablando con otro compañero mientras revisaban esa parte del equipo, ambos podían ver los puntos. Eran muy pequeños, pero se podían apreciar bien por la luz que emitían. Los puntos aparecían en el aire inmóviles, no parecían estar sujetos a la gravedad u otro agente externo que les hiciera variar su posición. Intentamos entender la naturaleza de su origen pero ni siquiera pudimos interactuar con las luces de ninguna manera, por lo que no pudimos saber cuál podría ser su origen. Estaban ahí, inmóviles e impasibles, suspendidas sobre el Sincrotrón justo en la zona donde las partículas golpean la zona de observación.

El estudio de los puntos lumínicos tampoco nos duró demasiado, pues pasadas dieciocho horas desde que fuimos conscientes de su existencia desaparecieron sin más. Tras ello, empezaron a aparecer las especulaciones al respecto, aunque todas improbables. La más extendida fue la de que se trataban de dos agujeros negros, pues su luminiscencia indicaba tal idea; aunque el lugar donde se habían situado, fuera del propio Sincrotrón, hacía que esta hipótesis fuera errónea desde el momento de su concepción. No obstante, los temores y habladurías sobre la creación de agujeros negros en este tipo de instalación facilitaba que el rumor se extendiera. Al final lo que pudimos deducir de forma oficial, aunque nunca aclarar, es que se había tratado de una deriva eléctrica del sistema que iluminó durante un tiempo una zona de aire, quizá porque la composición del mismo en esos puntos en concreto lo permitía. Partiendo de esa hipótesis cambiamos parte del equipo para evitar este tipo de deriva, aunque en ningún momento ni los sistemas de autodiagnóstico ni las revisiones manuales mostraron alguna anomalía.

Tras estos arreglos, que demoró los estudios algunos días más, pudimos continuar con los análisis. En la siguiente prueba ocurrió algo mucho más extraño: en la sala de monitorización de experimentos, una sala estanca y aislada situada a algunos metros de separación del equipo del Sincrotrón, aparecieron cuatro puntos brillantes. Esto nos alertó e hicimos una parada de emergencia saliendo del lugar lo más rápido que pudimos. Cerramos la sala y lanzamos el sistema de protección de incendios que inundó la sala de gas halón, que no afecta al equipamiento eléctrico, sin embargo, los puntos permanecieron en la sala durante horas antes de desaparecer, no parecía afectarles el gas de extinción y tampoco interactuaron con nada. Estaban suspendidos en el aire, impasibles y desafiantes.

El sincrotrón paró su actividad, los resultados que ofreció el último experimento antes del incidente de la sala de monitorización volvió a dar idénticos resultados. Tuvimos que informar al estado del incidente para que decidieran qué debíamos hacer, nuestra opinión era la de comunicar lo ocurrido a otros colisionadores, del país o de otros países para conocer la posibilidad de la existencia de ese tipo de anomalías en los experimentos. Aunque la respuesta fue la de estudiar los datos antes de dar a conocer el incidente, pues informar de una falsa alarma debida a un fallo humano dejaba en evidencia, no solo a la universidad, sino a la ciencia del país.

Durante semanas investigamos toda la información y contrastamos los valores de todas las variables. Usamos tres servidores diferentes con el software de análisis para comprobar si se trataba de errores de hardware o software, cuando vimos que, aún así, todos los servidores daban los mismos resultados, instalamos otro software que nos proporcionó el Estado. Todas los datos daban los mismos resultados una y otra vez.

Durante otra de las inspecciones del equipo de la sala de monitorización Ziven hizo una conjetura: si las partículas viajan a la velocidad de la luz y colisionan, quizá la energía y la velocidad que provocan las hayan desplazado en su dimensionalidad. Una conjetura algo atrevida, pero no carente de base teórica que podía dar sentido a la desaparición de las partículas, estas no desaparecían, sino que en un punto de la colisión saltaban a una dimensión superior que, como seres tridimensionales, no podíamos observar. Bromeaba con que estábamos haciendo saltar chispas en otra dimensión.

En la noche de ese mismo día, la alarma sonó entorno a las tres y media. Por entonces no volvíamos a casa debido al incesante cúmulo de pruebas y estudios, así que dormíamos en un pequeño edificio de la universidad habilitado a tal efecto en el que nos hospedábamos de forma temporal en habitaciones con dos camas. Yo dormía con Ziven en la misma habitación y ambos pensamos lo mismo al despertar alterados por la alarma: que se había producido un incendio. Cuando abrieron la puerta dos compañeros, que venían sin resuello tras haber venido corriendo desde las instalaciones del sincrotrón, supimos bien de qué se trataba: un objeto ovoide había aparecido en la sala de monitorización.

El objeto tenía el tamaño de una persona en su diámetro más largo, tenía el color del cuero antes de ser tratado y estaba suspendido en en mitad de la sala. Solo pudimos observarlo desde la ventana de la puerta, pues la seguridad de las instalaciones no nos permitía entrar en la sala para evitar riesgos innecesarios. Durante un tiempo el objeto no parecía hacer nada, pero transcurridos unos minutos desde que llegamos hasta el lugar, algo empezó a aparecer en nuestro rango de visión, daba la sensación de que el objeto se giraba despacio para mostrarnos una franja negra cuyos extremos, un poco más gruesos, estaban redondeados. Ya no era una esfera de cuero, estábamos ante lo que parecía un monstruoso ojo de cabra que nos observaba impasible. En ese momento recordé las palabras de Ziven: «Estamos haciendo saltar chispas en otra dimensión».

Salimos de allí aterrados y avisamos a las autoridades, que aún tardarían en llegar, pero, cuando nos diríamos a la salida, se nos presentó otro problema: Otro objeto de grandes dimensiones atravesó una de las pareces y el techo para colocarse en nuestro camino a la salida. Ahora estábamos encerrados en espera de una ayuda que ni sabíamos si iba a servir para algo. A la espalda, encerrado en una sala que, como lo observado con el nuevo objeto, no ofrecería resistencia a su escape, había un terror observando y, delante de nosotros, algo de lo que no podíamos entender su existencia. Uno de los guardas, hizo el ademán de apuntar con su arma al objeto que obstruía el único paso que teníamos para salir de ese infierno de incertidumbre, pero otro guarda le hizo desistir argumentando que, si lo que fuera que había ahí se enfadara, quizá nos atacaría. Lo único que quedaba por nuestra parte era esperar a que, como en el caso de las luces, desaparecieran esos objetos del lugar. Aunque estos parecían tener otro plan para nosotros.

Como temíamos en nuestro más profundo interior, ni los muros ni la puerta de la sala de monitorización podían contener al gran ojo y éste los atravesó como si estuvieran hechos de gas o fueran una imagen holográfica, observándonos desde el otro lado del pasillo donde, impotentes, estábamos encerrados. En ese momento el guarda que levantó el arma se volvió y, presa del pánico irracional que sume a un ser humano al verse próximo a un macabro final, realizó dos disparos sobre el ojo. Las balas fueron absorbidas por él, pero no hicieron lo mismo que el muro y la puerta, en esta ocasión, el gran ojo se quedó con los proyectiles en su interior sin ningún tipo de impacto visible en su superficie. Entonces, comenzó a avanzar despacio hacia nosotros. Y aún no había acabado el martirio, el bloque que nos impedía la escapada, se levantó unos palmos del suelo y empezó a absorber, cual mortífero aspirador, a los que se encontraban más cerca de él. Zevan, que estaba en mitad del camino, de forma instintiva agarró a alguien antes de ser consumido en sabe qué terrorífico martirio o benevolente muerte rápida. Aunque para Zevan fue algo menos alegre, pues al agarrar al compañero trastavilló por la fuerza de la absorción y cayó de bruces, introduciendo parte de su torso incluyendo un brazo y dejando el resto, seccionado, junto a nosotros. Ante esta impactante visión, los que aún no habíamos sucumbido a la muerte si lo hicimos al pavor, intentando correr en dirección al ojo con la desesperada esperanza de que éste tuviera más misericordia con nosotros.

Pero, al parecer, la masa informe que había dado fin a Zevan, de alguna manera se percató de este movimiento y se movió a gran velocidad hacia nosotros para absorbernos. En ese caso, mi fortuna o mi desgracia me permitió rodar bajo el ojo en un último instante para no estar entre las dos muertes. El muro paró antes de llegar a tocar el ojo, pero su trabajo estaba hecho: todos los compañeros habían sido engullidos por la informe mole, solo restaba mi persona. En ese momento pude ver como la aterradora imagen de esa caprina pupila empezaba a aparecer ante mí. El espeluznante ojo se volvía para observarme de nuevo. Me arrastré por el suelo hasta topar con la puerta de la sala de monitorización e intenté abrirla, pero, por un desgraciado golpe de suerte que me atormenta desde entonces, tanto ojo como masa desaparecieron. Quedé allí tirado, inmóvil, agarrado al pomo de la puerta, con los ojos abiertos de par en par como si de un muerto se tratase, un muerto en vida que tendría los hechos vividos hacía un instante grabados a fuego en su memoria. No pasó mucho tiempo hasta que llegaron las Fuerzas de seguridad, con las que tuve que recrear una y otra vez el incidente hasta que mi mente quedó exhausta. Las instalaciones quedaron selladas y el ejército tomó el mando de la zona para su investigación.

Desde entonces, los aterradores objetos no volverían a aparecer y pensé mucho sobre la frase que mi compañero que, tomándoselo como una broma que tornara en macabra realidad, comentó sobre la misteriosa desaparición de partículas subatómicas del Modelo General. Parece que sí que hicimos saltar chispas en otra dimensión. Y esta otra dimensión se asomó, con objetos sacados de una pesadilla, para ver qué había en esta y, si fuera posible, tomar muestras para sus estudios.

No es descabellado, se ha teorizado mucho sobre la existencia de seres vivos en una cuarta o quinta dimensión que no somos capaces de percibir, seres que podrían moverse por nuestra dimensión como nosotros sobre un plano, en el que ni pareces ni objetos bidimesionales nos afectarían. ¿Y si esos seres estuvieran tan avanzados como para traer elementos de nuestra dimensión hasta la suya pero que, hasta que no les hemos hecho una señal, desconocían nuestra existencia? Esa idea me atormenta cada día, no puedo dejar de pensar en el terror que, de forma accidental, desatamos en nuestro mundo. En ese ojo que me observa sin que yo sea consciente y que me recuerda que volverá a por mí, porque no tuvo tiempo suficiente para hacerse con mi vida y que es solo cuestión de tiempo que me de encuentro en mi mundo plano y visible para él. Los ojos carentes de vida del torso cercenado de Zevan que yace al otro lado de esta habitación, son la señal de que así es. Y que el desenlace final de mis pesadillas y tormentos me son cercanos. O solo están a punto de comenzar.

--

--