Otra de esas historias más

Cartas desde el suelo
Vestigium
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8 min readOct 20, 2021

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Deman y Larine estaban de celebración, les iba bien en sus respectivos trabajos y podían permitirse adquirir una vivienda de una zona residencial más tranquila a las afueras: Una vivienda con la que no compartan paredes o techos con otros vecinos molestos. La casa era magnífica, bien comunicada y con zonas de servicio no demasiado lejos a las que era posible ir dando un corto paseo si fuere necesario. Para inaugurarla hicieron la muy rancia bobada de cruzar el umbral de la puerta con Deman llevando a Larine en brazos.

— Esto da suerte — mencionó Larine.

Y ahí que estaban, entrando en una casa donde aún no estaban todos los muebles y había cajas de mudanza aquí y allá por las habitaciones elegidas para ser desembaladas. La casa donde empezarían una nueva etapa de sus vidas.

No fue hasta la mañana siguiente que se percataron del cuadro. Un pequeño retrato ovalado en óleo de no más de treinta centímetros en su máximo diámetro situado sobre la chimenea.

— Pensé que se habían llevado los muebles — comentó Larine al verlo colgado.

— Creo que nos han dejado cosas en el desván por si queremos algo, quizá olvidaron subirlo — dedujo Deman.

En el retrato había una pareja mayor de aspecto afable con la casa de fondo, por la forma del trazo, la pintura quizá estuviera hecha a partir de una fotografía.

— Parecen felices — dijo Deman mirando el pequeño retrato con una sonrisa cálida.

— Cuando seamos mayores, hagámonos un retrato como este también — propuso Larine.

— Entonces tendremos que mantener en contacto — dijo Deman esperando la respuesta en forma de puñetazo en el hombro por parte de Larine.

El primer día en la casa transcurrió deprisa: muchas cajas que abrir, muebles que montar y mover y demasiados trastos que desempaquetar. Al caer la noche, aún quedaba alguna que otra caja. Y el transportista no había llegado con la nevera. Larine acumuló en una caja algunos objetos de los inquilinos anteriores entre los que se encontraba el pequeño retrato.

— Esto lo voy a guardar arriba en el desván para darle uso — explicaba a Deman mientras los iba salvando de las bolsas de basura.

Y en lo que tardaron en pedir comida se pasó el segundo día de su nueva vida.

A la mañana siguiente, Deban, madrugador, se levantó para ir a ver si podía comprar pan para el desayuno por allí cerca, al salir de la habitación no esperaba encontrarse con la escalera del desván desplegada y estuvo ágil para no golpearse con ella. La recogió y la volvió a plegar en el techo, analizando el por qué el mecanismo se había soltado. «Habrá que repararlo» pensó. Al volver a casa después de ir a una panadería más alejada de lo que le había parecido en un principio, Larine ya estaba despierta y se podía apreciar en la casa la fragancia a café recién hecho. En ese momento, Deman se percató que el cuadro volvía a estar colgado sobre la chimenea.

— Veo que te ha gustado el retrato — comentó mientras dejaba el pan en la encimera y registraba entre los cajones para buscar el cuchillo del pan.

— Sí, a ver si lo coloco en algún sitio, son tan monos esos ancianos — explicó Larine.

Deman hizo el ademán de comentarle que ya estaba colgado, pero en seguida pensó que Larine lo había colocado ahí de forma temporal para ver cómo queda hasta darle un lugar más adecuado. Más tarde Larine lo quitó y colocó en su lugar un bonito reloj esférico con un marco de madera con motivos decorativos. Guardando de nuevo el retrato en el desván.

No fue hasta la noche que ocurrió: Larine, cuyo sueño era muy ligero, oyó un estrépito en el salón, como si alguien hubiera tropezado con algo y lo hubiera tirado al suelo. Nerviosa, despertó a Deman, pero ya solo se oía el silencio de la noche.

— Has tenido un sueño, cariño — explicó Deman con tono somnoliento.

Larine estuvo un rato más atenta, nerviosa, pero no oyó nada más hasta que volvió a quedarse dormida. A la mañana siguiente, Deman, como el día anterior, se levantó temprano en pos de su largo paseo matutino a por el pan y volvió a pasarle lo mismo con la escalera del desván. «Pero si ayer no se abrió en todo el día», pensó exasperado por el accidente que otra vez podría haber tenido. Aunque algo nuevo había pasado en el salón: El reloj se había caído y estaba esparcido por el salón roto en mil pedazos y, lo más extraño, es que el retrato volvía a estar colgado en su lugar. Recogió el estropicio y salió a comprar el pan pensando en lo que había ocurrido. Cuando volvió, Larine estaba preparando café.

— Anoche no estabas soñando — dijo al entrar en la cocina — . El reloj de la pared se cayó, por decirlo de alguna forma, porque estaba hecho añicos.

— Lo he visto. Y también el retrato — dijo Larine — . ¿Por qué lo has vuelto a poner?

— No lo puse yo, estaba así cuando bajé esta mañana — contestó Deman.

Larine dejó lo que estaba haciendo.

— No puede ser — dijo.

— Tal y como te lo cuento — explicó Deman — . Creo que también estaba ayer cuando bajé, pero no me di cuenta hasta que volví con el pan. Entonces pensé que habías sido tú.

— Yo pensé lo mismo cuando lo vi, no le di importancia — comentó Larine.

— También está lo de la escalera del desván — añadió Deman — Me la encuentro todas las mañanas bajada. Y el mecanismo está bien.

— Entonces es el retrato que baja del desván cada noche para colocarse en su sitio — dijo Larine con sorna.

Deman la miró con tal seriedad que hizo que Larine borrara la sonrisa de su cara.

— Hoy me he encontrado al vecino, estaba sacando a su perro — comenzó a explicar Deman — . Me dio la bienvenida, aunque también me comentó una cosa. Los anteriores inquilinos murieron en la casa. Una muerte dulce provocada por un calentador de carbón. Olvidaron apagarlo y el monóxido de carbono que generó en el dormitorio cerrado los asfixió a ambos.

Larine no pudo contener un gemido de espanto.

— Podemos dejar el cuadro donde quiere estar y ya estaría todo solucionado — propuso Deman. Y Larine asintió.

El día se hizo largo con una tensión en aumento y dos adorables ancianos que ahora acechaban desde la chimenea donde ellos querían estar.

Deman y Larine no pudieron conciliar el sueño esa noche. No por los propios nervios acumulados durante el día cuando pasaban al lado del retrato, sino porque el salón parecía tener a alguien en él moviendo los muebles. Deman bajó despacio con Larine justo detrás de él, esta vez, la escalera del desván estaba cerrada, como debería. Al llegar al salón vieron lo que, en el fondo, sospechaban: los muebles del salón habían cambiado de ubicación y los objetos que Larine había colocado a modo de decoración hacía un día, se encontraban dentro de la chimenea. Llamaron a la policía, pues dedujeron que alguien les estaba gastando una broma muy macabra. Quizá porque quería echarlos de allí o porque disfrutaba con el miedo ajeno. Lo que fuera, explicaron a la policía lo sucedido. Estos registraron la casa, empezando por el desván, en busca de indicios de que otra persona hubiera estado allí pero no encontraron nada. Tomaron huellas, aunque aún había que analizarlas. Esa noche la pasaron en vela, atentos a cualquier ruido, con la pareja de ancianos vigilando desde el salón.

Cuando la oscuridad de la noche se fue disipando, Deman tuvo un arrebato fomentado quizá por la falta de sueño o el miedo o ambas cosas a la vez. Al oír al camión de la basura acercarse para hacer su ronda de recogida, cogió el retrato, lo tiró a su cubo y vio como la prensa del camión machacaba el contenido de su basura, retrato incluido. Con el arrebato, tuvo un poco de calma hasta que, durante la tarde del mismo día, la policía les notificó que no había ningún indicio o huellas de alguien más además de ellos.

Esa noche el matrimonio barajó la posibilidad de pasarla en una habitación de hotel, pero decidieron quedarse a ver si podían delatar al bromista. Así entonces, habiendo comprado varias cámaras que colocaron escondidas en lugares estratégicos. Esa noche pasó en un duermevela interminable. Pero nada ocurrió esta vez y las cámaras no captaron movimiento alguno, ni tampoco durante las noches siguientes. Todo al fin parecía estar en orden. Quizá porque el supuesto bromista se había echado atrás con la investigación policial o porque, de una forma que se escapaba a su comprensión, ese retrato lo estaba provocando todo. La causa era indiferente, pues al fin podían descansar. Hasta una noche dos semanas después.

Larine se desveló al percibir un sonido cerca de la cama. Al principio pensó que sería el crujir del somier donde dormían, pero volvió a sonar y entonces lo reconoció: era la pisada de alguien que pretendía caminar en silencio. El visitante estaba caminando cerca de los pies de la cama, así que se incorporó rápido y lanzó un grito para aprovechar la sorpresa. Aunque lo que observó la sorprendió más a ella y no solo eso, la paralizó del pánico. La escasa luz que provenía de las farolas de la calle dibujaban dos sombras muy oscuras, todo lo que las rodeaba, aunque no de forma nítida, sí se podía atisbar, pero esas sombras no reflejaban luz alguna, sino todo lo contrario, parecían absorberla. Deman, despierto por el grito de Larine, no se lo pensó y agarró la lámpara de la mesita de noche junto a su lado de la cama y la lanzó contra una de las figuras. La lámpara atravesó con violencia el pecho de la sombra, que no hizo ademán de esquivarla, y se estrelló con estrépito en la pared tras de sí. En ese momento, el matrimonio estaba paralizado y una de las sombras comenzó a gritar en un tono que parecía imitar al que Larine utilizó para intentar asustarlas. Larine salió en ese momento del trance provocado por el pánico y agarró la mano de Deman para salir de la habitación. En el momento que abrieron la puerta que daba al pasillo, la escalera del desván cayó con estruendo. Quizá por instinto o porque su inconsciente ya tenía asociada que la escalera estaría bajada al suceder este tipo de incidente, pudieron sortear el obstáculo sin problema para bajar a continuación por las escaleras que dan la salón y, en definitiva, a la salida. Mientras atravesaban el salón para salir a la calle, pudieron observar que la chimenea estaba encendida y contemplaron con estupor como sobre ella aparecía, como si se empezará a quemar esa zona de la pared, una forma ovalada y negra en cuyo interior se dibujaban las negras sombras que habían visto un momento antes a los pies de la cama de matrimonio en el dormitorio principal del que pretendían que fuera su hogar.

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