Pérdida

Marina Zapperi
Vestigium
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3 min readJul 10, 2021
Photo by Ashley Byrd on Unsplash

Esa mañana me di cuenta que me había quedado dormida, el sol iluminaba la cómoda de una forma que no recordaba, porque a esa hora no solía estar en casa. Me quedé hipnotizada viendo los herrajes del mueble, eran más lindos a la luz. Me senté tranquila, y bajé los pies al piso buscando las chinelas, pero encontré las de Horacio. Eran como ponerse una canoa. Llamaría al consultorio avisando que llegaría más tarde, y le pediría a mamá que buscara a Milo por el jardín. Me calcé la bata y caminé por el pasillo. Vi las plantas cambiadas de lugar en el patio y me llamó la atención como el sol las alumbraba, como si la tormenta estuviera por llegar, con un cielo violeta de fondo y cargado. Me acomodé el cuello y fui por mi taza de café, escuchaba a Horacio maniobrar en la cocina y le dije “¡Para mí café solo, amor!”, y escuché que se le cayó un vaso cuando entré a la cocina.

Horacio estaba con una cuchilla en la mano, agazapado, blandiendo el arma al aire. Me apuntaba.

-¡Para, qué haces, te volviste loco! — le dije con sorpresa y susto.

-Salí de acá, ándate de mi casa, voy a llamar a la policía -y tanteaba con la mano izquierda la mesada como queriendo dar con el teléfono.

-Para Horacio, me estas asustando, déjate de joder. Vos no sos así, qué te pasa, por favor -ya empezaba a asustarme, tanto, que me latía el corazón hasta dejarme sorda.

-¿Cómo sabes mi nombre? ¡Andate de mi casa ya! No sé cómo entraste -y caminaba hacia mí con un cuchillo a la vez que yo retrocedía hacia el living.

Entre llanto y desesperación yo le pedía que parara, que no entendía que le estaba pasando, le decía que él no era así.

Horacio, nunca había sido así.

-Hola, hola, ¿me escucha? -y me apuntaba con un cuchillo, mientras con la otra mano sostenía el teléfono en la oreja izquierda.

Intenté acercarme, pero el extendió el brazo decidido a apuñalarme. Me detuvo el desconcierto y empecé a llorar, a decirle qué te pasa, por qué me haces esto.

-Si, si, me escucha, calle Defensa, 1137, departamento 2. Sí, San Telmo. Urgente, por favor, tengo una loca en mi casa, no sé cómo entro. No, no está armada, bah, no sé. Urgente, por favor les pido, ¡vengan cuanto antes! — y se colocó el teléfono en el bolsillo trasero de su jean. Siempre apuntándome con el cuchillo, marcando esa raya entre los dos: yo acá y vos lejos.

-Pero Horacio ¿qué haces, te volviste loco, porque me haces esto? Te lo suplico, ¡esto no me gusta! -lloraba tanto, que no se como me pude mantener de pie. Sentía todo el cuerpo duro, intuyo que él me decía cosas, pero mi corazón era como una comparsa que se había metido en mis orejas. No escuchaba nada.

Agarré un portarretratos donde estaba él, Milo, y yo.

-Mirá, mirá, ¿Acá, ves? Estamos los tres Horacio, cuando fuimos a la playa, en Brasil ¿te acordas? -le decía entre llanto, limpiándome con la manga de la bata los ojos.

-Andate loca, como sabes el nombre de él. Nos estas espiando, ¡ANDATE!!

Yo lloraba cada vez más y el siempre apuntándome con el cuchillo, siempre.

- Horacio, por favor, por favor. Tranquilizate, no sé que pasa. Soy yo, Leticia, Lelu . No sé que esta pasando, pero calmate, te quiero ¿Te acordas que en ese viaje hicimos un collar de caracoles para regalárselo a Milo? - y seguía llorando a la vez que le señalaba con la mano temblorosa la foto.

Vi que la cara de Horacio se desfiguraba, entre asombro y pánico, y me dijo abatido: ¿Cómo sabes eso?

Por un momento pensé que me creía, que volvería a ser Mi Horacio, y al querer apoyar el portarretrato en el mueble del recibidor me vi en el espejo. Caminé hacía atrás. Un paso, otro, otro, otro, otra, otra; era otra.

Leticia no estaba en el espejo, pero sí en la foto. Me llevé las manos al pecho como alguien que va a rezar con miedo, o angustia, ya ni sé que me pasaba, él tampoco.

Él sólo sabía que yo no era Leticia.

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