Para arriba y para abajo, pero nunca para afuera

¿Qué sucede si un sistema penitenciario fracasa en alcanzar su objetivo más primordial? ¿Si los presos están condenados a un mundo en el que no existen oportunidades de desarrollo?

Natalia Ortega Matute
Vestigium
3 min readDec 2, 2019

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Este es el caso de El Salvador, un país que busca soluciones inmediatas a problemas estructurales, en el que los muros de las cárceles no protegen nada ni a nadie, en el que las pandillas mandan, en el que todos callan y todos temen.

En prisión existe una moral criminal sumamente coercitiva y una poderosa jerarquía que no se debe desafiar si la intención es mantenerse con vida una vez adentro. La gente sabe quién manda. Tanto el personal como los reclusos, todos cumplen con su rol ya sea dando ordenes o cumpliéndolas.

Si haces bien lo que te toca adquieres beneficios y un poco de libertades, pero si te rehúsas no cabe duda de que serás sometido a toda clase de torturas. Sin embargo, todo esto es mucho más complejo. Los prisioneros también son obligados a habitar en un lugar que no ofrece ni las más mínimas condiciones de vida digna y ni se diga de bienestar.

Desgraciadamente, muchas personas creen que el gobierno no debería gastar dinero en esta causa, pero esas personas desconocen que este tipo de condiciones fomentan la desintegración del tejido social y el debilitamiento de las comunidades, porque la incapacidad que existe para reinsertar en la sociedad de una manera productiva a los criminales, es el inicio de un ciclo de producción de violencia.

Todos merecen condiciones de vida digna y el dinero que se gasta para mejorar las condiciones de un porcentaje tan significativo de la población debería de ser visto como una inversión a largo plazo. Existen reglas que establecen que los presidiarios deben tener un espacio mínimo de metros cuadrados, agua, medios para un higiene personal, ventilación y muchas otras cosas. Entonces, ¿porqué en este país hay alrededor de 25.000 reos en 19 cárceles que solo tienen recursos para 8.000?

El Salvador tiene en sus cárceles un nivel de hacinamiento del 248% y las condiciones son meramente medievales. Además, lo único que pueden hacer esas personas es resignarse a su nueva realidad porque es algo que hoy en día se asume como inevitable. Recientemente hubo un corte de comunicación desde los centros penitenciarios y se suspendieron las visitas de familiares: estas fueron las medidas implementadas. Una vez más se intenta poner una curita a una herida mucho más profunda. La reinserción no debería considerarse como algo utópico o imposible, y ciertamente los sistemas penitenciarios deben ofrecer más que solo pandillas y sobrepoblación.

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