Pasta e coccozza

Recetario de un promiscuo con ínfulas

Jack Cavre
Vestigium
4 min readFeb 23, 2022

--

Dulce cómo el membrillo, al atardecer, Federico me besa suave en la boca. Un beso intenso grabado con una despedida de las de estación, tren y ponerse de puntillas. No hay vapor, pero en mi cabeza si que suena la música, siempre Astor Piazzolla y cualquiera de sus canciones al bandoneón.

Ayer la noche se alargó, como esta amistad, que ya dura varios años. Federico, italiano, una de las primeras personas que encontré, cuando, buscando mi camino, di de bruces con la ciudad que me adoptó como suyo. Fue mi compinche aquellas noches eternas, cuando el dinero y el sexo eran la misma cosa. Fede entró como un vendaval en una cabaña del pacífico, y poco aguantaron las lianas y las hojas de palmera ante tal embate.

Photo by Priscilla Du Preez on Unsplash

La pasta con calabaza era el plato estrella de Federico, un plato de la nonna, pobre y simple pero de una exquisitez mayúscula. Lo importante, como en todo, es la calidad de los ingredientes, decía, hay que comprar una buena pasta y una calabaza que esté bien arancione, madura pero no blanda. Se tomaba muy en serio aquel plato. Y yo lo disfrutaba.

Sólo unos años mayor que yo, llevaba ya uno en la calle cuando nos conocimos en el Starlite, seduciendo, — eh, yo no me vendo, dejo que me regalen cosas y que me mimen y me adapto, soy un camaleón — me repetía e informaba a los que lo llamaban chapero.

Y así pasaron dos años de idas y venidas, de fugaces amantes en hoteles y en coches de lujo, de pequeños viajes a Milán, o a Barcelona, tiempos de dinero y drogas. Dos años en que nuestros cuerpos, en el descanso, se buscaban, y lamían sus heridas. Dos años de iniciación que acabaron con especies enteras, pero no con nosotros, que éramos tigres de la noche. Dos años que acabaron de golpe y porrazo, un martes por la tarde, con sus maletas en la puerta de nuestro ultimo refugio, — Me voy, Hugo, ya es tarde — , no reaccioné, no grité ni luché, no lo seguí escaleras abajo y nunca pregunté — ¿Para qué era tarde? —

Pero volvió, un día de abril, y me sonrió y parecía que el tiempo no había pasado, y hasta ahora, sin preguntas, nos vemos de vez en cuando, en mi apartamento, o en algún lugar del Sur de Italia a su elección, nunca en su casa. Somos como espías en los muros del Berlín de 1980 le decía yo ves demasiadas películas replicaba él. No me sorprendió verlo allí sentado, con su estilo italiano inconfundible, mirándome a través de sus carísimas Fendi, en el Banco de hierro forjado que esperaba al viajero frente a aquel último refugio donde yo me quedé, y que, por suerte, alquilé por habitaciones en aquel caos inmobiliario en que se había convertido la ciudad.

Fede, al sol, mientras corta en cubitos la calabaza en forma de violín que compramos ayer en el mercado ecológico del barrio, se torna un Dios inaccesible, mi Zeus cocinero que viene a verme con la forma de un herrero recién salido de la fragua. Ya ha machacado ligeramente unos ajos y los ha puesto a bailar en la cocotte junto a una guindilla y un buen chorro de aceite de oliva. La escena se torna en un oasis en aquella desangelada cocina, fría y servil, clon de otras miles a su alrededor, producto de la gentrificación mas absurda. Es un soplo fresco que me hace vibrar.

Después del baile de botes de especias y de una chalota picadita que añade al fondo, Fede me mira y en seguida lo entiendo, el secreto de la pasta e coccozza es que la pasta no va a ser colada por lo que hay que encontrar el equilibrio entre el líquido que hay en la olla y la cantidad de pasta, y hacerlo a ojo. Pero el equilibrio nunca fue uno de mis fuertes al contrario de aquel italiano que conseguía una salsa cremosa del color de un atardecer napolitano.

Lo mejor de mi relación con Fede es el amor que desprendemos cuando caminamos juntos, cuando visitamos las galerías de arte que tanto le gustan. Cuando él está cerca todo mi mundo cambia y me convierto en una dama del siglo XIX acompañando a mi galante marido, siempre con la frente alta, digna. Lo peor, sin duda, es que, como el oasis en medio del desierto de las historias que poblaron mi infancia, en breve, aquellos momentos, se tornan espejismos y delirios, porque Fede, siempre tiene hora de llegada y como tren de ida y vuelta, también de salida.

--

--