Persianas Negras

Xabirené
Vestigium
Published in
3 min readNov 25, 2020

Caminando en dirección a Torre Zabaleta, topé con un oficial muy amable, algo serio, tímidamente bonachón, lo que se presentó como la oportunidad perfecta para corroborar el aprendizaje, tras meses de estudio pegado al ordenador, y no fue tan mal como esperaba, pues pude entablar una pequeña conversación, que derivó en consejos y recomendaciones sumamente útiles para lograr orientarme. A lo lejos, divisaba poco más que las almenas, consumido por una algarabía silenciosa, empeñada en hacer temblar mis manos, mientras me preguntaba en dónde demonios había dejado mi motoneta, esa cuyas llaves danzaban en mi bolsillo, haciendo de mi caminata un recital de chirridos jocosos, que delataban mi presencia incluso en los caseríos más alejados. Cualquiera me hubiese confundido con una oveja, a no ser porque caminaba erecto, mapa en mano, mas no niego que en mi imaginación, yo ya paseaba con el rebaño.

Seguí camino, esquivando una que otra distracción, pensando en que después habría tiempo para recorrer con calma el lugar, al fin y al cabo, era apenas el primer día, aunque finalmente decidí cruzar el Orín de lado a lado, y varias veces, desbordado por la curiosidad, llamando mi atención el enorme despliegue decorativo y la gran cantidad de flores colgando de las fachadas, así como los vívidos y plácidos colores de puertas y ventanas, algunas portando una eguzkilore, señal inequívoca de que el Basajaun se encontraba cerca. Abrí muy bien los ojos, por aquello de lograr encontrarlo.

No pude contenerme más, las lágrimas abrazaron mis mejillas ante tal revuelo, ¿de verdad estaba ahí? El susurro de viejos ayeres desesperados, empolvados tiempo ha, en algún rincón desterrado de mi memoria, moría escurriendo su velo marchito sobre los adoquines, en tanto, plazas, callejones y tejados, contendían por el mejor encuadre, complicando las tareas de almacenamiento de mi móvil, de por sí colapsado ¡Ayuda! ¡ayuda! estaría diciendo. Casi podía imaginar su angustiosa situación.

Al pasar por el Pillirik, un niño era regañado por quien presumo era su madre, provocando que yo riera de forma estruendosa, ¿y cómo no hacerlo?, claro que no esperaba regresar por la tarde y hallarlo amarrado, como se acostumbraba hacer antaño con quienes no cumplieran con las reglas, ¿o si?, je, je, je, je, je. Lo confieso, habría sido sumamente divertido.

El clima no podía ser mejor, así que me instalé en la terraza de un bar al pie de la torre. Noté ronroneos sospechosamente cercanos a mí, pero no veía nada más allá de una cola esponjada, entre café y amarilla, dejándose llevar por el mismo viento que mecía una Ikurriña asomada del balcón de la segunda planta. Poco tardaron en llegar Andoni, Arantza, Febu y Amai, la cuadrilla, dispuestos a terminar con las reservas de pintxos y txiquitos del lugar. De pronto se escuchó un teléfono, que gracioso, me dije, pues tenía el mismo tono de llamada que el mío, sin embargo y tras revisar, caí en cuenta de que, efectivamente, era el mío.

¡Ring! ¡ring! Era mi alarma argumentando que debía regresar, sí, regresar al mundo, a uno que no es mío, a esa angustia y desesperación, que abandono cuando tengo oportunidad, tratando de tomar un respiro en aquel sendero alejado de lo que se empeñan tanto en apodar “realidad”, misma que a veces se ensaña en demasía conmigo, llevándome a huir, a escapar, hacia el infinito paraje de estrellas y de sueños, que algún día he de alcanzar.

Espero no tardar mucho en volver, porque me dejé el pintxo a la mitad y no quiero que la cuadrilla piense que ha sido por falta de cortesía.

Autor / Xabirené

--

--