Presta atención

Rina U
Vestigium
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7 min readJan 26, 2023
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— 911, ¿cuál es su emergencia?

— Ya no se mueve — la voz de la joven era extrañamente calmada. Quizá está en shock, pensó la operadora de emergencias.

— Entiendo. ¿Podría decirme su nombre y explicarme qué sucedió, quién no se mueve?

— No, es que no es un quien. Es un que.

— De acuerdo. ¿Se trata de un animal entonces? ¿Es un animal herido?

— No sé. A lo mejor sí.

— ¿Está usted en peligro? ¿Está herida? ¿Podría describirme cómo es el animal?

— No. Literal no puedo.

— ¿Existe una razón por la que no pueda, señorita?

— Es que… no puedo ver.

— ¿Hay alguna lámpara cerca? ¿Puede usar la luz de su celular para ver?

— No puedo ver. Como que estoy ciega o algo.

— Entiendo. ¿En este momento, qué siente usted?

— No sé. Nada supongo. Estoy un poco asustada quizá, pero ya no se mueve. ¿Eso está bien, no?

— Eso está perfecto, señorita. Estoy mandando una ambulancia y a su domicilio. ¿Está usted en el interior o exterior de su casa?

— Adentro.

— ¿Hay alguien más con usted?

— No sé. Vivo sola. Creo que ya no hay nadie más.

— ¿A qué se refiere con que cree que no hay alguien más?

— Es que no se. De verdad. Perdón.

— No se disculpe. En unos momentos llegará la ayuda. Mientras, necesito que se ubique en un lugar seguro y permanezca ahí hasta que lleguen los oficiales.

— ¿Y si se despierta?

— ¿Puede corroborar que no tenga signos vitales?

— No. No sabría cómo. Perdón.

— No hay por qué disculparse. Si le es posible, aléjese del peligro y vaya a un sitio seguro.

— Estoy en mi cuarto.

— ¿Dónde está el animal?

— En mi cuarto. Pero ya no se mueve.

— Los oficiales están por llegar. Necesito que salga del cuarto. ¿Puede llamar a algún vecino?

— No tengo sus números. Tengo sueño.

— Trate de mantenerse despierta y en la línea.

— No tengo sus números. Tengo sueño.

— ¿Señorita? Necesito que se mantenga despierta. ¿Qué día es hoy?

— No sé. Vivo sola.

— ¿Cuántos años tiene? ¿Cómo se llaman sus padres?

— Señoritanecesitoquesemantengadespierta — de pronto la voz de la joven cambió. Sonaba más aguda, como cuando un niño imita a alguien más en tono burlón.

— ¿Se encuentra bien? Los oficiales están a un minuto de su domicilio.

— Estoy ciega creo — la joven hablaba normal de nuevo.

— La ayuda va en camino.

Cuando llegamos ya había un montón de vecinos afuera de la casa. Se asomaban por las ventanas y unos hasta estaban forcejeando la puerta para entrar.

— ¡Policía! ¡Fuera! Si no se alejan voy a arrestarlos.

Un oficial se encargó de rodear la casa con cinta amarilla, mientras mi compañero Jesús, dos policías más y yo, entramos.

Desenfundamos las pistolas.

Todo parecía normal. La televisión estaba prendida y la luz de la sala. No había nada extraño a primera vista.

No había signos de violencia o que alguien hubiera entrado a la fuerza.

— A ver, González, apaga la tele — ordené.

— A mí se me hace que esto ya es chamba de los del SEMEFO— dijo Tino, el otro policía.

La casa era de un piso, pero no era pequeña. Después supimos que hasta sótano tenía. Es raro encontrar casas con sótano en México, al menos no clandestinos.

— Shhhh, escucho algo — susurré.

— Sí, como que viene de ahí, ¿no? — dijo Jesús al tiempo que señalaba al fondo del pasillo.

Escuchamos una voz femenina que provenía de una de las habitaciones. ¿El baño, quizá? Aún no lo sabíamos.

No sé. Vivo sola. Creo ya no hay nadie más.

Cada vez la oíamos más cerca. Tino y Gonzo, como le decíamos al oficial González, se santiguaron y apretaron más fuerte el mango de sus pistolas.

— Ya, tranquilos, que los demonios no existen. El diablo son las personas.

— Detective. Eso da más pinche miedo — dijo Tino.

— Bueno ya. No vayan a hacer una pendejada. Revisen que la casa este vacía. Tino, tu vienes conmigo.

Casi se le cae el alma al piso, pero obedeció. Tino se ganó ese apodo porque tiene el mejor tino para disparar de todos los policías que he conocido y no le tiembla la mano ni se tienta el corazón con los maleantes. Parece que lo sacaron de una película de western.

No sé. Vivo sola. Creo ya no hay nadie más.

Tocamos la puerta de la habitación. Abrimos lentamente. La puerta no tenía seguro.

— Cecilia… Digo, detective Mora. Al chile tengo miedo — dijo Tino. La voz le temblaba, pero su mano tomaba la pistola con firmeza.

— Yo también Tino. Pero piensa que esta morrita podría ser tu hermana o mi hija.

— Detective Mora, ya inspeccionamos y no hay nada raro en la casa. Ni nadie — dijo el oficial Gonzo.

La luz estaba prendida y la joven estaba sentada en la cama, de frente a la puerta.

En una mano tenía su celular y en la otra unas tijeritas para uñas. Fue con esas tijeritas que, suponemos, se sacó los ojos.

Su camiseta estaba empapada en sangre.

La joven seguía repitiendo <<No sé. Vivo sola. Creo ya no hay nadie más.>> Supusimos que se encontraba en shock. Era obvio que había perdido un montón de sangre.

Le quité cuidadosamente las tijeras de la mano. No opuso resistencia.

Jesús llamó por el radio a un paramédico, pero como nadie contestaba, salió directamente por él. Tino y Gonzo se quedaron afuera de la habitación para no ensuciar la escena del crimen.

La verdad que cuando uno es policía de la Ciudad de México se hace de estómago de acero. Pocas cosas nos impresionan y no es que no sintamos lástima, pero estamos como entumidos emocionalmente y creo que a veces es mejor así.

— ¿Cómo te llamas? — le pregunté.

— Tino.

Cuando dijo eso me tomó un poco por sorpresa, pero quizá nos oyó hablando detrás de su puerta. Era bastante factible. Además la mujer estaba en shock.

En ese momento entraron Jesús y un paramédico.

— Ya investigamos. Se llama Alessandra Jiménez, tiene 37 años. Soltera. Sus papás son de Orizaba y ya les avisamos. No tienen dinero para venir ahorita, pero que los mantengamos al tanto.

Al mismo tiempo el paramédico tomaba sus signos vitales y le hacía preguntas de rutina que ella no contestaba.

— ¿Alessandra, tú te hiciste esto? — Preguntó Jesús mientras le medían la presión — ¿Quién te hizo esto?

— Fue él.

El paramédico saltó y nos volteó a ver asustado.

— ¡No! ¡No fui yo!

— Ya sabemos que tu no fuiste, idiota— respondió Jesús exasperado.

— Bueno ya. A ver, perdió mucha sangre, tienen que llevársela al hospital.

El paramédico le limpió la sangre y le vendó los ojos. Armó la camilla plegable y nos pidió que le ayudáramos a recostar a Alessandra . Fuera de que no tenía ojos, la chica estaba bien, al menos físicamente.

Una vez que se fueron y me quedé sola con Jesús empezamos a recopilar todas las pruebas que pudimos.

— ¿De qué irá todo esto? — le pregunté a Jesús mientras metía las tijeritas en una bolsa Ziploc. Estaba a punto de responderme cuando me llamaron por el celular.

Salí de la habitación para responder.

— Eran los papás de Alessandra, que ya vienen en camino — dije.

— ¿Ya viste? — preguntó Jesús ignorando mi comentario. Señalaba con su pluma hacia la alfombra, junto a la cama, del otro lado donde encontramos Alessandra sentada.

En la alfombra había unas hendiduras, como si alguien se hubiera acostado ahí, pero por años. Tomamos fotografías e intentamos tomar huellas o recolectar algún trozo de piel o alguna uña, pero estaba limpia la habitación. Tan limpia…

Me agaché y toqué donde la hendidura. Estaba tibio. Un escalofrío recorrió mi cuerpo.

— Jesús… — voltee a verlo.

— Sí. Está bien raro. Hemos estado aquí cuánto tiempo, ¿una hora? Qué tal que si era un animal y estaba ahí y no lo vimos.

— Imposible. Lo hubiera visto. Lo hubiéramos visto de cualquier forma.

— ¿Y si se salió y no lo vimos?

— Tino y Gonzo estaban afuera. No se les pudo haber escapado así como así. La casa está rodeada además.

Lo cierto es que no teníamos ni idea si era animal, cosa o humano. Estoy segura de que cuando llegamos la casa y el cuarto estaban vacíos. Estoy segura.

— ¿Y si sigue aquí? — dije.

— No chingues Cecilia.

Inspeccionamos la casa una vez más. Cada habitación. De la sala a la cocina. Los baños, los clósets, debajo de las camas, detrás de los muebles.

Nada.

— Otro pinche loco que se nos escapa — dijo Jesús.

Me van a chingar los de la fiscalía, pensé.

En las noticias, dijeron que el supuesto atacante era un animal que venía de los ranchos lecheros del Estado de México, algo así como el “Chupacabras”, pero humanoide (aunque jamás se tuvo una declaración concreta del aspecto del atacante) y que Alessandra “N” habría intentado defenderse con unas tijeras (tampoco especificaron de qué tipo).

Lo de la “huella” en la alfombra lo omitieron del todo, pero eso fue porque nuestros superiores nos dijeron que no era relevante, que no contaba como evidencia.

Luego empezaron a decir en los programas de chismes que Alessandra estaba loca y que era para llamar la atención del novio, aunque sus papás confirmaron que no tenía novio. Al poco tiempo se les olvidó el caso, como es costumbre con estas cosas, y todos tan tranquilos como siempre.

Días más tarde, volví a la casa de Alessandra para acompañar a sus padres a recoger sus pertenencias. La mamá no quiso entrar.

Admito que desde el día de la llamada de emergencia no puedo dormir y si duermo tengo pesadillas. Sueño que alguien me observa y que me saco los ojos con mis pasadores para el pelo.

La casa era de un piso, pero no era pequeña. Después supimos que hasta sótano tenía. Es raro encontrar casas con sótano en México.

Y esta es la habitación donde sucedió.

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Rina U
Vestigium

Self-proclaimed writer and purveyor of all things whimsical. I write about anything and everything - sometimes in English, sometimes in Spanish. Join me!