Pues yo no la veo tan mal

Bruno Losal
Vestigium
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5 min readDec 16, 2019
Foto por Daan Stevens en Unsplash

— Siguiente — gritó la enfermera Maite de urgencias con desdén hacia la puerta medio abierta. Nadie respondía a la pregunta de la enfermera y el único sonido que llenaba la sala de triaje eran las notas del órgano Farfisa tocado por el señor Gordon, gentileza de Spotify freemium.

— Deja de decir groserías — se escuchó al otro lado de la puerta.

María desabrochó la bata, el verano en el sur era algo a lo que no estaba acostumbrada y el sudor hacía rafting por su escote. Añoraba su euskadi, su pueblo, el Idiazábal que preparaba su familia, las escapadas a Donosti para bañarse en la concha… la concha de tu madre diría ahora. Como se dejó liar por ese Kevin Jose de tres al cuartos, suerte que su título de enfermera abría más hospitales que el de artista muerto de hambre y podía pagarse una vida para ella y su hijo. «Sí mi amol, ere mi asúca», dijo imitando la voz de su exnovio. «Que cabrón», barruntó entre dientes, «y la mulata con la que te pillé sería tu estevia».

Mirando a la puerta de nuevo gritó: «Siguiente».

Entró una madre acompañada de una niña pequeña, probablemente será su hija pensó, aquí todos hacen hijos al prójimo con la única intención de buscar un nuevo remedio para la diabetes porque tanto azúcar no puede ser bueno.

— Siéntate aquí y déjame hablar — dijo la madre a la niña, que como acto reflejo miró a su madre y puso los ojos en blanco. Típica adolescente con ganas de protagonismo, pensó Maite para sí.
— Cuénteme.
— La niña me lleva unos días muy rara.
— ¿Cuántos años tiene la niña?
— Doce.
— ¿Y qué significa rara?
— Que no retiene nada, por ejemplo, todo lo que come lo vomita.
— ¿Ha comido hace poco? — preguntó de nuevo Maite.
— Pues sí, le he dado una cremita de verduras, era lo que me daban a mi y funcionaba. Pero ya no sé doctora.
— Enfermera.

Preadolescente total, como yo había pensado, musitó para si. Está en fase de construcción de imagen y puede ser un inicio de rebeldía o de bulímia o anorexia y se dedica a forzarse el vómito con tal de no ganar peso, pensó mientras se acarició el collar que le regaló su abuela Irantzu, una mujer más cercana a los aquelarres que a la medicina moderna.

— Mamá — dijo la niña en ese momento.
— Dime, cariño, ¿te encuentras mal?
— De puta madre, zorra — contestó la niña sonriendo.

Como vienen las nuevas generaciones, pensó Maite. Esta además de tener bulimia fijo que tiene el sindrome de Tourette.

— Su hija dice muchas palabrotas.
— Me pica la concha — dijo sonriendo mientras miraba a su madre y, girando la cabeza hacia el lado contrario, dio un giro completo y se quedó con los ojos clavados en Maite, con una sonrisa desencajada y burlona.

Maite ya ni la miraba, estaba a punto de acabar su turno y no estaba por aguantar a niñas ricas haciéndose la víctima para poder entrar dentro del vestidito de graduación del colegio. Apuntó en su libreta, además de lo anterior le podemos añadir hiperlaxitud en las cervicales.

Mientras escribía se volvió a tapar, había bajado la temperatura y las gotas de sudor habían sido sustituidas por una piel erizada al frío. Sin devolver la mirada, con los ojos en el papel y preguntándose cómo narices había pasado de sudar a tener este frío, preguntó de nuevo a la madre.

— A parte de lo de la comida, ¿ha notado algo más?
— Bueno, la verdad es que…

En ese momento la niña vomitó, pero vomitó como si no hubiera un mañana y vomitó en formato aspersor dejando a la madre, a Maite y al despacho cubierto de un vómito espeso, verde, denso y maloliente. Si no fuera por la experiencia de años con fluidos, pústulas y heridas, ella misma se habría sumado al la inversión del tracto estomacal y habría expulsado el mate contra la pared de la sala de triaje. Pero en vez de pintar un Pollock a tres gargantas optó por llamar al servicio de limpieza y un celador.

Para dejar trabajar, se fueron a otra sala y tumbaron a la niña en una camilla. Después del espectáculo se encontraba relajada y con los ojos medio cerrados. Maite pensó que quizás se habría tomado alguna hierba que recomiendan las páginas pro-Ana para forzar los vómitos.

Aprovechó para hacer una inspección de la niña y estaba llena de ampollas y pústulas por toda la piel. O la niña tenía algún tipo de dermatitis atópica o algo estaba causando todos estos efectos.

— ¿Su hija está mucho tiempo en internet ?— le preguntó como curiosidad.
— Bueno, usa mucho el celular — le reconoció la madre.
— ¿Y que páginas visita?
— Pues no lo sé, creemos en que hay que respetar la privacidad, ya sabe, hay que dejar que los niños encuentren su camino hacia la madurez. Tenemos que confiar en ellos.

Maite, con unos ojos que anunciaban con neón la frase «esta mina se ha chupado toda la destilería y no se le ha pasado la borrachera», pero intentó ser profesional, le quedaban menos de quince minutos para irse a casa, así que en vez de juzgar a los pacientes intentó buscar el mejor diagnóstico para escalarlo al médico.

— ¿Tiene su celular aquí? — preguntó Maite.
— ¿El mío?
— No, el de su hija, vamos a ver que páginas a estado visitando por si ha comido alguna hierba para vomitar.
— Es que la privacidad.
— No se lo diré a nadie — y miró a los ojos de la madre dejando claro que podían pasar dos cosas, o que le hiciera caso o tener que asumir un stent en sus partes femeninas.

La madre, todavía dudando, abrió el bolso con intención de entregarle el celular cuando la niña hizo un gesto complicado de replicar, se dedico a flotar encima de la camilla mientras se reía con una voz profunda y gutural.

Madre y enfermera la hicieron bajar de nuevo a la camilla y mientras Maite pensaba, flotar no ha podido ser, flotar no ha podido ser, esto no ha pasado y me quedan solo quince minutos para salir de aquí.

— Hamabost minutu baino gutxiagotan zure alaba enirea izango da ere — dijo la niña y Maite se quedó blanca, dejó caer la libreta, el bolígrafo, se agarró el collar con el crucifijo de su abuela y salió corriendo directo a casa.
— Reagan — dijo la madre, no se que te pasa pero mira lo que le has hecho a la enfermera.
— Lo que ya hice con su tatarabuela antes, y con una sonrisa de satisfacción cerró los ojoso y se puso a dormir.

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Bruno Losal
Vestigium

Mi vida esta basada en hechos reales, como lo cuento quizás no tanto.