¿Qué será de nosotros en el intersticio?

Dan Alvarez Ruano
Vestigium
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3 min readJan 13, 2021
Tráfico, siempre el tráfico.

Manejaba de vuelta a casa a cincuenta, quizá sesenta. (Si pregunta mi mamá, díganle que iba a treinta.) El traqueteo apacible de una calle recién bacheada en Guatemala y la suspensión de mi carro, vieja y veinteañera. Me detuve en la luz, roja, y volteé la vista al carro que, lentamente, frenó al lado mío. Un carro repleto, con ventanas empañadas y cálido. Una señora, quizás treinta y cinco, sostenía a un bebé en el asiento del pasajero. Durmiéndose, el bebé y ella, con el esposo que manejaba en contra del sueño.

Por más que pensemos en aquel ideal, aquel futuro inalcanzable, el que nos redime del día a día, la vida verdadera, la única que ocurre y se nos pasa, es la de hoy. Ahora. Ahorita, en el intersticio. En esos espacios mudos, en el silencio luego de la pregunta, en el tráfico ante el semáforo, rojo. No se trata del momento que está por venir, ni de la luz que pronto cambiará a verde. ¿Qué será de nosotros en el intersticio? En la única verdad, tan aburrida como es real.

La señora volteó, se fijó en mi. Se preguntó, seguramente, por aquella mirada curiosa. Quiero pensar que lo idealizó; que ella, pensativa también, se preguntó por mi y la vida más allá de la ventana. Eso es lo que quiero pensar… Ella, en cambio, quizá me pintó con extrañeza, con esa curiosidad protegida que brinda un hombre, en la noche, fijándose en la vida íntima que no le pertenece. Es extraño, supongo. Cómo el carro, ese interior peculiar y único por familia, se vuelve una extensión del hogar, definitivamente privado. Y allí, entonces, hace sentido el polarizado, la sobreprotección, el miedo que provoca una mirada desde fuera. El carro, con sus bolsas de McDonald’s y chicles en la consola central, es su espacio. Uno al que no me está permitido entrar, uno de olor peculiar, disponible y normalizado para y por los que lo habitan.

Le sonreí a la señora. ¿Qué más quedaba? Ella, ensimismada, pensando en listas de compras navideñas y en lo mucho que quiere volver al gimnasio, imposible con un bebé en brazos, me dedicó una sonrisa a medias. Perdida. Incapaz. Desinteresada.

Los niños detrás no me vieron. Vivían, supongo, en ese mundo apartado de la realidad que se nos regala (y despreciamos) en la niñez. Jugaban Nintendo Switch, o GameBoy Color. Igual daba. Podíamos estar en 1990 o en 2020. Porque, ¿qué ha cambiado? Los niños juegan, los papás se preocupan. A veces es al revés, y poco nos fijamos. Eventualmente llegan los treinta y la vida es automática, el camino es único y el escape es imposible. Más vale no pensar, más vale dejarse llevar. Supongo que te vuelves loco si te sabes atrapado con una familia a cuestas…

La luz dio verde, el cachetazo vino. A mi lado, el señor, medio dormido, aceleró. Y con él la señora, el bebé, los niños y su realidad propia. Camino a casa, a la cama, a la cena, y luego, luego de todo, ¿camino a qué?

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Dan Alvarez Ruano
Vestigium

escribo para no olvidar. leo para recordar. pueden descargar mi libro, «La Desaparición de las Flores», gratis en: goo.gl/kuQ7en