Siguiendo la Historia de Reojo

Esgrid Sikahall
Vestigium
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10 min readSep 8, 2020

Entendiendo hacia atrás. Sí, así es como la cuestión sucede; la cuestión siendo aquella historia de la cual no podemos huir, aquella historia de la cual no podemos evitar ser el personaje central (incluso a pesar de aquellos que les gusta decir que no hay propósito en el universo — mientras abren su boca con el propósito de decir que no hay propósito — o que dicen que «al universo» no le importamos, como que «el universo» fuera un demiurgo ofendido y volátil, volteando su cara (estilo talk to the hand) en contra de nosotros «ignorándonos»).

Quisiera contar una historia, una historia entera, completa, con un inicio y un final, con un par de giros inesperados, con una o dos sorpresas y otro montón de detalles que a veces pensamos que a nadie le interesan (a pesar de ellos ser la cosa esa elusiva que se llama vida). Digo que quisiera hacerlo, porque en verdad deseo, pero intentando me di cuenta que no me era posible. Pensándolo bien me quedé como mudo, silenciado, medio asustado, confundido, anonadado. «¿Por qué?» podría ser la pregunta, y sería una buena pregunta. Eso es lo que voy a contar, el por qué no pude si quiera escribir, contar la historia que pensé escribir.

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El clavo fue el siguiente: la historia que habría de contar es un cuento, un cuento describiendo en esencia un evento, y un evento es algo esencialmente y únicamente experimentable pero no articulable. En serio, no me lo estoy inventando. Carlo Diano (1902–1974) — filósofo y filólogo italiano — me contó hace unas semanas a través de su librito Forma y Evento que lo que sea que yo termine contando, por el hecho de ser historia, narración, poesía o prosa, ya no es un puro evento sino que vive en medio del evento y la forma.

Un evento es inarticulable, solamente y puramente vida vivida que notamos cuando de algo nos enteramos — cuando «nos cae el veinte» — cuando algo se vuelve algo para mí. La forma es la idea (Platón), que existe como unidad abstraída — en su pureza ya no refiere al evento, es una «cosa» en sí misma y su ser se encuentra enteramente en ser contemplada. Como dice Diano, si no es contemplada (la forma), no es en lo absoluto. El nombre, dice Diano, o sea nombrar algo, es una forma de «capturar» el exceso del evento y pasar al mundo de las formas. «Mundo» — digámosle — porque no es que nos vayamos a otra dimensión, o si es otra dimensión es una dimensión de la mera realidad donde estamos parados. (De ejemplito pensé en ver a Messi hacer una de sus magias «evento» y lo que me sale de la boca es «qué máquina». Al nombrar el evento con la frasesita «cierro» el evento y paso al mundo de las formas).

imagen de aquí: https://pictures.abebooks.com/LIBRERIAREENCUENTRO/22829345086.jpg

Me costó entenderlo al principio, por no decir que no estoy seguro si lo entiendo, pero no nos preocupemos por ello — si tiene sentido me entienden, y si me entienden tenía sentido. Recordando a Gadamer (el amigo con quien ando caminando estos días y años), en filosofía no hay progreso sino sólo participación.

En fin, la idea es que cuando algo se vuelve algo para mí, a eso le llamamos evento (notemos que no es algo subjetivo, sólo una emoción o un sentimiento, de hecho es algo totalmente externo a mi pero que me toca y yo lo siento). Ayer hubo un accidente en la esquina que está siguiendo la calle afuera de nuestro apartamento. Caminando hacia esa esquina (tú y yo ignorantes de aquel suceso) al lado del camino, vemos al platicar pedazos de vidrio (chayes como elocuentemente le decimos en Guatemala) tirados en el pavimento. Levantando nuestra mirada, como siguiendo el rastro, vemos atenuadas decoloraciones rojas en el suelo y lo que parece pedazos rotos (y quemados) de plástico y metal esparcidos en el lugar. Nuestros rostros sospechan algo, el corazón lo sabe y palpita respectivamente. Marcas más obscuras que el asfalto marcan cierto movimiento errático ondular, y luego paran abruptamente. La escena parece haber sido ya limpiada, pero como que sin ganas, lamentando el siniestro con la mirada perdida mientras se barrían los pedazos. «De plano» decimos, «ha de haber habido un accidente». (suenan trompeta y tambores) — he allí la evidencia oral de que experimentamos un evento tú y yo, aunque claramente el evento como tal nació para otros a diferentes tiempos, y para los involucrados casi inmediatamente, y claro, su significado es diferente para cada quien, aunque obviamente tiene un esqueleto común (que fue un accidente, personas involucradas, carros, ebriedad, etc.). Ese esqueleto común — tomemos la idea de un accidente — como la misma palabra idea lo dice, es como tal solamente contemplable. Cuando en nuestra mente apareció la idea (un accidente), allí nació la forma a través de la experiencia del evento, y ésto se evidenció en nuestro hablar. Cuando empezamos a hablar de la idea y a referirnos a fragmentos eventuales — cosas que hemos visto, experiencias, etc. — allí dejamos la pura contemplación, o sea dejamos la forma en sí, y le damos ropa eventual (o le ponemos carne a la forma); contar la historia es, en otras palabras, habitar el mundo como formas evénticas.

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El tiempo durante el evento pasa a un plano no secuencial sino podríamos decir mítico, porque lo que vale allí es lo experimentado y no la duración secuencial del tiempo. Aquel momento de duración indeterminada cuando las cosas de repente son totalmente distintas — cuando nacen el «antes» y «después» — aunque siempre el elusivo antes (basado en eventos claramente), queda estirado hacia la forma. Así como aquella historia que contamos sobre lo que fue y que no es más, debido a que el ahora vino, aunque se quede poco porque ya se irá.

Y aquí está el meollo del asunto: Carlo Diano dice que vivimos hablando de lo inefable (los eventos), por lo tanto eso que decimos vive en un en-medio entre evento y forma, porque la forma no cambia y el evento no habla. Vivimos como formas evénticas, tratando de articular el silencio (evento) inmutable (forma) sin hacerlo monumento, inamovible, soberbio, implacable. Mi gran contribución (sí, es para reírnos juntos), es unir al genio de Diano que no solamente vivimos hablando — articulando las formas evénticas — sino que esas historias, esas formas evénticas, se leen algo así como «de reojo» (en retrospectiva).

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Cuento esto así como alguien contando las noticias que escuchó en el pueblo (chismeando pues, como uno lo hace con desconocidos). La idea es que una forma evéntica tiene una estructura hermenéutica que se dirige hacia el futuro (estando en el presente) pero viendo, recibiendo y traduciendo el evento que se encuentra en el pasado. Si hoy a medio día sufro un asalto a mano armada, y debido a ello quedo mortalmente herido en el altercado, ese desayuno que comí ese día se convirtió en mi última comida antes del asalto — cosa que no lo fue sino hasta que sucedió el altercado. De hecho, toda mi vida cambió debido a que vista hacia atrás desde el presente, ella tiene otra configuración. El evento, por decirlo así, sigue dando de sí, y el tiempo lineal estira el significado del evento de modo que cada vez que cuento la historia o que trato de entenderlo, el evento sigue dando de sí, sigue significando más y más cada vez que le veo de reojo. Y ni siquiera digamos que el evento se sigue combinando con otros eventos (así es la vida, llena de eventualidades).

En nuestro ejemplo anterior, cuando íbamos tú y yo caminando y notamos, luego de haber visto los pedazos, que algo había sucedido, la cuestión es igual: esa mañana era una mañana «como todas» (como risiblemente pensamos — pero es inescapable — la forma de «una mañana como todas»), pero luego de habernos percatado del evento, la mañana y lo que sea que comimos, hicimos, etc., se vuelve en retrospectiva la mañana del accidente.

Y bueno, ¿qué tiene que ver esto con no poder contar una historia? La respuesta es que me di cuenta que la historia que quería contar no tenía fin — entendiendo el fin como el punto después del cual no hay continuación. Las historias siguen dando de sí de modo que, incluso cuando ellas son escritas con un inicio y un final, la historia sigue. Para que la historia no quede en lo estático de las formas y en el silencio de los eventos, ésta claramente debe contarse, y al contarse las historias tienen infinidad de direcciones a donde pueden dirigirse, simplemente porque por mas «fantásticas» que las historias sean, siempre se mueven por más que quieran negarlo entre eventos y formas. Cada vez que regresamos a ella — que las vemos de reojo, en retrospectiva — las leemos diferentes porque las vemos desde otro punto de vista, uno que ha sido afectado por otros eventos y formas. Seguimos la historia, pero de reojo, y cada vez la misma historia se ve diferente.

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Creo que nuestra época (permitiéndome licencia generalizadora) tiene un exceso de eventualidad (o sea, deseamos y creamos más y más experiencias «únicas» — yo confieso que de vez en cuando siento que lo bueno «ya vendrá») pero al mismo tiempo — y aquí la ironía y paradoja que amenaza desmembrarnos — también deseamos y tenemos un exceso de la forma, certeza inamovible como sólo la incambiable esencia de las formas puede dar. El problema es que, según Diano, las dos son categorías linealmente independientes (como diríamos en Álgebra Lineal). Una es eje Y y otra es eje X. Son ortogonales, de forma tal que la vida sucede como una función de ambas y necesitamos una combinación saludable de las dos. Mucha certeza oblitera la inarticulable realidad de nuestra cambiante vida, y el exceso de experiencia no deja tiempo de contemplar como la inmutable realidad es. Creo que de cierta forma el problema (en el mundo occidental) con «ciencia» y «religión» es precisamente que ya no entendemos el mundo eventual (aunque lo deseamos con pasión — queremos profunda conexión y encuentro) y por ello no sabemos como vivirlo. El exceso de forma — lo que podríamos llamar información, o «conocimiento» — nos da la impresión de que sabemos mucho, aunque el corazón lo tenemos vacío (y cuando el vacío ruge, nos hacemos los locos). Antes el lenguaje religioso proveía cierta certeza, ahora el lenguaje «científico» intenta hacer lo mismo... pero nada en realidad funciona ¿o sí? El covid cacheteó a todo discurso de progreso basado en «ciencia» o en _______ (usted llene a su gusto), y no que lo necesitáramos: el siglo veinte fue al cielo (llegó a la luna), pero también al infierno (dos guerras mundiales, Hitler, Stalin, Mao, Pol-pot, etc.). Siempre ha sido evidente que necesitamos salvación, pero ahora ya nos contaron a todos que el emperador no tiene ropa y que los supuestos salvadores son simplemente emperadores sin ropa.

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Así que, mi título «siguiendo la historia de reojo» se convirtió — en vez de una historia — en una petición por la historia misma que contamos siempre en retrospectiva: que nuestras historias estén ancladas potentemente a la experiencia del específico ser humano (tierra, historias, cultura, tradiciones, etc.) — aunque nadando en el caos del cambio — y que al mismo tiempo estén contadas de forma que nos dejen ver la luz de la esencia de las cosas, la luz que no cambia y que ilumina nuestras almas sedientas de amor y verdad.

Tal vez el rebosante sentido de las antiguas palabras que hablaban de los contextos totales y de aquello que nos trasciende vuelvan a ser comprendidas, y cuando esto suceda estaremos donde siempre en la historia hemos estado: contemplando, batallando, amando, sufriendo, buscando, inventando, traicionando… pero todo en el seno de lo divino. Lo que da curiosidad hoy es que hablamos de Razón (notemos la grandiosa erre mayúscula), Justicia, Igualdad, etc., todos esos nuevos dioses que queremos adorar, pero al mismo tiempo queremos ignorar la trascendencia que siempre los caracteriza (cual formas incambiables y evento inarticulable). Digo esto siendo de Guatemala, donde la gran mayoría no somos seres taponados (buffered selves) como diría Charles Taylor — todavía hay cierta magia en nuestra sangre que mantiene la cultura abierta al horizonte, incluso cuando nuestros gobiernos la drenan impunemente. El punto es que la historia del occidente como nos la han contado en los últimos siglos desde Europa y Gringolandia ya no da más para los grandes retos glocales (globales y locales), y Taylor (junto con otros) nos ayuda a ver que la así llamada «era secular» es en sí misma otra historia rota, tal como las otras, que en este preciso momento está en crisis, como la Europea Cristiandad lo estuvo en su destrucción post-Reforma.

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Necesitamos investigadores-historiadores-poetas-profetas. Cuenta cuentos que nos ayuden a imaginar lo inimaginable y a hacer lo impensable (aunque profeta nunca es profeta en su propia tierra…). Necesitamos nuevos super héroes, pero que se parezcan menos a super man o a la mujer maravilla ¡Para qué quiero ver yo un super hombre o una super mujer! De entretenimiento chilero — pero es que hoy ¡entretenimiento=realidad! La mera verdad es que yo quiero ver que alguien roto, con sus andrajos y demonios, profundas heridas y maldades, bellezas y bondades — con todo el olor de sucio por las heridas de fuego enemigo y de dispararse en su propio pie, yo quiero que alguien así se levante y que no quiera ser héroe, sólo que de alguna forma se levante y me acompañe, que me diga poco… pero que camine conmigo, que sufra conmigo mis demonios, que ría y celebre cuando toque, y que llore conmigo en mis heridas, y que se caiga conmigo cuando yo mismo ya no aguante ¿Quién me contará de esos héroes caídos? ¿Quién nos acompañará en este caminar malherido? Creo que si algo nos queda, es seguir contando nuestra historia de reojo…

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Esgrid Sikahall
Vestigium

Understanding first and then everything else. Sure. How?