Solo me importas tú

Estrella Amaranto
Vestigium
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5 min readAug 26, 2019
Nagoya (名古屋市 <Nagoya-shi>) es la cuarta ciudad más grande de Japón. Localizada en la costa del Pacífico en la región de Chūbu, en el centro de la isla de Honshū, es la capital de la prefectura de Aichi.

El estallido de los cerezos en flor indicaba el preámbulo de la primavera; igual que aquel espectacular colorido perfumado de esencias trenzaba una inmensa alfombra floral que alegraba los corazones del hermoso país insular del este asiático, popularmente conocido como «La tierra del sol naciente».
Me había desplazado desde Okayama hasta Kioto en una incansable búsqueda que, gracias a aquel año sabático, me permitía viajar por todo el territorio.

Después de comer, había quedado en una exclusiva y popular casa de té en el corazón de Gion, punto neurálgico de uno de los barrios de geishas más populares de la ciudad, situado en la calle Hanamikoji (Hanamikoji-dori en japonés). Era un sitio que solo trabajaba con reservas y donde se restringía la entrada para aquellos clientes que tuvieran una larga tradición familiar, como ocurría con la antigua conocida con la que me iba a entrevistar y que me hizo señas en cuanto pasé al jardín, que daba acceso al interior. Sin muchos rodeos, le propuse que me explicara detenidamente la historia de su allegado, cuyo apellido Nakayama era bastante esencial en mis averiguaciones.

Sorprendida por mi insistencia, trató por todos los medios de averiguar cuál era el motivo real que subyacía bajo aquel enredo, algo que evité, pues podía poner en peligro mis investigaciones. De manera que opté por contarle una falsa historia que pudiera calmar su curiosidad, pero que al mismo tiempo me ofreciera la posibilidad de recabar los datos que necesitaba. Naturalmente, no llegó a enterarse de mis artimañas y logré mi propósito.

A la mañana siguiente, me dirigí en mi automóvil a Magome, un pueblecito cerca de Nagoya, donde me esperaba un investigador privado con el que me había puesto en contacto telefónico, nada más regresar a mi apartamento el día anterior, para comunicarle mis pesquisas. Debía encontrarla, era lo único que me importaba, aunque estaba seguro de que la búsqueda no me resultaría fácil.

Fui directamente hasta el mirador recorriendo a pie sus calles empedradas y empinadas escaleras, en medio de un precioso paisaje montañoso rodeado de una vegetación exuberante. Ese era el sitio acordado por Naoko, quien me puso al corriente de las últimas noticias.

— Acabo de visitar a esa familia Nakayama. Guarde la dirección. Se trata de una humilde vivienda de madera donde debe preguntar por Shinju; ella conoce la historia y, por una buena recompensa, está dispuesta a ayudarle.

— ¿Cómo es ella físicamente? ¿Tiene una foto o algo que la identifique? No quisiera sufrir otro nuevo desengaño, ya sabe.

— Tenga, coja este collar con el guardapelo. ¡Ábralo y verá la foto que me pide! También contiene un rizo perfumado de su cabello.

— Si todo va bien, nos despedimos aquí. De lo contrario, llámeme a mi despacho.

Volví a descender aquellos peldaños y me encaminé hacia aquel lugar preguntando a la gente con la que me iba encontrando por el camino. Hasta que descubrí la casa. Sus ocupantes ya estaban al tanto de mi visita, y, al tocar la puerta, Shinju me invitó a pasar.

— Siéntese cerca de la estufa o se va a quedar helado de frío — me dijo, acercándome una silla algo desvencijada por el uso, en un tono muy afable.

— Estoy dispuesto a pagarle lo que haga falta, pero, por favor, no me mienta o de lo contrario le demandaré civil y penalmente. ¿De acuerdo?

— No se preocupe, no le voy a engañar. Ella está retenida contra su voluntad en una «casa de masajes» de Nagoya.

— ¿Cómo ha podido llegar hasta allí, si residía con ustedes según mis informes? ¡Les voy a enviar a la cárcel por cómplices de un secuestro!

— No, nosotros no tenemos nada que ver en ese asunto. Ella se fue libremente a Nagoya con su novio, querían prosperar y tener una vida más confortable. Un vecino nos contó que la había visto en ese local y que no tenía muy buen aspecto, quizás estaba embarazada. Nos aclaró, después de aconsejarle que nos debía decir la verdad. Luego, fuimos a la policía para tratar de encontrarla, pero todo resultó en vano.

— Teniendo en cuenta que no está aquí con ustedes, solo les compensaré económicamente si me facilitan la dirección de esa «casa de masajes».

El hombre que hasta ese momento había permanecido callado se levantó de la silla y anotó la dirección en la cara opuesta de un paquete vacío de cigarrillos, que estiró por la mitad; después me lo entregó esperando la gratificación pactada, que le di al instante.

Alejándome de aquel antiguo pueblo, recorrí los 90 kilómetros de vuelta en automóvil, perdido en aquella inmensa urbe de Nagoya, fui a parar al puerto, donde debía encontrar por fin su paradero.

El local estaba muy iluminado y lleno de letreros, donde aparecían en una larga lista todos los distintos servicios que podían adquirir los clientes que lo visitaran. La música era atronadora y las chicas no cesaban de ejecutar movimientos propios de autómatas o robots, dejándose llevar por aquel sonido pegadizo. Una de ellas me preguntó qué tipo de servicio prefería. Le respondí que ninguno, que solamente quería hablar con la joven de la foto de del álbum que me mostró y que también aparecía en la pantalla de mi teléfono, como pudo comprobarlo.

— Espere un momento, por favor. ¡Voy a avisarla!

No tardé demasiado en verla asomar por un pasillo lateral. Apresurándose a mi encuentro y con el cuerpo inclinado para darme un fuerte abrazo. Reconozco que aún no podía creer que aquello me estaba pasando, pero así era. Después de permanecer profundamente unidos, y con las lágrimas cubriéndonos los ojos en una especie de eternidad donde la felicidad colmaba nuestros corazones, la miré emocionado y ella me dijo:

— Papá… ¿Cómo me has encontrado? ¡Perdóname! Ya hablaremos más despacio de todo lo que me ha pasado en este tiempo.

— Tranquila, hija mía, solo me importas tú. ¡Por fin volvemos a estar juntos! Ahora entrégale a tu jefe este dinero, como rescate. ¡Regresamos a casa!

— Espera un momento, papá, quiero darte una sorpresa.

Ella desapareció de nuevo por aquel estrecho pasillo lateral y, al cabo de un buen rato, apareció con un niño en brazos y un bolso en el hombro.

— ¡Míralo! ¡Es igualito a ti! ¡Papá, es tu nieto!

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Estrella Amaranto
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