Soy Ángela

Omar Velásquez
Vestigium
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4 min readSep 17, 2018

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Cuando nos conocimos dijo que me llamaría Ángela y no tuve problema con ello. Desde ese momento fui una Ángela, como Mauricio lo deseaba. Dijo que conocía un juego y que sería divertido.

Lo fue.

Jugamos a que Mauricio era un explorador en búsqueda de una ciudad perdida. Yo era la doctora en historia, aunque a veces fui la enfermera que ayudó en aquellos caminos imposibles y hasta la encargada de comunicaciones que clamó por ayuda cuando llegó el momento.

Mauricio poseía una imaginación admirable. Siempre estuve segura de que su futuro estaría en contar historias en cualquier forma que escogiera. Yo guardaba el anhelo de que decidiera contar las nuestras.

Nos hicimos amigos de inmediato y aprendí mucho de él.

En ocasiones se le daba por no querer jugar, entonces nos quedábamos sentados en cualquier lugar: en su habitación, en el parque o en cualquier paraje de los alrededores. De cualquier forma, siempre agregaba algún ingrediente al escenario. Era como si el mundo no le gustara como es y tuviera la necesidad de crearlo a su manera.

Si estábamos en su habitación, por ahí decía que, tras haber huido de un bombardeo, habíamos quedado atrapados en un búnker imposible de abrir desde dentro. Que solo teníamos unas paredes grises y algunos barrotes alrededor, y luego se ponía a hablar de la finitud de la vida y del sinsentido del mañana. Así se expresaba, porque Mauricio parecía ser un extraño para su edad.

Otra vez, en un paraje, frente a un riachuelo que pasaba por su casa, dijo que estábamos en medio de una hambruna que tenía al pueblo de rodillas. Que el dolor nos impedía hablar con comodidad y la desgracia nos rodeaba. En esa ocasión Mauricio soltó un discurso sobre el medio ambiente y de lo que el hombre le hace a la naturaleza.

En las muchas veces que jugamos yo fui pirata, una bailarina de circo, una maestra de química, una científica y hasta la emperadora de un reino mágico, entre muchas otras cosas. Mauricio fue presidente, el general de un ejército que estaba conquistando el mundo, un caballero andante sin su Sancho Panza y el mejor jugador de basquetbol de la historia, en 1992, por mencionar algo.

¡Cuántas horas de diversión compartimos juntos!

Luego desapareció.

Se fue por un tiempo, para volver cambiado. Se veía más grande. Distante. Como si hubiese dejada tirada su niñez, pero no la inocencia de sus ojos. Habló poco. Sobre todo se dedicó a verme… inexpresivo. Luego me pidió que me quitase la ropa, y que lo hiciese poco a poco. Obedecí porque no tenía opción, o porque nunca supe si la tuve. Hacía lo que me pedía porque me parecía bien. Quedé desnuda ante sus ojos y su falta de gestos no me permitió saber si le gustó lo que vio o no.

No sentí vergüenza, no frente a él. No se acercó ni intentó tocarme. Tras varios minutos de silencio me dijo que me vistiera y desapareció antes de que terminara de hacerlo.

Pasó el tiempo y supongo que Mauricio creció y eso le descompuso la imaginación.

Dejó de venir.

Se acabaron las historias, los lugares, los misterios, las travesías y las misiones. También me terminé yo.

Los amigos imaginarios nos terminamos cuando nuestro amigo deja de venir.

He quedado abandonada en este lugar, rodeada por un búnker, una ciudad abandonada, el reino que dirigí, de tantos caminos que recorrimos, de los lugares donde ganamos batallas, de sitios donde corrimos, saltamos y reímos.

Lo veo todo. Está todo por acá, pero no está él, ni está nadie.

Voy de un lugar a otro abrazada por el silencio que hace de banda sonora de toda esta desolación.

Le extraño. Extraño sus risas, sus historias, su imaginación, su capacidad para crear todo de la nada, como si fuese un dios que simplemente un día decide separar la luz de las tinieblas.

Le extraño y le quiero. Sin él no hubiese sido, ni hubiese vivido todos esos momentos de risas, juegos y absurdos. Le debo tanto.

Le extraño, le quiero y le odio.

Un creador solo abandona su creación si desborda maldad.

Quizá soy una desagradecida, pero encuentro injusto que por un tiempo de diversión ahora esté condenada al abandono, a la incertidumbre, a la nada atemporal, a una existencia sin un después.

Es una maldición el sentir que soy algo sin tener la certeza de un porqué, de un para qué o de un por cuánto.

¿Por qué no me mató? ¿Por qué no acabó con mi existencia? O, mejor aún, ¿por qué no me permitió nunca ser? La inexistencia no duele, no lastima, no hiere… ni reprocha, como ahora hago yo.

Pero me hizo. Me creó para luego irse y llevarse todo, dejando todo aquí.

Quizá es que hice algo malo y decidió darme el peor de los castigos:

Me condenó a un presente eterno, sin un mañana.

¡¿Acaso era tan difícil atravesar su infancia sin una Ángela?!

¡Te odio, Mauricio!

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Omar Velásquez
Vestigium

Las autobiografías me estresan y compartir textos es de las cosas que más disfruto. http://omarvelasquez.blog