Una gran responsabilidad

Cartas desde el suelo
Vestigium
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8 min readApr 8, 2020

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Mientras su cuerpo embatado se hunde en un cómodo sillón que ha visto pasar las posaderas de los muchos inquilinos que ha tenido la casa alquilada, Loris coloca sobre el pequeño taburete acolchado junto a éste sus pies descalzos envueltos en sus calcetines favoritos, de color rosáceo debido a un pequeño incidente con la ropa de color en la lavadora del que se acuerda con melancolía. Con una mano — y su pecho — sostiene una taza humeante que acerca de vez cuando a sus labios, mientras que con la otra agita el mando a distancia como si intentará golpear las ondas infrarrojas para que alcancen al televisor y éste cambie el canal una y otra vez sin hacer reposar ninguna imagen en la pantalla. Los fogonazos del cambio de canal iluminan sus gafas de forma intermitente haciéndoles parecer los pequeños faros de un coche con algunas dioptrías de más.

La televisión se apaga de repente y las lámparas de la casa empiezan a titilar sin parar, En ese momento, un temblor empieza hacerse perceptible en la salita, yendo en aumento a cada segundo. Loris mira a su alrededor y, en el momento el que empezaba a incorporarse, una explosión de luz la deja cegada, volcándose parte del contenido de la taza sobre el pecho y el sillón. Cuando las penumbras vuelven a dominar el lugar, Loris empieza a distinguir a dos figuras espigadas, con unas mallas grises que les cubren todo el cuerpo como si hubieran escapado de un ballet cercano para hacerle una visita y unas gafas oscuras enormes en sintonía con la escasa noción del ridículo de sus portadores.

— ¿La señora Loris Wager? — dice una de las figuras.

— Señorita — contesta Loris, aún frotándose los ojos tras sus gafas para intentar ver bien.

Las dos figuras de apariencia ridícula y andrógina se miran entre sí dubitativas, una de ellas saca de su espalda un artefacto que podría catalogarse como un móvil con carcasa de carabela del siglo quince de la que no hay bolsillo o mochila que encaje bien con esa forma y apunta con él hacia ella. Al instante, el artefacto regurgita el sonido que una carabela emitiría si emitiera lo que hoy se conoce como «pitido».

— Acompáñenos — concluye uno de los personajes.

Ambos se acercan y agarran a Loris por debajo de los hombros y la levantan del sillón. En el forcejeo intentando evitar el agarre, Loris solo consigue ponerse una de las babuchas, rosadas, debido al incidente con la lavadora que recuerda con melancolía, e intenta en vano que la segunda entre en su pie.

— ¡Por Dios, qué prisas! — exclama Loris. Y los tres seres desaparecen tras otra explosión lumínica. La segunda babucha cae triste al no haber estado aún bien fijada al pie de Loris.

Loris aparece en un lugar diáfano, muy blanco y muy grande. Tan blanco que los ropajes de los dos seres parecen negros. Se agita frenética para librarse.

— ¡Me has tocado una teta, pervertido! — grita a uno de los dos seres que la suelta — ¿Has aprovechado, eh? Luego te encerrarás en el baño de pervertido que tienes en el sótano de tus padres para recordarlo — dice Loris recolocándose la bata.

— Sacadme de aquí.

— No puede ser, señora.

— ¡Señorita! — Los dos seres se miran entre sí intrigados.

Otra explosión de luz estalla delante de los tres. Tras la explosión, aparece otro ser desgarbado, de ambigua sexualidad, con una malla, esta vez muy blanca, gafas enormes negras y con un artefacto que podría considerarse un arma de destrucción masiva o un inquietante homenaje a Rob Liefeld.

— ¿Es ella? — pregunta con una voz demasiado melosa para estar apuntando con un artefacto que podría arrasar con un pequeño, o no tan pequeño, bosque. Ambos seres de gris asienten — . Venga conmigo — dice mientras agarra a Loris del antebrazo. Ambos desaparecen con una explosión de luz.

Loris vuelve a aparecer en otro lugar blanco, rodeada por una grada donde hay sentada una multitud de seres de escaso gusto por la ropa. El ser del arma de futuro señala con esta hacia un punto donde hay un pequeño estrado en el que tres seres de aspecto andrógino, con mallas muy negras y con un casco que les cubre toda la cabeza desde el cuello con aspecto de una geoda negra y de la que solo se puede ver sus caras con esas enormes gafas negras que parecen estar de moda en el lugar.

— Si me van a llevar a fogonazos de un lugar a otro, necesitaré unas gafas ridículas también — comenta Loris a su captor mientra se frota los ojos por debajo de sus gafas no diseñadas para viajar a destellos.

— Señora Wager — dice con voz chillona el hombre de casco de geoda sentado en el centro del estrado.

— ¡Señorita! — corrige Loris y los tres cabeza de geoda se miran entre sí extrañados.

— Se le acusa del exterminio de toda vida de varios sistemas planetarios ¿cómo se declara? — continúa el cabeza-geoda. Loris se queda mirándoles con ojiplática.

— Primero, ¿cómo podría acabar con varios sistemas planetarios? Si tuviera un arma como la de mi acompañante, lo entendería — dice señalando al hombre del arma más grande que puede llegar a cargar una persona tan destartalada como él — . Y segundo ¿dónde estoy?

El cabeza-geoda del centro carraspea y mira a su alrededor, otro de los tres cabeza-geoda, el que está sentado a su derecha, murmura algo ininteligible.

— Este es la gran corte galáctica de Alfa Centauri, juzgamos los delitos más graves que se comenten en la galaxia, no conocerla es un insulto para todo habitante de la Vía Láctea — dice el cabeza-geoda de la derecha.

— Interesante… — musita Loris con el mismo interés que prestaría si alguien llegara una parada de bus donde ella está esperando — ¿Y siendo galáctico, cómo es que hablan mi idioma?

— Pero cuánta incultura… — intenta controlarse el cabeza-geoda del centro — . Todo el mundo habla inglés en el multiverso, lo debería saber ya.

— Inglés a-me-ri-ca-no — concreta el cabeza-geoda de la izquierda. Y sus dos compañeros asienten.

— Madre mía… — se exaspera Loris — . Llévenme a mi casa o llamo a la policía — amenaza sacando su teléfono móvil del bolsillo de su bata favorita de color rosado desde cierto incidente y ahora con un lamparón marrón.

— Nosotros somos el mayor estamento legal de la galaxia — dice el cabeza-geoda del centro — . Y no tiene cobertura.

Loris mira su teléfono con cierta incredulidad y, tras examinarlo, lo vuelve a colocar en el bolsillo de su bata.

— Volvamos al asunto ¿Cómo se declara? — continúa el cabeza-geoda del centro del estrado.

— Pues supongo que inocente, ni siquiera sabía que en esta galaxia existiera más — mira a su alrededor buscando unas palabras que quizá se hayan ocultado en las gradas — ¿gente?

En las gradas se oye un murmullo inquieto, el cabeza-geoda de la derecha pone orden golpeando con un objeto que podría considerarse el martillo de madera con más mangos de la galaxia. O, al menos, de la Tierra.

— Mire, señora Wager…

— ¡Señorita!

— Por favor… — dice el cabeza-geoda del centro mirando al infinito exasperado — . Usted es la dueña de la estrella que lleva su nombre ¿No?

— ¿Una estrella? — pregunta Loris aguantándose la barbilla con la mano mientras golpea la punta de su nariz con el dedo índice de la misma — . Pues sí, me regalaron una estrella hace ya unos años; un detalle muy bonito de un novio friki al que dejé al poco tiempo de hacerlo.

— ¿Se regalan estrellas como otros objetos materiales superfluos? — dice sorprendido el cabeza-geoda mientras los asistentes al extraño juicio muestran caras de estupefacción; o toda la estupefacción que permite sus extrañas indumentarias.

— Una acción contractual de posesión de una estrella no es algo que haya que tomarse como el que se ha comprado un perfume o un par de zapatillas nuevas — exclama el cabeza-geoda de la derecha — . Es uno de los actos de mayor responsabilidad del universo.

— Pero si solo es una luz en el cielo, una de las miles de millones que hay — dice Loris ofendida — . Por unos pocos dólares les puedo regalar una.

Los gritos de sorpresa y enfado del público alborotan el lugar, el cabeza-geoda del centro no para de aporrear lo que sea que tiene en la mano en el estrado.

— ¡Silencio, SILENCIO! — exclama mientras una vena de su cuello agrieta parte del sombrero-geoda que cubre su cabeza. El graderío deja de hacer ruido al cabo de unos segundos — . Que sepa que su estrella ha provocado un exterminio masivo al convertirse en una supernova. Billones de vidas desaparecidas, solo porque usted no se dignó a avisar a los que se iban a ver afectados antes de que ocurriera.

— Pues hay que ser estúpido para no ver que una estrella se está convirtiendo en supernova — dice Loris.

— Pero es su responsabilidad.

— Me está diciendo que, como ha muerto mucha, lo que sea, por una supernova que podría verse hasta desde mi planeta, tienen que echarle la culpa a alguien. ¿Es eso? — pregunta indignada Loris — . Está claro que sí que pertenecemos a la misma galaxia.

— Exacto.

— Pues soy inocente.

— Nos da igual, ha probado que la estrella es suya y el crimen está hecho — el cabeza-geoda del centro golpea con su cosa rara sobre el estrado — . La declaramos culpable, quedará encerrada en los estaticubos durante mil trescientos cuarenta y dos años y un día. La máxima condena por el crimen del que se le acusa. Cumplida la condena se le devolverá a su planeta.

— Pero, pero no voy a vivir tanto — dice Loris tomando consciencia de que la broma pesada que está viviendo no es tan broma.

— Los estaticubos la mantendrán en estasis hasta que cumpla la condena. No envejecerá.

— Entonces, ¿me mandan a viajar en el tiempo?

Los cabeza-geoda se miran entre ellos extrañados.

— No, estará en estasis durante la condena. El tiempo seguirá pasando — explica el cabeza-geoda de la izquierda.

— Pues eso, viaje en el tiempo.

— Llévesela, por favor — ordena el cabeza-geoda de la derecha. El guarda del arma desmesurada agarra con fuerza a Loris por el antebrazo.

— Espere, mi familia, amigos. Tengo un trabajo, ¿qué pasará? ¡Mis padres se preocuparán! ¡¿Quién regará mis plantas?!

— Les informaremos por telegrama, como está estipulado.

Un chispazo de luz hace desaparecer a Loris y a su captor. Una zapatilla rosada permanece en el lugar donde antes estaban los dos echando de menos a su compañera a años luz de distancia.

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