Y Fue la Noche y el Día… el «Día» 51

Esgrid Sikahall
Vestigium
Published in
5 min readApr 1, 2020

Abrir los ojos no hacía ninguna diferencia. No que él no supiera la diferencia o que no la sintiera — claro que la sentía y por eso mismo el problema era mayor en su ser. Dormir significaba cerrar los ojos y desaparecer por un momento en los colores de los sueños que se llevan nuestra consciencia y que al mismo tiempo nos la devuelven cuando la mañana llama. Qué curioso eso de dormir, una muerte momentánea que da vida, pasando de la noche al día.

Lo difícil de su situación—si así podemos llamarle sin subestimarla—es que ahora no había luz que indicara el día ni oscuridad que indicara la noche. Día y noche se habían convertido en meras metáforas, y digo «meras metáforas» no porque una metáfora sea algo simple o sólo una comparación que no habla de la esencia de la realidad de lo descrito, sino que en la realidad de él no había nada que indicara la existencia de la noche o del día. Para él, noche y día no eran descripciones de la realidad, o si lo eran, era de una realidad que existió hace tanto tiempo que no se distingue ella de los sueños en que él se sumergía cada vez que iba a dormir.

Su cuerpo estaba frío, pero no tan frío como para no poder dormir o como para querer dormir y no despertar. La temperatura no era el problema. «Gracias a Dios», murmuró, «Gracias a Dios que el frío no es el problema». Esas fueron sus palabras del día, o del «día» deberíamos decir. De alguna manera toda esta exactitud con la que estamos obsesionados, todo eso de las veinticuatro horas del día y de los siete días de la semana, no tenía sentido alguno, no decía absolutamente nada sobre lo que él estaba experimentando. Hay que decirlo, no tenía sentido si lo vemos como reloj cambiando numeritos o dando vueltas las agujas hasta dar dos vueltas completas. Aún así, él contaba las veces que iba a dormir y luego de levantarse o «levantarse» — no había forma de pararse propiamente allí donde él estaba—, trataba de acordarse del número que había obtenido el «día» anterior y le sumaba uno. Día y noche eran absolutamente equivalentes a despertar y dormir.

«Ya son cincuenta y uno» murmuró, «Cincuenta y un días». A saber, él estaba completamente consciente de lo absurdo que era hablar de días en su condición, incluso había tratado de inventar nuevas formas de hablar, expresando el hecho de lo que contaba era el ir a dormir y despertarse, no días ni noches, pero luego de algunos intentos fallidos de decir «veces» entre los «días» treinta y cuarenta, y de decir «despertares» o «sueños», se dio cuenta que había algo en las palabras «noche» y «día» que no tenían únicamente que ver con algo en esa expresión tan extraña que usamos, «mundo exterior», sino que «día» y «noche» eran palabras que hablaban de él, y no sólo de él, sino de todo y de todos.

«¡Puchica! qué cosa más rara esta», pensó, y halando un poco de aire, levantando su pecho alistándose para suspirar, reflexionó en sus adentros. «Noche y día parecen ser no algo que el mundo hace ‘allá afuera’ sino que son mis realidades, formas de ser que hablan de mi, de mi vida, de mi mundo: un mundo que no es interior o exterior pero que está en medio — no hay forma de desconectar lo de ‘adentro’ y lo de ‘afuera’». Tales elucubraciones de su ser abrían poco a poco la puerta hacia percatarse de lo que probablemente nadie comprendería, o al menos definitivamente no aquellos que viven en el «mundo exterior». Su encierro forzado en aquel lugar, a través de una creciente cantidad de «noches» y «días», poco a poco le daba a conocer cuánto del mundo exterior había visto pero en realidad nunca vivido. Su vida ahora tenía forma, según sus investigaciones preliminares, de un cuadrilátero regular en la base, una elipse de techo y sus muros crecían de la base hacia el techo culminando en la elipse que, según sus cálculos (también preliminares), era tal vez un tanto menos del doble de área de la base. Viviendo en el encierro y en la perpetua oscuridad él conoció algo que nunca supo, algo que posiblemente no se puede saber sino sólo conocer, esto es, que la forma de nuestra vida jamás ha estado desconectada de la vida del mundo en donde (y a través del cual) vivimos.

Muchas reflexiones adicionales le acompañaron, en particular empezó a conocer cosas de su cuerpo que nunca supo entender: el cuerpo, al igual que nuestro mundo, que al igual que el cosmos entero, manifiesta un saber que solamente podemos conocer más no saber. Tratando de pensarlo persistente, se terminó dando por vencido. No porque su razón no diera para más — Dios guarde — su razón era lo que lo mantenía vivo, inventando cual cosa se le ocurriera. Tal vez decir que dejó de pensarlo es muy fuerte. Lo que sí es que dejó de pensarlo como manera predominante de entenderlo. Él se dio cuenta que razonarlo no era el modo correcto de entenderse. Claro que este conocimiento más allá del saber incluía y necesitaba un raciocinio despierto y ágil, pero lo que este modo de ser necesitaba primariamente para ser comprendido era ser vivido, llevándonos más allá de la razón que todo lo saca a la luz, incluso lo que pertenece propiamente al silencio y la oscuridad. Lo que lo frustraba un poco era que no podía compartirlo y que no podía vivirlo con su cuerpo más allá de tal ubicación en donde se encontraba, encerrado, sin poder salir.

No podemos ocultar hasta este punto cierta ironía o cierta paradoja en la experiencia de él. No pudimos recuperar el resto de la historia porque las grabaciones de los cambios de temperatura y de las escasas palabras que él murmuró no llegaron a tiempo a la estación espacial central. En los últimos días ciertos cantos rítmicos, a veces sin palabras pero sin faltar patrones apropiados para el «día» y la «noche», fue lo que destacaba. Lo último que se puede saber a ciencia cierta es que en su encierro observó, o más bien recordó, que él mismo había saltado a aquel lugar, a aquella oscuridad. La última grabación no es una narración de los hechos sino un mórbido lamento. No había forma de salir, no porque no hubiera salida o porque alguien lo hubiera encerrado. No había salida porque él mismo había bloqueado los controles de la nave, desconectado toda conexión con las otras naves en las relativas cercanías, y finalmente ordenado a su personalizada interfaz virtual que controlaba la nave, que de aquel espacio inhóspito, nadie ni nada lo dejara salir, hasta que, en sus propias palabras, «estuviera listo».

--

--

Esgrid Sikahall
Vestigium

Understanding first and then everything else. Sure. How?