Vic Halley
VicHalleyGoa | Travel diary
6 min readOct 24, 2014

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#VicHalleyGoa

19 Octubre 2014, Goa

Goa, 19 Octubre 2014

La pequeña y fina toalla que usaba a modo de sábana se pegaba a mi cuerpo con caprichosa insistencia, pero el maldito y anticuado tono de la alarma del teléfono no tenia intención de remitir. Abrí un ojo como pude, aún con la cabeza aplastada contra la almohada, y traté de averiguar qué hora era a través de una incómoda neblina que se había alojado entre mis pestañas. Hora de irse, el avión no iba a esperarme.

Rickshaw way to the Airport!

Empaqueté de nuevo todas mis cosas y volví a recubrirme de pesadas mochilas. Me despedí de los viajeros que encontré en el salón y de los amabilísimos dueños del hostal y me dirigí a la calle con una expresión somnolienta que sin duda el conductor del rickshaw supo adivinar.

El aeropuerto de Mumbai esta dividido en dos: aeropuerto internacional, con el que había llegado volando desde Suiza, y el doméstico, para vuelos dentro del país. Esta vez me tocaba viajar des del segundo: menos lujoso, menos grande, menos moderno, más indio. El mostrador para el check-in de la maleta era tan largo como azul, el azul del logotipo de IndiGo, la compañía low-cost con la que viajaba y que parecía tener monopolizado todos los mostradores. Pasé los controles pasaporte en mano y me dispuse a esperar las dos siguientes horas a que el embarque diera comienzo.

Leía siempre que tenia algunos ratos muertos el libro de Sarah y en aquella sala del aeropuerto devoré algunas hojas más mientras mi cabeza vagaba entre la historia de la novela y la que yo mismo estaba viviendo en la misma ciudad. Cuando recalé en Mumbai lo hice solo porque el vuelo era más barato que el directo a Goa pero, ahora que me disponía a dejar la ciudad, sentí que un aguijón de pena se clavaba en mi corazón. Había conocido a buenas personas que me habían acogido como parte de su familia y sentía que podría ser feliz en aquella ciudad, entre aquellas personas, si dispusiera de algo más de tiempo para quedarme. Pero mi destino era Goa y la expectativa seguía siendo apasionante.

Los motores rugieron, la pista se fue consumiendo bajo las diminutas ruedecitas del tren de aterrizaje y por fin el avión se despegó del suelo permitiendo una vista privilegiada de la ciudad que a nuestros pies se iba encogiendo, aunque parecía no tener fin allá en el horizonte. Pronto unas densas nubes blancas se adueñaron de la escena y Mumbai se perdió para siempre de mi vista, siguiendo inmutable su vertiginoso ritmo cotidiano.

El aeropuerto de Goa era discreto y a la salida esperaban multitud de indios que sostenían carteles con nombres, la mayoría de origen occidental. Yo, por mi parte, busqué la oficina de taxis pre-pagados y tomé un billete para ir hasta Anjuna. La mayoría de contactos que había hecho antes el viaje me habían recomendado esta localidad al norte del Estado. Anjuna, y más al norte Vagator, eran los dos pueblos justo al norte de otras localidades como Condolim, Calangute o Baga, más grandes y con más actividad (pero también más caras). Aun más al norte de Vagator estaba la famosa playa de Arambol donde me habían contado que tenían lugar las fiestas hippies en la playa. Anjuna parecía un buen lugar, justo entre la escena hippie de Arambol y el aspecto más civilizado de Calagunte. Era más rural y auténtico, con una preciosa playa y precios más asequibles.

El hombrecillo indio me esperaba a la salida, reconoció el número de serie de mi tiquet de taxi y me acompañó (sin hacer el menor intento de ayudarme con el pesado equipaje) hasta su vehículo. Subimos y empezamos a conducir por estrechas carreteras rurales que se adentraban alejándose del mar, serpenteando a ratos y con largas rectas en otros tramos, casi siempre con campos o bosques a ambos lados y con un incesante tránsito de motos, coches, taxis, autobuses y… vacas. Cualquiera que venga a India sabe que las vacas son sagradas, intocables, no se les puede molestar ni mucho menos dañar o comer. En el urbano laberinto de cemento de Mumbai no me había topado prácticamente con ninguna, pero en estos caminos las vacas eran las reinas y todos las respetaban. El taxista parecía empeñado en ser el segundo aspirante al trono de la carretera y ningún tramo parecía suficientemente estrecho, ni ninguna curva suficientemente ciega o cerrada como para privarle de avanzar a cuántos vehículos se encontrase en el camino. Los que venían de frente no parecían tampoco alarmados y simplemente, así como en Mumbai, la carretera fluía con increíble eficacia y el idioma de pitidos y ráfagas de luces que intercambiaban unos con otros cumplía su propósito a las mil maravillas. Yo, sin embargo, no dejaba de comprobar que mi cinturón estuviera bien sujeto. Pregunté al taxista si alguna vez había tenido un accidente y afirmo con sobrada rotundidad que jamás, así que al cabo de un rato decidí relajarme y, dejando que el destino se apiadase de nuestras almas, saqué la cámara y grabé lo que se veía por las ventanas: campos, bosques, vehículos que parecían venir a chocar de frente con nosotros, rebaños de vacas desplazándose desesperantemente lentas, un puente que cruzaba un ancho y río y al otro lado… ¡la jungla! Una auténtica jungla con todos los matices de verde imaginables, con palmeras presidiendo en lo más alto y todo tipo de plantas y vegetación cubriendo el suelo. La belleza de todo aquello me conmovió.

Crazy taxi driver from Airport to Anjuna

Cruzamos capital de Goa y la carretera siguió al norte hasta que llegamos a Anjuna. Al irnos acercando, ambos lados de la carretera se fueron poblando de tiendecitas y otros pequeños comercios de todo tipo. Finalmente tomamos un caminito a la izquierda y cincuenta metros más allá llegamos a Evershine Guesthouse, un complejo de habitaciones en alquiler donde me alojaría los primeros días. Me despedí del taxista, le pedí que vigilase la carretera al volver, como hubiera hecho una mamá. La habitación estaba limpia y un gran ventilador colgaba el techo encima de la cama. Un armario grandote, una pequeña cómoda y una silla de terraza eran todo el mobiliario, y todo lo que necesitaba. Al fondo un baño, también limpio y con agua caliente. Enchufes europeos en las paredes una ventana con cortinas y mosquitera. Me sentía como en casa.

Lovely room at Evershine Guesthouse

Se hizo oscuro y tras una refrescante ducha salí a cenar a uno de los restaurantes que se encontraban a pie de la carretera principal, pero no hubo tiempo para más. La noche anterior había dormido pocas horas y el viaje había sido agotador así que caí rendido y me dejé arrastrar al mundo de los sueños mientras el zumbido del ventilador ponía la banda sonora a mi primera noche en Goa.

Based on my current stay in Goa.
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