Vic Halley
VicHalleyGoa | Travel diary
12 min readOct 22, 2014

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#VicHalleyGoa

18 Octubre 2014, Mumbai

Mumbai, 18 Octubre 2014

Me derrumbé sobre el sofá del salón, respiré profundo y me dije “has sobrevivido al primer día en Mumbai, no era para tanto”.

Era tarde y estaba cansado, solo pensaba en dormir. Iba repasando mentalmente todos los momentos y sensaciones que había recogido en las últimas horas y, guiado por un acto reflejo, mis dedos encendieron la conexión wi-fi de mi teléfono. Tras unos instantes de bloqueo fruto de la saturación, empezó a vibrar y a emitir todo tipo de sonidos mientras los mensajes acumulados de todo el día se agolpaban ahora en la bandeja de notificaciones, cada cuál reclamando una importancia y urgencia mayores. Me alegré de pensar que había gente que se acordaba de mí. Familiares, amigos… muchos preguntaban qué tal todo y otros de no tan estrecha relación me escribían sobre temas superfluos totalmente ajenos a mi nuevo paradero. Contesté como pude todos los mensajes hasta que encontré uno que cambiaría el curso de los acontecimientos en mi visita a Mumbai.

Amit Makwana era una de las personas a las que había contactado semanas antes. Me había dado algunos consejos y habíamos pactado vernos a mi llegada, aunque hasta el momento no sabía cuánto de cierto había en su ofrecimiento. Le había escrito aquella mañana anunciando mi llegada y ahora tenía un mensaje suyo invitándome a una de las fiestas de las que él era Dj. Vacilé un segundo, sopesando cuánta energía quedaba en mi cuerpo y mi mente y cuánto me apetecía realmente salir aquella noche. Y entonces recordé una cita de Walter Russell en un libro que mi buen amigo Kim Brusselmans me había recomendado meses atrás. Decía más o menos algo así:

“No existe el cansancio mental. El cansancio mental es solo un reflejo de nuestra mala conducta, de nuestra falta de rigor e integridad. Cuando actuamos con integridad y seguimos nuestros principios y somos felices con lo que hacemos, viviendo con pasión cada acción que llevamos a cabo, la mente jamás se cansa”.

Comprendí entonces que no podía dejar que la negatividad se adueñara de mí, que mi cansancio mental aflorase y que mi integridad y mis principios se hundieran bajo los escombros que decoraban el suelo de aquella ciudad. Al fin y al cabo estaba allí por decisión propia, y con el firme propósito de vivir al máximo cada instante. El cansancio mental se desvaneció y dejó paso a una renovada excitación, la que se siente cuando la promesa de una nueva aventura se cruza en el camino. Y la tomé.

El rickshaw se fundió con el serpenteante baile de vehículos que también de noche reinaba en las calles de Mumbai. Mi referencia era el Grand Hyatt, situado justo al sur del aeropuerto. Un hotel de 5 estrellas donde Amit me estaría esperando. El caos circulatorio se relajó y el rickshaw se adentró en calles más anchas pero menos iluminadas y finalmente se detuvo ante una gran cerca corredera custodiada por dos hombres indios vestidos con un inmaculado uniforme blanco. Despedí al taxista y me adentré cruzando la puerta en un ancho patio que conducía al majestuoso edificio. La elegancia se palpaba en el ambiente. En medio de aquel suburbio, rodeado por edificios de no más de tres plantas que se caían a pedazos, rodeados de multitud de indios que dormían en las calles acostados sobre mantas a modo de colchón, se erguía un hotel que no escatimaba en lujos ni medidas de seguridad. El uniformado personal indio me dio la bienvenida con delicada educación y me indicaron cómo llegar al “China Lounge”, el bar / club dentro del hotel donde debía encontrar a Amit. Los anchos y altos pasillos estaban iluminados con cándidos matices de amarillo, naranja y rojo y los olores de la gran Mumbai parecían no poder traspasar los muros de aquel oasis de paz y tranquilidad.

El China Lounge era un restaurante de tres plantas. En las dos superiores se servían cenas y se hacían fiestas privadas y, en la inferior, se encontraba el club donde Amit presidía las sesiones como Dj. No había mucha gente y no me costó encontrarlo, con los auriculares pegados a las orejas y un gesto de concentración mientras encajaba dos canciones con exquisita precisión. Me planté ante la cabina, un peldaño más alta que el resto de la pista, y en cuanto advirtió mi presencia bajó y me dio una calurosa bienvenida. Tenía un aspecto sofisticado distinto de todos los indios que había visto hasta el momento, exceptuando a Ajay. Lucía una barba recortada a conciencia resiguiendo el perfil de su mandíbula y acompañándose de un bigote a juego. De constitución delgada y más o menos de mi misma altura vestía una elegante camisa blanca y unos pantalones azul oscuro. Estaba claro que Amit no era como los otros indios con los que me había cruzado durante el día. Todo desde que había entrado en ese hotel respiraba un aire de más riqueza y más occidental, y él no era una excepción. Me presentó al otro Dj, al que dejó al cargo de la sesión para que pudiéramos charlar un rato.

China Lounge Club, Grand Hyatt Hotel, Mumbai

Pedimos una copa y me llevó a una zona reservada más tranquila tras la cabina del Dj, donde los ritmos disco y funky que dominaban la sesión de aquella noche se disolvían en el aire y no incomodaban la charla. Me habló sobre su trabajo y su trayectoria en Mumbai, sobre la escena Dj en India y yo le compartí mis experiencias en Barcelona. Me mostró en fotos y vídeos las grandes fiestas y festivales que se organizaban en Goa y me sorprendió ver que grandes Djs del panorama internacional habían estado pinchando en esos festivales y que eran mucho mayores de lo que había imaginado. Sus ojos oscuros y amables se abrían exageradamente cuando destacaba alguna cualidad en su relato, dejando a la vista el blanco más puro de Mumbai rodeando sus pupilas.

Y todo se puso aún más interesante cuando le pregunté por los otros Djs a los que había contactado antes del viaje. Creo que se quedó tan sorprendido de la retahíla de nombres que solté como yo cuando me confirmó que a prácticamente todos los conocía personalmente, que solían trabajar juntos en Goa y me alegré cuando me dijo que había contactado con la gente adecuada. Especialmente cuando hablamos sobre Clement D’Souza, una de las personas que más se había volcado aconsejándome semanas atrás, y me contó que era probablemente el Dj más conocido del país, que era reclamando en la mayoría de festivales y que viajaba por todo el mundo pinchando con grandes nombres que sí me resultaron familiares. Mi perspectiva sobre aquel grupo de profesionales y sobretodo grupo de personas cambió tras aquella charla y me odié por haberlos infravalorado, aunque también eso me había llevado a tratarlos más como personas normales y, así, acercarme a ellos de forma más natural.

Amit ejerció de perfecto anfitrión, presentándome a parte del personal y a algunos invitados, siempre como “This is Dj Vic, from Barcelona”. Esa noche el China Lounge tenía una fiesta privada de unos australianos que habían bebido y comido demasiado. Muchos se habían retirado a dormir y había poca gente, así que decidimos marcharnos. La siguiente parada era el bar de unos amigos que justo inauguraba esa noche, así que lo acompañé. Cuando llegamos la fiesta había casi terminado, pero para sorpresa de ambos Clement estaba allí. No había podido acudir al China Lounge porque tenía que tomar un vuelo temprano, pero se había acercado al nuevo local para dar soporte a la inauguración. Cuando me vio y me reconoció de nuevo volví a sentir el calor que los indios me habían estado demostrando durante todo el día. Nos fundimos en un amistoso abrazo y me preguntó qué tal todo. Me habló de una amiga suya que alquilaba una casa en Goa y me dio algunos consejos más sobre cómo moverme por este nuevo mundo. Finalmente el bar cerró y nos despedimos de Clement. Amit y yo tomamos otro rickshaw y nos dirigimos a la siguiente fiesta.

Un barrio completo, con sus calles interiores y sus diferentes bloques de pisos, todo rodeado por una valla que lo separaba del exterior. Algo así como un gueto, pero al contrario. Amit me contó que era el barrio donde vivían la mayoría de oficiales de la policía, y no me cupo la menor duda de ello cuando el taxi se dirigió a la entrada del recinto y cuatro policías que custodiaban el acceso (probablemente los primeros que veía en todo el día) nos detuvieron, controlando quién pretendía acceder. Amit dio la referencia de su amigo y nos abrieron el paso. Mientras el taxi avanzaba entre las calles de aquella micro Mumbai pude prestar atención a las aceras y los edificios. La decadencia arquitectónica que reinaba en el resto de la ciudad parecía no tener cabida allí dentro: las calles estaban relativamente limpias y los edificios en relativas buenas condiciones.

Entramos al piso y en el salón nos encontramos con los demás. La música sonaba desde un pequeño altavoz de mala calidad alrededor de cual se habían dispuesto sillas y un sofá en que se sentaban los invitados. Un tipo alto y corpulento, de hombros anchos y brazos fuertes, estaba de pie junto al altavoz y sostenía en alto un vaso de ron con la gracia y el balanceo del bebedor experto mientras recitaba unas palabras. Nuestra llegada interrumpió la escena pero tras unas rápidas y formales presentaciones tomamos asiento y el discurso prosiguió. Todos en aquella casa hablaban inglés, pese a ser todos de origen indio, y aunque su acento me resultaba de lo más extraño hice lo posible por entender sus conversaciones. El tipo alto repasó uno por uno a todos los que se sentaban a su alrededor, contándoles cuánto y por qué agradecía su presencia en aquella reunión. Era su cumpleaños, y también el de una chica que se sentaba justo en frente en el sofá. Cuando se dirigió a Amit el discurso me conmovió y comprendí entonces que mi anfitrión era alguien especialmente querido. Ya lo había intuido al ver el trato que el personal del China Lounge tenía con él, y también al ver cómo uno tras otro algunos de los trabajadores y muchos de los invitados del siguiente bar le saludaban efusivamente con abrazos y muestras de cariño, y el discurso de aquel fortachón fue en la misma línea. Amit se hacía querer y lo hacía dando cariño y regalando sonrisas a los demás. Me sentí identificado, “así quiero ser yo” pensé.

Afterparty

El tipo que cumplía años me acompañó a la cocina para servirme una copa. Allí advertí la presencia de un chico que no había visto hasta entonces. Debía tener unos 14 años, muy moreno de piel y con el pelo liso y espeso, estaba en un rincón de la cocina expectante a cada movimiento como preparado para saltar como un resorte a la menor necesidad de mi acompañante. Vestía una camisa y pantalón que me dejaron con la duda de si se trataba de un uniforme o algo así. El tipo alto me mostró una serie de cilindros metálicos de dos palmos de alto en que guardaba distintos guisos, y una gran cacerola con arroz. Hizo un gesto y el chico me sirvió un plato de arroz con una de las salsas de los cilindros y me invitó a comer al estilo indio: con las manos. Accedí a la propuesta y empecé a toquetear la comida con los dedos, sintiendo el calor de la salsa y mezclándola con el arroz. Traté de imitar su hábil técnica para hacer una bola de arroz y llevármela a la boca y una explosión de sabores se me pegó al paladar. Nos servimos una copa de un ron bastante popular en la zona y no tuve más remedio que confesarle que des del principio su aspecto me había recordado más a un ruso de Siberia que al de un indio local, lo cual provocó una sonora carcajada.

Volvimos al salón y la fiesta fue decayendo poco a poco, como cualquier fiesta en casa que tiene lugar demasiado adentrada en la noche y con demasiados asientos demasiado cómodos, así que tocadas las cinco de la mañana decidimos tomar el rickshaw de vuelta a casa. Amit me acompañó hasta el hostal y por el camino repasamos la escena de las fiestas en Goa, cómo sería mi llegada dos días más tarde y con quién me aconsejaba contactar. Nos despedimos y se alejó de nuevo en la complicada telaraña de callejuelas de Mumbai que él parecía conocer como la palma de su mano.

Me derrumbé en la cama, respiré profundo y me dije “Ahora sí. Has sobrevivido al primer día en Mumbai y has conocido el contraste de sus trenes y sus hoteles de cinco estrellas y a un grupo de gente encantadora. Ahora puedes dormir tranquilo”.

Y vaya si dormí. Al día siguiente me desperté a las 2 del mediodía. Pensé que debería ir de nuevo a Colaba y visitar algunas cosas más pero simplemente no me apetecía. Preferí quedarme en el hostal, leer y escribir un poco, escuchar algo de música y dejar que las horas se agolparan en el reloj empujando las manecillas hasta que de nuevo la noche se apoderó del cielo de Mumbai. Para entonces Amit ya se había puesto en contacto de nuevo conmigo para invitarme a un lugar nuevo del que me había hablado el día anterior.

El WTF se encontraba al oeste de la ciudad y lo primero que pensé al bajar del taxi fue cuánto me recordaba aquella zona a alguna localidad costera en verano, como Salou, con el calor bochornoso, las luces de neón y un familiar aspecto de feria. Amit quería enseñarme el lugar y presentarme a algunos nuevos amigos y, teniendo en cuenta la noche anterior, nada me apetecía más.

WTF

Un enjambre de ventiladores colgaban de un techo de cabaña que dejaba el cielo medio al descubierto. El WTF tenía más clase que lo que podía percibirse desde la calle, y ni los neones ni el aspecto de feria eran su sello de identidad. Las mesas altas y taburetes se mezclaban con otras más bajas con bancos y el lugar entero respiraba una vitalidad que no había descubierto aún en Mumbai. Muchos de los jóvenes de la ciudad se daban encuentro en aquel adorable bar para charlar, tomar platos especiados y beber copas y cervezas. Sorteamos algunas de las mesas hasta que nos encontramos con sus amigos: dos chicas y tres chicos. Uno de ellos había estado en la fiesta del día anterior, el otro desapareció al poco tras tener una breve charla y del tercero creo que nunca llegué a oír su voz. Amit me presentó a todos y pedimos unas cervezas de una marca india “Kingfisher” cuya publicidad inundaba las calles de Mumbai. La chica sentada a mi lado se llamaba Ritu (aunque sonaba como “Ratu”) y tenía un acento distinto a los demás. Más europeo, aunque a priori me costó barbaridades entenderla. Tal vez por eso las 10 primeras frases que le dije fueron “please, can you repeat?” o “sorry, I really don’t understand you, try again”. Tenía una sonrisa pícara que moldeaba unos pómulos redondeados sobre los que reposaba la mirada más traviesa del local. Me pareció una de esas mujeres capaz de coger a un hombre, leerle la mente, mostrarle una porción de su deseo más oculto y luego desgarrarle el alma en mil pedazos; y todo ello sin dejar de sonreír con picardía. El largo cabello negro caía sobre sus hombros aunque, de manera estudiada o no, dejaba a la vista un enorme y precioso tatuaje que cubría casi toda su espalda. Afortunadamente mi oído se acomodó al tintineo de su voz hasta que pronto era prácticamente a la que mejor entendía y compartimos una interesante conversación sobre algunos temas profundos e interesantes sobre la vida, el amor y la India, y la vida y el amor en la India.

Un rato más tarde nos despedimos del grupo para dirigirnos de nuevo al China Lounge donde Amit tenía que trabajar. Esta vez la noche parecía bastante más animada. Los coches no paraban de llegar a la puerta del local, sin llegar a amontonarse pero en un ritmo incesante de vehículos de alta gama del que se apeaban, a partes iguales, hombres y mujeres con aspecto europeo y otros de origen indio con impecable estilo occidental.

China Lounge Club, Grand Hyatt, Mumbai

En el interior la fiesta me recordaba a cualquiera de las que pueden vivirse en los clubs más “pijos” de Barcelona, con botellas de champán decoradas con larguísimas y chispeantes bengalas que los camareros llevaban en volandas de un lado a otro, multitud de chicas ebrias con vestidos tan caros como cortos y chicos tan borrachos como sobones. Conocí a algunos amigos y amigas más de Amit y cuando la noche se hizo demasiado larga me despedí de él con la promesa firme de vernos pronto en Goa y con un repetitivo pero inevitable discurso de agradecimiento por parte mía al que él restó importancia.

Based on my current stay in Goa.
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