Viviendo The flame in the flood.

Alvaro Coll
Vidyalantes
Published in
3 min readOct 6, 2020

¿Cómo sobreviviríais si al despertar mañana estuviérais en un mundo postapocalíptico? ¿Correríais sintiendo la cuenta atrás del hambre y la sed buscando un atisbo de civilización? ¿Analizaríais la situación y aprovecharíais cada región al máximo?

Teniendo en cuenta que vuestra mochila tiene un espacio limitado, ¿a qué le daríais prioridad? ¿Comidas, bebidas, útiles de curación, herramientas…? ¿Os calmaríais para tener la mente despejada u os dejaríais llevar por el instinto de supervivencia?

Posiblemente ninguno lo sepamos realmente, porque afortunadamente no estamos en esa tesitura. Pero cuando un juego de este estilo te deja la pausa como opción, se te abre un abanico de opciones muy inusales en estas aventuras.

En mi primer viaje por el río busqué como loco maderas y tornillos, decidí invertir en la balsa, intenté ser lo más autosuficiente posible. Después de sufrir varias muertes de la protagonista, por hipotermia, inanición, deshidratación o por ataques de animales; el miedo a casi cualquier sombra durante la noche, a las llegadas repentinas incluso de su propio perro y a algunos relámpagos, hizo que planteara el mapa que se me iba planteando y generando en esta ocasión como una travesía en la que la precisión sería mi arma.

Viendo la decandencia del mundo, con casas flotando, y el sufrimiento que mi pobre aventurera me transmitía sin apenas hablar, no le hice frente a las inclemencias del tiempo, nada de ropa de abrigo, ya usaría refugios y hogueras, la piel de los animales me permitía ser más concreto en el viaje, guardar más enseres y crear utensilios más prácticos.

Con gusanos y plantas comestibles y duraderas, poder envenenar casi toda la carne me evitaba heridas y huesos rotos por culpa de los lobos, jabalíes u osos. Opté por descartar la idea del arco pronto, cuanto menos dependiese de objetos mejor, y guardé toda el agua que pude, vendrían las regiones de sequía… ¡nunca imaginé que echaría de menos estar empapada!

Y entonces llegó el momento, mi balsa estaba a un golpe de ser demolida y cada vez conducirla era más complicado, así que la decisión de mi vida fue gastar esas maderas y tornillos, tan multiusos, en crearme un timón. Algo tan tonto como eso fue la clave para llegar a buen puerto, ni las vendas, ni las cuerdas, ni siquiera el té que de tantas muertes me había salvado por culpa de esas malditas serpientes fue más decisivo. Otro se hubiera creado un sistema de calefacción o un sistema de purificación de agua, o hubiera gastado sus recursos en poder hacer más hogueras, pero lo único que no me podían aportar licorerías, iglesias, tiendas de cebo o gasolineras abandonadas era un timón con el que evitar mejor esas rocas y árboles traicioneros del río. Ni siquiera crearme un motor, dependiente del combustible disponible, me prometía llevarme a una posible salvación.

Aprendí a utilizar a unos depredadores contra otros, aprendí a superar el miedo a adentrarme a algunos sitios, pero también aprendí a hacerle caso al miedo cuando la situación me gritaba que era mejor no arriesgarse a avanzar por el bosque: que los beneficios eran pocos en comparación con lo que podía perder.

Llegar a los puntos clave era un alivio, ¿pero sabéis qué? Logré sobrevivir y ahora echo de menos esa adrenalina, creo que voy a volver ahí fuera, creo que si exploro ese mundo cambiante otra vez, tan triste, que tanto me hizo reflexionar incluso sin presentarme un gran dibujo del panorama, aprenderé cosas nuevas. Igual esta vez el arco es mejor solución, o hago esa trampa de caja para cazar, quizás esa ausencia de sociedad, de privilegios, hizo que valorara más todo, que me autoaconsejara: y mejoró mi autoestima, mi toma decisiones.

Hasta la banda sonora que entraba por mis oídos calmaba las enfermedades que iban acechándome. No había historia, simplemente éramos el chucho, la balsa y yo, y nosotros la creamos.

--

--

Alvaro Coll
Vidyalantes

Historias detrás de la Historia. Sentimientos que se heredan con los relatos.