A R T E
Una canción a coro con el alba, un lenguaje sin palabras…
Mis deseos eran describirle pero… no supe por dónde empezar. Más bien, la incapacidad que tienen las palabras para siquiera describir lo que Él es.
Entonces decidí dibujarle.
Empecé a trazar, me perdí en el lenguaje de sus ojos, hablaban de gracia y amor, decían: eres bienvenido, perdonado y libre.
Su cabello de “no te preocupes” aseguraba que no le tenía que temer a lo que se aproximara, que en sus manos había un hueco seguro para el alma, que en él consistía la verdadera vida, la verdadera calma.
Tracé en cada detalle de su rostro el patrón que me dictaba el corazón. Trazaba, sólo trazaba, mi pluma temblaba en mis manos mientras su danza en el papel blanco no planeaba descansar hasta intentar hacerle justicia al protagonista de aquel dibujo.
Todo se trataba de Él. Todo en el dibujo era una canción a coro con el alba, un lenguaje sin palabras que aclamaba:
“¡Él es Dios, Él es Dios. Y su misericordia es para siempre. Amén!”.
Satisfecha con el resultado di por terminado el dibujo, algo me decía que el cielo aún festejaba con las melodías de aquella obra. Cerrada la puerta, guardado el dibujo, el caballero del madero tintado sonrió.
…
