Apostolos, «el mensajero»

Isabel María González Granda
vocES en Español
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3 min readJun 2, 2024

¿Quién si yo gritara llegaría a oírme desde los coros de los ángeles? (R. M. Rilke).

Si la vida fuese una novela o una película aquel nombre no habría sido elegido de manera casual. «Apostolos», dijo, «mi nombre es Apostolos, aunque en Estados Unidos me llaman Paul».

Casi dos años después de la inesperada muerte de Javier, me dirigía a Atenas con mi hija Lucía, dispuesta a repetir las fotos de mi viaje de novios, en una especie de homenaje a mi marido que me ayudase a domar el dolor.

Cuando me subí en Zurich a aquel avión que me llevaría a Atenas creía que me esperaba un viaje aburrido: dos horas y media de vuelo a solas, dado que mi hija y yo no nos sentaríamos juntas. Un hombre de pelo gris y ojos azules estaba sentado ya junto a la ventana, mientras que una mujer joven ocupaba el asiento del pasillo. Yo me instalé en el mío, el del medio, con resignación. No sé cómo empezó entonces mi conversación con Apostolos antes ya del despegue, ni por qué yo me sentí inclinada a actuar de manera tan contraria a mi carácter, pero el caso es que cuando mi hija subió al avión unos minutos más tarde me encontró, para su sorpresa, en animada charla con un absoluto desconocido.

Como le costaba trabajo creer que yo pudiese estar inmersa en aquella conversación por voluntad propia y con genuino interés, Lucía se mantuvo atenta, por si en algún momento yo daba alguna señal de incomodidad y tenía ella que acudir en mi rescate pidiéndole a aquel hombre que le cambiase el asiento. Y su asombro crecía con el paso del tiempo, al verme hablar y hablar relajadamente.

Nunca antes había yo empleado el inglés para hablar de temas íntimos y me sorprendí a mí misma haciéndolo sin que nuestra conversación perdiese intensidad o naturalidad. Durante aquellas dos horas y media Apostolos y yo no estuvimos callados ni un minuto y aquel viaje me pareció demasiado corto. Al vernos, cualquiera habría pensado que éramos dos viejos amigos en vez de dos perfectos desconocidos. Hablamos de mitología griega, de viajes, de Zorba, el griego (su novela favorita y para mí todo un símbolo de la resistencia, la capacidad de adaptación ante la adversidad, la voluntad de vivir el momento con plenitud), de las bellezas de Grecia, de las flores de su jardín en Wisconsin… y también de asuntos personales. Él me habló de su infancia en Kalamata, de sus hermanos, de su emigración a EEUU a los diecinueve años, de su matrimonio fracasado, de sus hijas y su nieta, de la muerte por sobredosis de su hijo siempre problemático, de su viaje para depositar sus cenizas en la cima de un monte griego al que tiempo atrás habían subido juntos… Y me escuchó atentamente cuando yo le hablé de mi marido, de su importancia en mi vida, de su muerte, de mi dolor, del motivo de mi viaje, de mi miedo al futuro… Ambos nos emocionamos y se nos salieron las lágrimas en varios momentos, pero a ninguno de los dos nos hizo eso sentirnos incómodos.

La fuerza de Apostolos para conservar la pasión por la vida a pesar de las adversidades y el dolor, como un vitalista Zorba de carne y hueso, se me presentaba como un modelo a seguir, como una invitación a la vida. Y yo sentía que su historia me reconfortaba.

Instantes después del aterrizaje Apostolos recibió una llamada de su hermana en Kalamata. Lo dejé hablando con ella y desembarqué, suponiendo que nos encontraríamos poco después en la recogida de equipajes y podríamos despedirnos entonces.

Nunca volvimos a vernos.

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Isabel María González Granda
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Nada original: un diario personal, un bloc de notas, una manera de ordenar ideas y rescatar recuerdos que nos ayuden a entender la historia de nuestra vida.