Asirá de mí
Millar de peligros residen dentro, dentro mío…
¿Qué hacer sino horrorizarme y guarnecerme en un lugar seguro hasta que cesen sus bombardeos a mi mente?
¿Cómo evitar sentirme víctima y encontrar los pinceles suficientes para pintarme la fachada y la postura de valiente?
¿Debo luchar por zafarme de ellos cuando intentan absorberme o nada más y nada menos que permanecer inerte?
Y ¿qué digo?, pues, sinceramente, no espero respuesta alguna a estas preguntas que no sea recriminarme por ser culpable de bautizarlos residentes.
Por darles paso libre a esos peligros en el ayer, en el mañana y en el presente que ante mi descuido se acerca nervioso, desconcertado y silente. Que me observa con dolor y reproche por no haber sido lo suficientemente fuerte, por consentir con lo prohibido estando, y no, del todo consciente.
Y a pesar de saber que desde lo alto alguien más me mira, pero desde otro ángulo, desde otra lente… no puedo evitar que la desesperación corra por mis venas como un torrente.
Como si tuviesen fuerza de tropel, sin que pueda no sentir el baile de la derrota bajo mi piel.
Sin que pueda levantar la mirada si tengo que narrar los hechos de forma fiel.
Y ¿qué diré?
No podré evitar hacer poesía mientras las lágrimas en mis mejillas componen otros versos.
Tampoco verme al espejo sin evitar echarme en cara que todo es culpa mía y que merezco desprecio.
No puedo evitar admitir que aunque todo este discurso violento es mentira, lo siento vivo y me impide ver la lente de aquél que desde lo alto me mira.
Que desde lo alto mira y cuyas acciones y pensamientos no puedo intuir, suponer o discernir. Porque él me mira a mí; empero yo, desde aquí dentro, soy incapaz de verle a sí.
Pero algo sé, y es que él es bueno.
Que podría pasar un día… o mil, pero su diestra no me abandonaría,
su diestra asirá de mí.
…
