Biografía, cuatro tiempos

Andrés H.
vocES en Español
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7 min readFeb 3, 2024
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Supongo que es algo que nunca enseñan. A esperar. Pero la espera, luego de la pregunta, es tan crucial y memorable, como todo lo que quizás venga después. Suelo recordar con facilidad esos momentos en los que me he encontrado a la espera.

En aquella ocasión era por un café. Y aunque antes nos ocupara una clásica serie de preguntas y cuestionarios, hay algo de gravedad solemne en esas preguntas, cuya respuesta es la trivialidad de un verdadero o falso, pero que cargan consigo toda una serie de posibilidades e intrigas. Había estado observándola algunos días, gracias al predecible comportamiento de un calendario académico, sabría entonces que espacio ocuparía ella, las precisas horas de martes y jueves, la llevarían de regreso al salón de clases, a la silla que por casualidad estaría al lado de la mía, y por las siguientes horas nos ocuparía un juego furtivo de miradas y sonrisas que aparecen en el momento preciso.

La cotidianidad inocente, convertida en nuestro tiempo. Aprendí su nombre y descubrí que sus ojos son aún más verdes de cerca. Cerca, pero siempre a la distancia de un amigo o colega, las distancias milimétricas aún están reservadas para médicos y amantes, esas que convierten dos ojos en un cíclope o dos manos en una sola idea de quererse, le correspondían en ese entonces a un futuro aún por descubrir. Yo no pensaba en futuros, pensaba en ojos verdes, ojos que parecían una tormenta en un planeta remoto o una gema desenterrada en lo profundo de la selva.

Y el café agotado en sus tazas, y las excusas para alargar la velada que se van agotando rápidamente. Pronto resulta claro que no quiero que te vayas, y es puntual una lentísima caminata hasta los sitios donde nuestros caminos tengan que bifurcarse, sitios que conocemos como las palmas de nuestra manos, pero que hoy parecen vestirse de misterio y delirio. En algun momento, el espacio nos soltara, nos arrojara de regreso a la cotidianidad a los buses que no pasan y la realización que está lloviendo y hace frío. Y en medio de las pausas breves, los dos nos damos por vencidos, porque es mejor detenerse en una silla y hablar estúpidamente de lo fría que es la noche, de lo poco que se ven las estrellas, de lo mal que está todo. Y ver en tus ojos condensarse la súplica y ver en los míos la idea, de hacer de esa vieja silla el centro del universo, y las causas y los azares, que me llevan lentamente a tus labios, a pronunciar alguna súplica silente, dejaré que mis palabras reposen sobre tu boca y que solo las horas, el tiempo puedan borrarlas, futuros implacables donde no encontrarte, días sin flores.

Toda historia merece un epílogo. El epílogo queda de ejercicio al lector.

Su voz, mediada por primera vez a través de una máquina de unos y ceros. Suficiente para capturar una dulzura tímida y una sonrisa reflejada en unos cuantos millones de píxeles. Ahora, esas casualidades de escuela han dado lugar a otras agendas precisas y planeadas, se han cambiado clases por meetings y agendas, y la necesidad del cliente y las horas por cobrar. Es todo un poco más de lo mismo, y las obligaciones similares, aunque nos veamos obligados a tratar todo aquello con un poco más de solemnidad adulta, después de todo es un trabajo ¿no? Y siguen las obligaciones, y no olvides calendarios y meetings, y no olvides abrir el micrófono para decir Thank you bye.

Y en medio de las obligaciones, las acciones opcionales. Como esperar religiosamente que sean las 9:00 de la mañana para escribirte un mensaje de buenos días, mientras espero en las breves respuestas algún tipo de señal milagrosa, que esperando es más fácil creer en lo poco probable, en lo imposible. Y lentamente le voy ganando al tiempo, lentamente creo encontrar entre letras, emojis y llamadas, una ruta a algo que parece un corazón, y aun cuando poco a poco, mis estúpidas ideaciones me van acercando más a ti, poco a poco voy viendo ese corazón cubierto en una niebla densa y fría. Densa y fría, como el otoño que nos correspondía ese año, que frías tus pisadas en la nieve que vendrá después, que he de seguir como peregrino mientras aguarde por nuevos momentos en los que conjurar preguntas, en los que decir, en los que amar con los ojos cerrados y lejos de la mirada de nadie. Pero ese es el futuro y si algo he aprendido, es que él y yo no somos amigos.

Pero en el hoy, regresas a mi casa. La última vez que partieras de aquí marchaste como una sonrisa nueva, nueva, porque todas las otras las conozco, las he catalogado cuidadosamente; ahora y así, esperaba pronto verte de regreso. Es momento del regreso. La humilde luz de una lámpara a medio encender y los restos de una jornada laboral que reposan en papeles, post-its, agendas, y calendarios, ah calendarios, quédate conmigo lo suficiente y me podrás escuchar decir lo mucho que odio los calendarios, promesas de días vacíos, por llenar, invencible tiempo que marcar en el papel.

Y en el silencio tus primeras lágrimas. Y tu tristeza indescriptible, lágrimas frías empañando perfectos ojos negros, y yo perdido, tratando de hacer las promesas debidas y asegurarte que todo estará bien. Debí decirte la verdad, que yo también tengo miedo, que tu tristeza me partió el alma en mil pedazos y que al menos una docena no he sabido encontrar. Bajo la luz de una lámpara artificial, el beso que habría de contagiar esa nostalgia perpetua, el que voy a contar mientras queden líneas en esta biografía.

Se fue con la nieve y los aviones. Odio los aeropuertos casi tanto como los calendarios.

El tercero, habia guardado en pausa por una cantidad contada de años. Pero las circunstancias y el tiempo hacían de las suyas, y quizás en esos primeros años, yo no fuera más que otro amigo de una larga lista. Sin que eso significara una tragedia de desamor, era más bien la idea de otro tipo de encuentro y circunstancia de otra vida.

Así vivimos vidas separadas, presumiblemente sin pensar en el otro por largas temporadas, acaso cumpliendo las formalidades, mensajes de cumpleaños, risas encapsuladas en la brevedad de conversaciones a distancia.

No deja de haber nerviosismo en las operaciones de inicio. Incluso cuando las intenciones son tan claras, incluso cuando todos los demás se han marchado de la mesa y todo lo que nos queda son dos sorbos de cerveza tibia y un paquete de maíz pira que ya nadie quiere comer, eso y una noche que garantiza una despedida y nuevas jornadas de distancia. No puedo dejar de temer acerca de expectativas y vida, te confieso que mi corazón se encuentra en otro lugar, acaso encapsulado en un invernadero a miles de kilómetros de distancia, pero acá no venimos a soñar una vida juntos o imaginar esos futuros que exorcizamos hace tiempo, vinimos a dar por culminada una vieja tarea, podremos ir a la tumba en paz sabiendo lo que esperaba al otro lado de esa puerta.

A veces es inútil un ejercicio como este, de tratar de regresar a donde inicio todo, o donde iniciaron ciertas cosas. De volver a primeros momentos. La memoria no es un casete que pueda ser rebobinado a voluntad, es una amalgama de tiempos y verbos, de presentes y futuros, y de acciones, elecciones, ideas, expectativas, sueños, la memoria no es memoria, es todo lo que tengo.

Y ahora te haces un lugar entre la memoria. Amiga de largos almuerzos, encuentros concertados a la sombra de una amistad, sin más agenda que quizás sentirnos ligeramente menos solos. Pero los almuerzos se convirtieron en largas charlas, y luego nos graduamos a tazas de café en la tarde, y en ciertos días, cuando el clima y el alma lo demanda, a bares y sitios secretos, a la complicidad de andar por ahí con los corazones rotos y sin más remota idea de que terminaríamos intercambiando algunas de esas inquebrantables piezas. No se aceptan devoluciones, yo ya no sé que hacer con ellas.

Estoy de regreso a tu puerta. He estado en tu casa antes, pero ahora me siento como un desconocido, acaso temiendo ser rechazado por tus espacios y lugares, ¿Esperas de mí que siente en tu sofá? ¿Que te espere en la entrada mientras ordenas tus pensamientos? ¿Hay un lugar para mí en la cocina? Puedo mirar por la ventana mientras terminas de ubicar tus manos nerviosas mientras yo mismo descifro las últimas señales.

Finalmente, la gravedad es demasiado fuerte y ese sillón se acomoda para recibir nuestros cuerpos cansados. Mis manos buscan con paciencia las tuyas, que se escudan con cautela en la retórica del miedo, de la vieja amistad, del día de mañana. Pero la casa es tuya, la invitación tuya, las cartas jugadas y en mi mano la mitad de una flor imperial; la otra mitad me espera en tus labios inmaculados, qué reciben a los míos con calculada timidez primero y luego con la certeza de que a todo ese miedo y duda y temores, se le puede agregar un instante de tiempo, preservado entre secretos e instantes anónimos. Déjame olvidar los calendarios. Quédate mientras puedas, que todo lo que tengo es memoria, que el tiempo todo lo devora.

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