De la tinta y el plomo
Se llamó Henry Holguín.
Si te pica la machaca, hay que hacer el amor inmediatamente: de otro modo, mueres en 24 horas. La machaca, un extraño insecto del Putumayo, terminó por hermanar a Eros y a Thanatos, a la Muerte y al Sexo, y en eso emparenta con la hembra de la Mantis Religiosa. También la Mantis ata los placeres de la carne al sinsentido de morir, pues se devora al macho tras el sexo.
La machaca, un insecto alargado y pardo, monstruoso, ha puesto a miles de colombianos a entregarse a la pequeña muerte que evita la muerte grande y verdadera. ¿Y dónde más, si no en Colombia, podía ocurrir este hechizo fatal que sólo se cura entre sábanas?
Henry Holguín, el periodista caleño, escribe del asunto hace más de 50 años en la revista Cromos, cuando no había internet, ni redes sociales, ni teléfonos móviles, y en pocos días el país cae completamente embrujado por la machaca. El sexo que vacuna de la muerte se extiende como pólvora en uno de los países más mojigatos de América, urgido de achicar tapujos.
“Cuando ese aguijón se clava en la carne humana, la víctima sale corriendo pidiendo ayuda a gritos. El dolor es muy fuerte y ocasiona después una especie de sopor que va creciendo por momentos. Si se hace el amor inmediatamente no ocurre nada. Si no, antes de 24 horas vendrán los dolores y la víctima muere indefectiblemente”. Eso escribe Holguín en la revista Cromos y el país entero le cree. Y añade en la crónica: “El insecto del amor y del sexo, ha “prestado” su nombre al ingenio popular. El gril más conocido de Orito (veinte mujeres día y noche), se llama “La Machaca”. (Los chistosos no le dicen gril sino “Centro de salud”)”.
La machaca de Henry Holguín, un jovencito de 21 años, está haciendo su pequeña contribución a la liberación sexual de Colombia, de la mano del hipismo urbano, la salsa que se baila en una baldosa, y los moteles, esa próspera industria que empieza a crecer justo al lado de cada rumbeadero en las afueras de las ciudades del país. La machaca se convierte en tema de conversación, música bailable, motivo de risa, pretexto para todo tipo de escarceos sexuales, y razón de celebraciones orgiásticas en un país que todavía llama libertinaje al sexo extramatrimonial, bastardos a los hijos concebidos por fuera del matrimonio y aberración a toda forma de homoerotismo.
¿Y qué fue de la machaca?
30 años después, Henry Holguín confiesa en una entrevista lo que todos sabían: la machaca jamás existió.
Un hombre malencarado pregunta por Henry Holguín en la panadería de la Urbanización El Aguacatal. El panadero, más bien deslenguado, no sospecha del sicario y con diligencia le indica con exactitud dónde vive el periodista. Unos minutos después, toda la urbanización salta de sus camas, alarmada, por siete disparos en la madrugada y el rugido de una moto que huye.
Saturia Bazante dice que esa mañana de viernes, casi hacia las 6 am, trotaba por las calles del barrio cuando escuchó los disparos. Que habían matado a Henry Holguín, le dijeron los vecinos que atendieron al periodista después de la balacera.
Pero Henry Holguín no se murió ese día, aunque perdió varios metros de intestino. Tampoco se murió tras nueve atentados que, antes del de la Urbanización El Aguacatal, lo habían convertido en un hombre que no muere. No lo mataron los 17 secuestros de las Farc ni los dos juicios revolucionarios de la guerrilla. Ni las dos cornadas que casi le alcanzan el corazón. Ni el paracaídas que no abrió. Ni la moto de la que cayó triturándose el brazo.
La machaca, que no existe, lo había hecho inmortal.
Henry Holguín creció amamantado por las tintas de la linotipia de Cromos, donde su mamá, la cronista Margarita Cubillos, lo dejaba al cuidado de los linotipistas. Se hizo periodista antes de caminar, dicen. Lo arrullaban las enormes máquinas de imprimir. A los 9 años huyó de su casa y sobrevivió como embolador en la Plaza de Caicedo, robaba libros en la plaza de Santa Rosa para venderlos a precio de huevo, y a los 13 años se hizo pasar por periodista y cubrió para la radio Todelar el accidente de un bus escolar en Pance, al sur de la ciudad. Mensajero, embolador, aseador en el periódico El País, terminó convirtiéndose en un apreciado redactor, periodista y reportero de crónica roja y política. Reconocido en la ciudad de Cali entre los sectores populares, no dudó en lanzarse a la arena política.
En 1988 se candidatizó a la Alcaldía de Cali, y perdió las elecciones por estrecho margen contra Carlos Holmes Trujillo, uno de los poderosos barones electorales de la ciudad.
Ese año, fue víctima del atentado que casi termina matándolo en su casa de la Urbanización El Aguacatal donde hoy, por esos giros del destino, crece una panadería: La Milagrosa.
Que su casa era su piel, decía: soy como esos cangrejos ermitaños que cargan con su casa a donde van. Y como supo que lo matarían si se quedaba en Cali, huyó a Guayaquil, Ecuador, donde convirtió un periodiquillo de 7 mil ejemplares diarios, en un popular e influyente medio de 200 mil ejemplares diarios.
Con cuatro nietos, seis hijos, ocho matrimonios, cuatro infartos y 14 cirugías encima, Holguín se murió del corazón en 2012, en Guayaquil, fuera de Colombia. Quizás si hubiera seguido en Colombia, todavía estaría vivo.
Fuera del país, la machaca no ejerce su hechizo.