El caballero solitario

Jack Shinagawa
vocES en Español
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3 min readMay 30, 2024
Foto de Jonathan Kemper en Unsplash

De pronto, empecé a sentir la necesidad de salir de la cueva. Llevaba demasiado tiempo ahí metido, esperando algo que incluso yo desconocía…

Necesitaba respirar aire fresco y limpio. Así que sacudí el polvo de mi armadura, subí a lomos de mi mantícora, y me dispuse a iniciar el vuelo.

Me alejé de ahí. La cueva quedaba cada vez más lejana. De repente sentí algo de añoranza. A fin de cuentas, ese lugar me había protegido. ¿De qué…? Tampoco lo sabía. Puede que de mí mismo. Sin embargo, sabía que, en algún momento, yo volvería a la oscuridad y la humedad de mi cueva…

Tarde o temprano, todos acabamos volviendo.

Después de tanto trasiego, quería que todo se asentara. Como un vaso de agua con la arena recién removida. Necesitaba dejarlo reposar para poder… (no lo sé)… ¿Ver las cosas más definidas? ¿Conseguir cierto orden? y, entonces, ¿trazar alguna especie de plan?

En esta ocasión decidí no hacerlo. Esta vez me dejaría llevar.

Me acerqué al río, y busqué mi reflejo en la orilla. Quería conocer quién seguía siendo yo. Pasado todo este tiempo, creía haberlo olvidado. Y la imagen que vislumbré me alarmó; me recordó lo que había sido en un momento, sí. Pero algo había cambiado. Algo que la hacía diferente a la que una vez conocí. Y no supe si aquello iba a ser bueno o malo.

La cena estuvo bien. La mantícora se tragó un carnero de un solo bocado. Luego, se despidió educadamente alegando que tenía sueño y emprendió el vuelo de regreso a la cueva.

Los comensales llenaban la estancia con sus voces cada vez más alegres y estridentes. Entre tantos ojos y manos, no esperaba encontrarme con una mirada especial. Con un rostro hermoso. Con una boca sugerente. Y yo no decidí nada. Fue de nuevo la vida, y su talante truhan y juguetón, quienes me metieron en aquel lugar oscuro de muros temblorosos y lleno de gente. No fui yo quien encendió los rayos de luz roja que cortaban la oscuridad creando ilusiones visuales complejas e imposibles. Yo no elegí que, de repente, mi olfato percibiera el aroma de su cabello. O que mis labios rozaran ese cuello. Ni mucho menos que su cuerpo se pegara al mío buscando fundirse en una sola cosa.

“Vámonos a otro sitio” — propuse sin pensarlo demasiado. Y agarré su mano para salir de aquel tugurio. Su tacto me erizó la piel.

De camino a su morada hablamos como pudimos en idiomas diferentes. La comprensión brillaba por su ausencia. Al llegar al portal, me invitó a subir (eso sí que lo entendí a la primera), y así lo hice. Una vez dentro, me enseñó todas sus habitaciones. Era una casa grande, y aún estaba en obras. Me pareció curioso ver montones de escombros acumulados aquí i allá…

Seguimos hablando un rato. Y seguíamos sin entendernos mucho.

Luego me despedí. Le di un beso de buenas noches y me marché a casa cuando los primeros rayos de sol rompían las aguas del paseo marítimo.

A fin de cuentas soy un caballero solitario. Sin doncella y sin escudero. Y he dejado de ver gigantes donde solo hay molinos.

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Jack Shinagawa
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Canalla lanzando preguntas a la inmensidad de un abismo.