Martí Pescador

Jack Shinagawa
vocES en Español
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4 min readJul 21, 2024
Image generated by DALL-E, an AI model by OpenAI.

Martí es todavía un niño. Pero tiene una cosa clara: quiere convertirse en el mejor pescador del pueblo.

En la playa hay amarrada una pequeña barca que él mismo ha construido con la ayuda de su padre. Ama ese bote más que a nada en el mundo. Se encarga de tenerlo en las mejores condiciones. Cada mañana unta la madera con brea y estopa. Y lo hace poco a poco: con dedicación, cariño y esmero.

Más tarde, se sube a ella. Y desde ahí, contempla el horizonte…

Y así le pasan las horas.

No hace nada más.

Luego se duerme plácidamente, mecido por el suave vaivén de las olas que rompen en la orilla.

“Un día de estos, saldré a pescar. Pescaré el pez más grande que exista”, se dice a sí mismo.

Pero hay un problema: A Martí, le da miedo el mar.

Teme lo que esconden las profundidades. Le asustan los hoyos, los pozos, los sepulcros… Le aterroriza la inmensidad de lo oscuro y lo desconocido. También le inquieta lo monótono y lóbrego de sus formas. Los agujeros. Esos que se cubren a sí mismos sin dejar rastro.

Porque Martí aún no ha conseguido meter los pies en el agua. Ni siquiera eso. Juega a esquivar las olas que rompen en la orilla. Teme que algo pueda agarrarle de los tobillos y arrastrarle a lo más profundo del océano. Y eso le provoca temor, pero también le atrae… Porque en eso consiste la pasión por vivir; en mezclar miedo y fascinación.

Un día su padre, al salir de la taberna, tiene una mala idea. Busca a Martí por el pueblo y, cuando le encuentra, lo agarra con fuerza y lo alza en volandas. “Se acabó el miedo”, dice. Le lleva a rastras hacia la costa. Luego se sube a una roca con el pequeño a cuestas y, desde ahí, como si fuera una simple piedra, lo lanza al mar.

En el agua, el niño patalea y agita los brazos de manera desesperada. No emite sonido alguno. Pero se retuerce. En ese momento, aparece en el corazón de Martí un profundo sentimiento de traición. Algo que no puede evitar. Algo que pesará mucho y que le durará toda la vida.

Y de repente, el enorme brazo de su padre lo saca a flote. “Si sigues así, nunca conseguirás nada de lo que te propongas”, vaticina con voz grave. Y no hay lágrimas. Ni sollozos. Solo algo que sedimenta en el interior del niño. Algo diminuto y lleno de amargura. Algo que le impide llorar cuando, un día, su padre no vuelve a casa después de la jornada de pesca. Quizás se ha ahogado en el mar. Quizás cayó por las rocas. Quizás simplemente les abandonó. Nadie lo sabe. El caso es que, en el fondo, todo eso le da igual.

Martí crece. Ahora ya es un joven con la piel curtida por el sol. Pesca con su caña en la orilla. Siempre lo más lejano posible del agua. Y sigue soñando con la alta mar. Pero el miedo también crece.

En el pueblo aparecen caras nuevas. Turistas, empresarios, gente diferente a la habitual. Y entre todos esos rostros desconocidos, el joven pescador descubre una mirada: unos ojos verdes, unas mejillas sonrosadas, la fina sonrisa de unos labios carnosos. Y una noche, por vez primera, en su barca, Martí duerme acompañado.

A la mañana siguiente, de nuevo, vuelve a estar solo. Se levanta y mira hacia atrás; las casitas han desaparecido para dar lugar a grandes edificios que llenan la playa de extrañas sombras. Han abandonado el faro del rompeolas. Los chicos jóvenes van ahí a fumar a escondidas. Pintan garabatos en sus paredes. Martí ya no es un chico. Martí ya no se siente joven. Pero sigue contemplando el horizonte, desde su barca. Porque un día conseguirá pescar el pez más grande. Eso es lo que se dice a sí mismo.

Y sigue teniendo miedo. Y ya no solo del mar. Hay algo frío y hueco en las profundidades de su pecho. Algo que ha aparecido con el paso de los años y que ahora le pesa en la espalda, en las piernas, los ojos.

Martí ahora es un anciano enfermo. Hoy yace febril en su barca. Alguien que paseaba por la playa le ha colocado una manta encima. Martí tiene un sueño. En él, navega con su barca por las aguas hasta lo más profundo del mar. Ahora ya no tiene miedo. Ahora, por fin, ha llegado la hora de pescar. Y lo hace en sueños. Y en sueños logra lo que ha deseado toda su vida: pescar el pez más grande que nadie haya podido imaginar nunca. Con el pez aun batiéndose entre sus brazos, Martí se duerme para siempre.

Image generated by DALL-E, an AI model by OpenAI.

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Jack Shinagawa
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Canalla lanzando preguntas a la inmensidad de un abismo.