Sombras

Jack Shinagawa
vocES en Español
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3 min readMay 12, 2024
Foto de Luís Eusébio en Unsplash

Bajé la mirada y la vi ahí, pegada a mis pies, tan perseverante e impertinente como siempre. Como una caricatura exagerada de mí mismo. Larga y oscura como las noches de insomnio.

Al principio corrí para escapar de ella. Me perseguía a grandes zancadas. La odié por ello. Quería alejarme, que me dejara en paz. Pero no logré que se despegara de mis pies. Desesperado, le lancé la botella que estalló en mil cristales contra su silueta. Pero ella seguía allí, inmutable.

Me detuve bajo una farola que alumbraba de forma tímida aquella extraña noche sin estrellas. En aquel callejón oscuro y sórdido, ahora la sombra parecía más grande que nunca. El viento sopló y una lata tintineó en algún lugar. Por un instante, me pareció oír reír a alguien. Aquello me hizo estremecer.

Sin darme cuenta, me encontré de rodillas. Con los ojos llenos de lágrimas que cayeron al suelo. Con las palmas de las manos, luego con los puños, intenté limpiar la sombra. Frenético, deseaba hacerla desaparecer, borrarla de la existencia.

Pero fue imposible.

Preso del delirio y de un profundo sentimiento de vulnerabilidad, llegué a escupir sobre ella… Ahora estaba iracundo.

… Y entonces, por algún motivo que desconozco, me sentí culpable. ¿Por qué escupí? ¿Por qué hice algo así? ¿Cómo podía haber llegado hasta ese miserable punto?

Pero la sombra ni se inmutó. No había nada que hacer. Hiciera lo que hiciera, seguiría allí durante mucho tiempo. Yo envejecería, pero ella permanecería a mi lado. Continuaría siguiéndome a todas partes. Me acompañaría, incansable, hasta el día en que mi cuerpo dejara de moverse y fuese a parar a un lugar largo y estrecho donde ya no existiera lugar para ella… Donde ya no hubiese luz que la permitiera existir.

Me pregunté si aún seguiría en pie el árbol con el que construirían esa caja…

Me sentía culpable. Avergonzado también. Sentí el deseo de pedir perdón y, a la vez, de querer ser perdonado. La angustia se apoderó de mí. Me retorcí…

Y la sombra hizo lo mismo.

Volvió a tintinear la lata. O quizás no fuera una lata. Volví la mirada y vi al niño. Era él quien reía. Pero no de forma hiriente. Reía a pleno pulmón, con la risa más tierna y sincera que había oído en mi vida. Aquello me conmovió.

Con cada gesto, con cada movimiento que yo realizaba, el pequeño estallaba en carcajadas. Disfrutaba de aquello como si fuese un espectáculo de sombras chinas.

“Mira”, decía. “¡Aquí un tigre! ¡Aquí un oso! ¡Aquí una serpiente!”.

Eran risas llenas de júbilo y carentes de falsedad. No había ningún artificio en su hilaridad. Su jolgorio eran pequeñas explosiones de confeti, que llenaban de color aquella noche oscura.

Seguí con el espectáculo hasta bien entrada la mañana. Justo cuando el sol apareció y, con los primeros rayos, mi sombra se ocultaba. Con el alba, el espectáculo tocaba a su fin.

Me pregunté quién sería aquel niño.

Estaba claro: aquel niño también era yo.

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Jack Shinagawa
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Canalla lanzando preguntas a la inmensidad de un abismo.