¿Confiamos en nuestra opinión?
Hace tiempo leí sobre un experimento de un psicólogo social, Solomon Asch, que en 1950 se dedicó a estudiar el proceso de toma de decisiones y en particular la conformidad. Para eso realizó un experimento muy interesante.
Probemos hacer el mismo ejercicio y veamos cómo nos resulta. Mirá detenidamente las tarjetas de la figura y respondé: ¿Cuál de todas las líneas -A, B o C- es igual a la línea de la primera tarjeta? Si no tenés ningún problema de vista seguramente me dirías que la respuesta correcta es la C. Estamos de acuerdo. Ahora, imaginate en una habitación con 20 personas, un profesor delante haciendo la misma pregunta y 19 personas antes que vos que contestan, para tu sorpresa, que la respuesta correcta es la A, ¿mantendrías tu opinión?
En mi caso, seguramente me limpiaría los vidrios de los lentes, miraría la figura nuevamente, me preguntaría si el resto está viendo algo que yo no veo y ante la evidencia del caso probablemente respondería C. Esto es lo que efectivamente Solomon pensaba que sucedería. Pensaba que los estudiantes se mantendrían fieles a su visión. Sin embargo, no fue así.
Solomon reunió en un salón a 9 participantes, 8 de los cuales colaboraban con él y solo 1 de los estudiantes desconocía completamente que era sujeto del experimento.
Lo simplifico, pero si les interesa aquí está el experimento completo.
Comenzó la prueba y el profesor mostró las dos tarjetas de la figura. Cada participante, siguiendo su turno asignado, respondía a la pregunta. Los 8 complotados tenían que dar una misma respuesta falsa para comprobar cómo actuaba el noveno. Asch los organizaba de forma tal que el estudiante que no estaba complotado siempre contestara en último lugar, después de haber escuchado la opinión del resto de los participantes.
Tras repetir la prueba 18 veces con 123 estudiantes, Solomon concluyó que una de cada 3 veces, el participante no cómplice estuvo de acuerdo con la respuesta mayoritaria. Aún sabiendo que su respuesta era claramente incorrecta, aún contradiciendo su propia visión, respondía señalando la respuesta errónea de la mayoría.
¿Cómo puede ser? Solomon se sorprendía una y otra vez con los resultados. En la mayoría de los casos, los participantes señalaban que distinguían cuál era la línea correcta, pero no querían enfrentarse a críticas, tenían miedo a equivocarse o a hacer el ridículo.
Lo que se denominó «efecto Solomon» ocurre en muchísimos ámbitos. Tal vez no sea siempre igual de claro y evidente como en el ejercicio que hicimos, pero ¿cuántas veces cambiamos nuestra opinión porque el resto sostiene una opinión contraria? ¿Hasta qué punto somos capaces de renunciar a nuestro punto de vista a favor del de la mayoría? ¿Hasta qué punto podemos resistir la presión de quienes nos rodean?
Saquen sus propias conclusiones y vean si fueron víctimas del efecto Solomon. A mi me voló la cabeza pensar que estamos más condicionados de lo que creemos. A todos nos encanta creer que no nos dejamos influenciar, que tenemos una personalidad fuerte; que tenemos control sobre lo que decidimos, el por qué y el cómo lo hacemos. Pero Solomón demostró con sus estudios que es muy difícil que mantengamos nuestra opinión frente a la presión del resto. En definitiva, tendemos a ceder.
Según las investigaciones de Asch y de otros psicólogos posteriores existen factores «esperanzadores» frente a esta presión:
- Tener al menos una persona que se desmarque en el consenso de la mayoría nos libera de la presión grupal.
- No es lo mismo dar nuestra opinión antes que hacerlo después de haber escuchado a la mayoría.
- Existen sociedades más y menos conformistas.
Si conocemos el mecanismo, tal vez tengamos más escudos para reconocernos en estas situaciones, hacer la diferencia y confiar en nuestra opinión.