Liberarnos sin destierro
La ciudad como solución.
Pesaj, la fiesta de la libertad, celebra la salida de un pueblo de su esclavitud en Egipto y la posterior entrega de las Tablas de la Ley a Moisés ¿no es esto irónico? ¿por qué la libertad se celebra con leyes? En principio habría que preguntarnos: ¿a qué llamamos trabajo y a qué esclavitud?. La diferencia radica justamente en el límite, las reglas, el contexto, las condiciones. Lo que podemos hacer que nos retribuye un bienestar, y los límites de nuestra salud mental y física. En el ámbito laboral, habríamos encontrado y seguimos debatiendo sobre un punto medio óptimo, al menos en lo que a leyes respecta.
Las leyes son esas reglas que nos ayudan a establecer, como decía Sartre, que “mi libertad termina cuando empieza la de los demás”. Es decir, que mi derecho a moverme por la ciudad, por ejemplo, no debería ir en contra del derecho a un ambiente saludable para todos. Sin embargo, esto en la ciudad difícilmente ocurra, al amparo de muchas leyes y concepciones que durante mucho tiempo han considerado al automóvil como símbolo de la libertad personal y del progreso. Pero también son los cobardes los que se cobijan bajo las normas, dice Sartre, así que quizás haya que pensar en la liberación de este nuevo Egipto que hemos creado.
La ciudad nos azota con varias plagas modernas. Cuando una máquina como el automóvil, puesto en nuestras calles, mata a más de 5000 personas por año, solamente en Argentina, y es la primera causa de muerte de menores de 30 del mundo, ¿es accidente o es un problema sistémico? se plantea el ciclista activista Henrik Lundorff. El tránsito parece ser una de nuestras mayores plagas.
En una ciudad sin estrellas por el smog, declaré mi amor diciendo que cada auto era un “te quiero”. Era mucho auto, mucho smog, y por supuesto, muchos te quiero. Nada de eso tuvo un punto medio. Mala suerte para mí, pero mucha peor suerte para quienes respiran ese aire. Si de relaciones tóxicas se habla, la relación con nuestra manera de movilidad es la peor que llevamos como especie.
En 2010, un estudio de la NASA declaró que los automóviles eran oficialmente el mayor contribuyente neto de la contaminación. Y según la OMS, una de cada ocho muertes en el mundo pueden ser provocadas por la mala calidad del aire. Esto es 3,3 millones de muertes prematuras al año. Como vemos, el problema es grave y no parece tener límites ni nuevos mandamientos. Los suburbios e idílicos barrios residenciales, tampoco parecen ser la respuesta, ya que sus habitantes vuelven a las ciudades para trabajar o estudiar, con más autos, mayores trayectos y provocando una mayor congestión.
Además, las ciudades demasiado extensas y poco densificadas, tienen problemas a la hora de plantear un sistema de movilidad sostenible. Una ciudad compacta con densidades medias es mucho más eficiente. Los sistemas de transporte público pueden recoger muchos más pasajeros durante sus recorridos, solventando mejor sus gastos; y las distancias al trabajo, espacios de recreación o compras cotidianas, pueden quedar a unos cuantos minutos de caminata o bicicleta. La mayoría de nosotros nacimos con una ciudad heredada, entonces, qué vino primero: ¿el huevo o la gallina?. “Los seres humanos hacemos la ciudad y esta nos hace a nosotros”, dice el urbanista Jan Gehl.
Las ciudades han sido la solución a lo largo de nuestra historia a muchas de nuestras necesidades y problemas, y siguen siendo hoy fuente de innovación, encuentros, lazos, cultura y servicios necesarios para nuestra subsistencia. Alejarnos al destierro de los suburbios es una pérdida de todo esto. Es claro también que ya muchos humanos no vivimos en aldeas, las ciudades se han complejizado y no es posible pensar la movilidad exclusivamente desde el sector no motorizado. Sin embargo, algunos cambios en la planificación y, sobre todo, en las prácticas y costumbres ciudadanas, puede hacer que tengamos mejores resultados a corto, mediano y largo plazo, para no volvernos esclavos en nuestras propias ciudades.
El coche era una tecnología inteligente hace casi cien años. Pero a medida que las ciudades se densifican –y no hay otro crecimiento posible– se convierte en un estorbo, remarca Jan Gehl. Es que donde se estaciona un auto, entran 5 bicicletas, lo que significa más personas llegando al centro y a los comercios, y menos congestión y contaminación en las calles. A su vez, la bicicleta te conecta con la ciudad de una manera mucho más amable y trae esa nostalgia y diversión de la niñez que supimos tener. El peatón reconoce muchos más negocios locales y descubre la ciudad a un ritmo diferente.
La vitalidad de los barrios se vuelve más intensa pero menos bulliciosa cuando modificamos nuestras formas de movernos. El privilegio y la libertad que te otorga la bicicleta es innegable para quienes la utilizan y también para el tráfico que se aligera. Quizás tan solo necesitemos más infraestructuras, políticas sostenidas y nuevas prácticas para abrir las aguas y salir de este Egipto. ¿y vos, cómo vas a colaborar para nuestra libertad colectiva sin destierro?