La Piedra de Berdel (Capítulo 1)

Brian Leonel Miño
Voy a preguntar todo
6 min readMar 25, 2019

Se filtraba una tenue luz por la ventana, luz que anunciaba un mal augurio. Según Genn, levantarse a esa hora debería ser ilegal, prácticamente un castigo que ni a su peor enemigo desearía.

Abre un ojo de a poco, al ritmo de su despertador. –<< ¿Ya pasó toda la noche?>>- Se preguntaba, mientras de mala gana se acomodaba sobre el borde de la cama. –<<Ufffff…>>- Dijo, utilizando esa pequeña exhalación como bastón para levantarse al fin de su tan apreciado paraíso.

Hoy todo cambiaría, sólo que él aún no lo daba por sentado. Sentía un particular brillo en el día, y no era el hecho de que el Sol resplandecía como si nunca fuera a apagarse, claro que no. Todo estaba diferentemente igual, todo en su lugar como de costumbre, pero como alguien dijo una vez, con cada observador aparece una nueva imagen. Y así se levantó, con una extraña sensación de que algo iba a pasar, pero no sabía qué. A pesar de esto, decidió hacer caso omiso a ese sentido de alerta que se despertó junto con el estridente chillido de su alarma y salir a disfrutar de ese día <<normal>>.

Desayunó ligero, como usualmente lo hacía, yogurt y cereales acompañado de una fruta para el camino. Lavó esa reluciente manzana, se puso sus auriculares y se aventuró en esa peculiar mañana de sábado. –<<Goodbye Blue Sky>>- Sonaba de fondo en su cabeza mientras comía su manzana. En su mente solía hacerse preguntas, que siempre iniciaban con << ¿Qué pasaría si…?>>. Eran muy amenas las charlas consigo mismo.

Mientras terminaba de devorar el último bocado de su manzana, se encontró con la entrada de su lugar favorito para perder el tiempo, el Mercado.

A Genn le gusta empaparse de los aromas del mercado, frutillas frescas y ese olorcito a kiwi que casi podía saborearlo en su boca. Ese pequeño mercado llevaba varios años en el barrio, se consideraba el epicentro culinario de la zona. Carnes, pescados, frutas, verduras y productos de todo tipo se podían encontrar en sus amplios y grises pasillos, iluminados naturalmente por los rayos del Sol que se escabullían por los numerosos tragaluces del techo. En fin, podría ser un desvío innecesario para algunos, más para él, una parte esencial de su paseo. Caminando, oliendo y pensando, de repente se tropieza con ese algo diferente, con esa sensación extraña de toda la mañana. Se materializaba ante sus ojos en forma de una pequeña tienda de antigüedades que jamás había notado en sus tantos paseos por el húmedo mercado cercano a la boca del subterráneo. Había una extraña fuerza que lo atraía, -<<oportunidad>>- como solía decir en situaciones tan curiosas como estas. Una seducción casi increíble por parte de esa puerta con severos intentos de cubrir el óxido con escasa pintura bordó, intentos totalmente ineficientes ya que al observar detenidamente se podía ver el daño logrado con el pasar de los años.

Al abordar el rústico local, la cosa no cambiaba mucho. Reliquias, cuadros al oleo, copas de cristal, ceniceros de bronce, muebles tan antiguos como el propio color cobrizo del metal de la entrada. Todo se perdía en un cúmulo de vejestorios y trastos en muy mal estado, a excepción de una pequeña cosa que a los ojos de Genn deslumbraba y resplandecía como el mismísimo azul del cielo.

Un pequeño dije color celeste, que variaba su tonalidad con el movimiento y su exposición a la luz. Podía tornarse azul profundo como una noche de invierno despejada o tan brillante como un océano calmo. Delicadamente rodeando esa pequeña esfera azulada, aparecían unos aros de color dorado que hacían las veces de agarraderas y se conectaban a los eslabones de una cadena de plata.

Al verlo no hizo más que acercarse lentamente al pequeño colgante, ubicado en un lugar donde nada reluce, paradójicamente. Un rincón amarillento y oxidado como un follaje otoñal. El joven estaba tan perdido, hipnotizado por ese pedacito del firmamento, que no notó que un anciano lo miraba muy detenidamente en su pequeño trance.

Un viejo hombre, que con facilidad compartía la misma cantidad de años que muchos de sus bienes, lo estaba analizando mientras asentía con la cabeza en señal de aprobación. De repente sonríe — << Muy mágico ¿No?>>- dejando escapar una pequeña risa entre dientes.

-<< Buen día >>- Responde rápidamente Genn incorporándose de nuevo al mundo real -<< Bellísimo dije, ¿Cuánto vale?>> — dijo mientras revisaba sus bolsillos en busca de dinero. << No hace falta joven>>- responde a los movimientos de Genn. << Llévatelo >> Palabras que iluminan sus ojos y llenan de preguntas a su cabeza.

-<< ¿Por qué me lo regala?>>- Genn pregunta casi rechazando el regalo del viejo.

-<< Nunca vi a nadie con tal fuego en la mirada, y tanto deseo por la piedra de Berdel >>-

-<< ¿Piedra de Berdel?>>- responde preguntando el joven confundido.

-<< Exactamente, esta antigua piedra, según cuentan algunas leyendas, es un objeto de buena suerte, que se le es entregado a aquellos de buen corazón e intenciones puras. Y en mi vida he visto a alguien como tú>>-

-<< Entonces… ¿me la está regalando?>>-

-<< Precisamente pequeño aventurero, ahora sal de aquí sin mirar hacia atrás >>-

-<< Muchas Gracias >>- Dijo Genn, tomando aquella responsabilidad. Estaba tan emocionado que salió a trompicones del pequeño local y antes de caer en sí, estaba fuera del mercado. Tenía tantas preguntas, pero el calor del momento le impidió actuar de manera razonable, así que decidió ir al encuentro con el amable anciano de la tienda.

-<< Ni siquiera sé su nombre…>>- Pensó mientras buscaba el pequeño local, caminando por baldosas de todas tonalidades de gris. Cuando halla la posición exacta del lugar, se encuentra mirando un local cerrado, con rejas y numerosos candados. Lleno de polvo y telarañas en sus ventanas. Se queda atónito por unos segundos, hasta que reacciona y decide preguntar al carnicero, dos locales a la derecha de la tienda del viejo.

-<< Disculpe señor, ¿Sabe usted a dónde se fue el anciano del local de antigüedades? Acabo de comprarle algo y quisiera hablar con él>>-

Para su sorpresa el carnicero lo mira fijamente muy sorprendido.

-<< Chico, esa tienda lleva más de 15 años sin abrirse. Nadie se ha hecho cargo del lugar, ni siquiera han sacado todos los muebles de ahí dentro>>-

Genn se queda sin habla, con las palabras del gran mercante en su mente -<<Esa tienda lleva más de 15 años sin abrirse…>> esta frase lo golpea tan fuerte como un martillo. En ese instante se da cuenta de que tiene esa tal preciosa piedra en su mano y que el carnicero se le ha quedado mirando muy fijamente. << Bueno, muchas gracias. Nos vemos>> Atina a decir, antes de escapar rápidamente de esa situación.

Entre pensamientos, dudas y miedos, resuelve detenerse en el acogedor parque cercano al mercado para retomar aire y tranquilizarse. Un espacio verde, grande y muy concurrido, pero a horas tan tempranas de la mañana no tan concurrido, más que por un par de personas trotando y algún que otro paseador de perros. Encuentra un lugar en el césped donde sentarse y apaciguar la emoción del momento. Mira a su alrededor, grandes árboles tapan el cielo celeste y numerosas piñas cubren el pasto a su alrededor. Decide acostarse en ese verde colchón por un momento, respirando cada vez más pausado. Ya mucho más calmo, observa detenidamente el delicado colgante hasta notar una pequeña inscripción en un canto de la piedra <<Fortes Fortuna Adiuvat>> Cosa que no lo ayudó en lo más mínimo, aunque intuyó que era latín.

-<<Suerte que existen los Smartphones con internet>>- Pensó mientras buscaba su teléfono móvil en el bolsillo y se levantaba, cruzándose de piernas para estar más cómodo. Se recostó sobre ese gran Araucaria y buscó en el navegador la traducción de esas palabras, lo detectó como latín (tal como él pensaba) y en su pequeña pantalla apareció <<La fortuna favorece a los valientes >>.

Al terminar de leer esto, la pantalla de su teléfono se puso azul y empezó a titilar. Se quedó impactado mirando la pantalla muy de cerca, casi pegando la nariz en la misma, cuando de repente se apaga. Quiso desbloquear el táctil y nada, imagen en negro. Intento encenderlo, no hubo respuesta alguna. Retiró la batería, se la volvió a colocar, probó con encenderlo nuevamente y nada. Dejó de responder su móvil. Genn a punto de estallar, pensando en lo que le costaría arreglarlo o comprarse uno nuevo, se queda perplejo al darse cuenta que algo pasó con el parque en el cual estaba sentado. Ya no es más un parque. Sino… un extenso bosque.

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Brian Leonel Miño
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