Mi Celu Anda Mal

Brian Leonel Miño
Voy a preguntar todo
3 min readNov 19, 2019

No puedo imaginar a una persona sin un teléfono, me resulta una situación demasiado extraña para los tiempos que corren. Ya se puede percibir cierta adicción a ese bendito aparatito, como diría cualquier madre hace unos años y ahora podemos encontrarlas enganchadísimas al fono subiendo selfies.

Es muy curioso como un dispositivo que apareció para darnos facilidades, ahora “nos genera” muchos problemos cada día, lo pongo entre comillas porque hay que menospreciarse mucho para creer que un par de circuitos y plaquetas son la fuente de nuestra desdicha.

Se supone que el teléfono celular nos hace ahorrar un montón de tiempo teniendo todo en un mismo lugar y alcance de la mano. Si, en principio, pero por el funcionamiento de muchas aplicaciones, las cuales nos alientan a pasar más tiempo usándolas, y esa sensación de no estar perdiendo tiempo, descuentan mucha arena de nuestros relojes.

Ya hace varios años cierta persona notó que al ahorrar un recurso particular, hace que a largo plazo el consumo del mismo incremente. El economista y filósofo inglés, William Stanley Jevons, en su obra “The Coal Question” (La Cuestión del Carbón) habla de cómo este efecto rebote funciona. Utilizando como ejemplo la introducción de una máquina de vapor en el sistema industrial de Inglaterra, que era más eficiente en su consumo de carbón, y el aumento del uso de este recurso prolongado en el tiempo.

Lo que sucedió fue, que en cada caso particular se utilizaba mucho menos carbón pero, por este beneficio, muchos más consumidores optaron en emplear esta nueva máquina incrementando globalmente el gasto del mismo.

Algo similar sucede con la implementación de celulares inteligentes, en los cuales tenemos múltiples funciones a mano. Previo a los smartphones nuestra exposición a sacar fotos, hacer llamadas, mandar mensajes, etcétera, era mucho menor, ya que, por cuestiones de dificultad de acceso o el costo monetario nos invitaba a ser austeramente astutos con su uso.

¿Recordás cuánto costaba revelar rollos fotográficos o enviar mensajes de texto?

Con la llegada de las apps de mensajería gratuita y el almacenamiento inagotable de nuestros celulares, esto ya no presenta ninguna dificultad. Sumando a esta ecuación de la procrastinación está la transición de nuestros trabajos, lo mecánico y repetitivo va girando hacia lo creativo y así, hoy en día, poseemos más tiempo ocioso que hace unas décadas.

Parece que pasaron muchos años desde esa época, en la cual para poder contactarte debías estar, sí o sí, en tu casa o en el trabajo.
Hace unos meses, en un grupo de amigos, salió a la luz el debate sobre los llamados telefónicos.Todo ese intercambio de opiniones surgió a raíz de que no contesté una llamada de un compañero. Entre tanta charla nos dimos cuenta que no es una costumbre responder llamadas sin saber previamente el porqué de las mismas. Y que, directamente, asociamos un llamado inesperado con malas noticias.

-“Mandame un mensajito avisándome que me vas a llamar”

Sinceramente no recuerdo cuándo fue la última vez que estuve charlando por teléfono más de 5 minutos, siendo que en mi adolescencia podía pasar horas hablando por teléfono con amigos o con la noviecita de la época.

-“Cortá vos primero, nah dale cortá vos”

Lo más terrible de todo esto, como Valentín Muro dijo en su publicación La epifanía de apagar el celular, “Quizá la función del celular que más dejamos de lado es la de apagarlo”.

Y así vivimos pendientes del nuevo me gusta, el mensajito de tu crush o del próximo correo en el que un chabón habla de puras incoherencias.

En la era dónde estar conectados es la norma, ya no nos vemos tan seguido a los ojos. Ni siquiera nosotrxs a mismos.

¿Cuándo fue la última vez que apagaste intencionalmente tu celu?

Me urge contestar esta pregunta y, realmente, no lo recuerdo. Espero que no te suceda lo mismo.

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Brian Leonel Miño
Voy a preguntar todo

Escribo para preguntarme cosas nuevas todos los días y lo comparto para crecer con los demás.