Infantes de marina estadounidenses en Tarawa. Imagen de dominio público.

EE.UU. subestimó gravemente al enemigo en Tarawa

La mala planificación, una potencia de fuego anémica y el puro racismo supusieron grandes pérdidas

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5 min readMar 8, 2017

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por ROBERT BECKHUSEN

Cuando la Infantería de Marina estadounidense desembarcó en la playa de Tarawa el 20 de noviembre de 1943, lo que creyeron que sería un paseo por el campo se convirtió en una de las batallas terrestres más sangrientas de la Guerra del Pacífico.

Muchos de sus vehículos de desembarco de cadenas [Landing Vehicle Tracked (LVT)] cayeron bajo el fuego enemigo o se quedaron varados en los arrecifes de coral por culpa de una marea más baja de lo esperado. Un infante de marina estadounidense hacía memoria: “recuerdo un turbulento y violento viaje hacia la costa, con explosiones, detonaciones, cuerpos desmembrados y ensangrentados, hasta por fin tocar tierra, momento en el que alguien gritó ‘¡Rápido! ¡Fuera de aquí!’; lanzamos el equipo fuera y saltamos a la playa”.

En total, a lo largo de tres días de combate más de 1.000 infantes de marina estadounidenses perdieron la vida y 687 marineros de la Armada estadounidense murieron cuando el buque escolta USS Liscome Bay explotó a consecuencia del impacto de un torpedo cuando apoyaba el desembarco. En el otro bando perdieron la vida más de 2.600 soldados japoneses.

Fue tanto el derramamiento de sangre que llevó a la Infantería de Marina estadounidense a revisar sus tácticas de asalto anfibio.

“Dudo que fueran más de trescientos [entre 1000] los que desembarcaron ilesos en la playa”, recordaba uno de los infantes de marina estadounidenses en Playa Roja Uno [Red Beach One], una de las tres zonas de desembarco en Tarawa, en el enorme (más de mil páginas) libro Hirohito’s War: The Pacific War, 1941–1945, escrito por el historiador Francis Pike y publicado a mediados de 2015.

“Tendría que haberse llamado Playa Aniquilación [Annihilation Beach]. Se tiñó de rojo con la sangre”.

La invasión de Tarawa se produjo casi dos años después del ataque a Pearl Harbor. EE.UU. ya había expulsado a las ​​tropas japonesas de Guadalcanal, pero el Japón Imperial todavía controlaba una vasta región del Pacífico. Tomar las Islas Marshall, y presionar a los japoneses hacia sus islas madre, implicaba que EE.UU. tenía que hacerse primero con Tarawa.

Tokio lo sabía. Decididos a impedir que los infantes de marina estadounidenses pudieran alcanzar tierra sin encontrar resistencia como en Guadalcanal, los zapadores japoneses construyeron una infinidad de fortificaciones en torno al pequeño atolón. La narración de Pike en su libro sobre el asalto anfibio de la Infatería de Marina estadounidense resulta una lectura amarga y angustiosa.

Infantes de marina estadounidenses en Tarawa. Imagen de dominio público.

Las tropas japonesas desplegadas en las playas lanzaban granadas contra toda lancha de desembarco que se les acercara. John Spillane, un lanzador de béisbol, perdió la mano de lanzar al devolver las granadas.

Algunos infantes de marina estadounidenses saltaron por la borda de sus embarcaciones en aguas todavía profundas y se ahogaron. El agua salada corroyó los equipos de radio. Las tropas japonesas mataban a los soldados estadounidenses con espadas de samurai y después se suicidaban. En ciertos momentos de la batalla algunos experimentados infantes de marina y corresponsales de guerra se temieron que los japoneses podían ganar.

Pike explica en su libro cómo el fanatismo jugó un importante papel en que los infantes de marina estadounidenses subestimaran la defensiva japonesa. A los estadounidenses, alimentados a base de una dieta de propaganda racista que presentaba al japonés como una persona “bajita, dentuda y con gafas”, les pilló por sorpresa la verdadera apariencia de los infantes de marina del Japón Imperial.

El primer encuentro con un soldado japonés venía dado normalmente en forma de un súbito y violento combate cuerpo a cuerpo con un Rikusentai de 1'80 metros de altura. Estos infantes de marina japoneses eran expertos en combate cercano. “Ellos eran buenos y nosotros también éramos bastante buenos”, relataba un soldado en el libro de Pike. “Así que éramos probablemente dos de las mejores unidades militares de la guerra”.

Los estadounidenses tomaron la isla, pero la tasa de mortalidad, en éste y otros sangrientos asaltos anfibios, contribuyeron a una mayor tasa de mortalidad diaria en el Teatro del Pacífico, de 1'78 muertes por cada 1.000 soldados, que en el Teatro de Europa, de 0'36. A pesar de ello, la tasa de deserción entre los infantes de marina estadounidenses fue mucho menor que entre las tropas del Ejército de Tierra estadounidense en toda la guerra, señala Pike en su libro.

Los principales cambios tras Tarawa fueron tácticos. “El Cuerpo de Infantería de Marina y la Armada estadounidenses habían sobreestimado enormemente la potencia destructiva del fuego naval”, dice Pike.

En lo sucesivo, para los asaltos anfibios, la fuerza anfibia operativa prolongaría los fuegos de preparación durante días, en lugar de limitarse a unas horas como en Tarawa.

La Armada estadounidense aumentó en gran medida el número de lanchas de desembarco de cadenas [Landing Craft Tracked (LCT)]. Y después de aquello los infantes de marina estadounidenses entrarían en combate con muchos más lanzallamas, granadas y pértigas explosivas “bangalore” para apertura de brechas.

Pero la invasión también supuso una premonición de futuras batallas incluso más sangrientas. Sólo siete soldados japoneses sobrevivieron en Tarawa. Muchos prefirieron suicidarse o morir en combate y las tropas estadounidenses no tenían demasiadas ganas de hacer prisioneros.

Traducido por Jorge Tierno Rey, autor de El Blog de Tiro Táctico.

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