Sebastian Junger en el Puesto de Observación Restrepo el 16 de septiembre de 2007. Foto de Tim Hetherington/AP

Sebastian Junger sabe por qué los chavales van a la guerra

Este realizador de documentales habla sobre el combate y la crisis de identidad masculina en EE.UU.

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11 min readDec 18, 2016

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por MATTHEW GAULT

Sebastian Junger es un cineasta raro. Sus tres documentales sobre los soldados que combaten en Afganistán ni alaban ni demonizan a los soldados estadounidenses. Al contrario de la mayoría de los documentales de guerra más populares, no convierte a los soldados en superhéroes.

Restrepo, documental nominado para el Óscar, habla sobre el trabajo de los soldados. Korengal habla sobre los soldados. Y The Last Patrol [La Última Patrulla] habla sobre esos soldados que intentan volver a su vida en casa. En una larga y discursiva entrevista, hablamos con Junger sobre las percepciones distorsionadas de los soldados, el porqué van a la guerra y las ideas modernas de la virilidad.

Junger argumenta que a los estadounidenses les encanta la guerra, incluso cuando dicen que no creen en ella. Además cree que en Occidente los chavales ya no tienen una idea de lo que significa ser un hombre, y algunos se van a la guerra para averiguarlo.

“Soy periodista”, me dice. “Mi trabajo no incluye ninguna agenda política. Creo que la derecha tiende a idolatrar a los soldados y de ningún modo se les puede criticar. La izquierda pasó de despreciarlos en Vietnam a verlos como víctimas de un entramado militar-industrial”.

Se ríe mientras hablamos por teléfono. “Ambos puntos de vista sobre los soldados resultan simplemente absurdos”. Más que simplemente absurdos, Junger considera perjudiciales ambos puntos de vista.

“Nadie debería lanzar comentarios y críticas”, dice. Pero además realiza una advertencia respecto al hecho de considerar a los soldados como víctimas. La forma en que Junger lo ve es que los soldados eligieron combatir.

“Están muy orgullosos de ser soldados”, dice. “En realidad eso contradice la idea de que en nuestra sociedad una persona puede tomar sus propias decisiones, y puede estar orgullosa de las decisiones que toma. Eso resulta muy elitista”.

El poder de decidir, y sus consecuencias, es uno de los varios temas que Junger analiza en su trabajo. Uno de los momentos más emotivos del documental Korengal se produce cuando el jefe del equipo de fuego y antiguo cabo primero Brendan O’Byrne explica por qué detesta la frase “hiciste lo que tenías que hacer”.

Según O’Byrne, ir a la guerra fue su decisión. Tiene que vivir con esa decisión. A O’Byrne le revienta que le digan que hizo lo que tenía que hacer.

“La guerra atrae la atención de toda la sociedad”, dice Junger. Me habla de las conferencias que imparte por todo el país. Interrumpe su charla a la mitad y le pide a los asistentes que levanten la mano si están en contra de la guerra.

“Todos levantan la mano”, comenta. “Y entonces les digo, ‘¿pero cuántos de vosotros habéis pagado 12 dólares para disfrutar de una película de guerra de Hollywood?’ Casi todos los presentes levantan la mano”.

“La guerra resulta tan cautivadora que incluso se puede conseguir que una sala llena de pacifistas paguen por disfrutar de una película de guerra”.

También genera un extraño panorama en los medios de comunicación. Mientras escribo este artículo, la película El Francotirador [American Sniper] se posiciona en el número uno de taquilla. Un artículo reciente de James Fallows en la revista The Atlantic, sobre la desconexión existente entre soldados y civiles, se ha convertido en el artículo más comentado de la temporada.

Junger entiende tanto la obsesión de los medios de comunicación como la desconexión. “Las historias de guerra resultan sencillamente más poderosas y dramáticas que las historias en tiempo de paz”, dice.

Su hermana vive en una pequeño y liberal pueblo a las afueras de Londres. “Todos los años”, dice, “encienden hogueras y los adolescentes, tanto niños como niñas, recrean la Batalla de Hastings con espadas y escudos de cartón”.

“Mi hermana es una completa y absoluta feminista y pacifista”, explica. “No percibe la ironía. Participa en este festival maravilloso… se trata de recrear una batalla. Nadie recrea el Tratado de Gante. Simple y llanamente [un tratado de paz] no resulta tan cautivador [como la guerra]”.

[El Tratado de Gante fue un tratado de paz que se firmó el 24 de diciembre del año 1814 en la ciudad belga de Gante, entre Inglaterra y Estados Unidos, poniendo fin a la Segunda Guerra anglo-estadounidense que enfrentó a ambos países desde junio de 1812]

“Todos queremos la paz, pero a todos nos llama más la atención el drama de la guerra. [Esa atracción] sobrepasa nuestras creencias morales”.

“Creo que la gente tiene una relación más honesta y realista con la guerra como tema importante”, continúa diciendo. “Si de verdad fueran capaces de reconocer que una parte de sí mismos reacciona positivamente ante la guerra”.

Infantes de marina estadounidenses durante un ejercicio de adiestramiento en el Pacífico en 2010. Foto de la Armada estadounidense

La guerra es el infierno, dice el tópico, pero aún así muchas personas se sienten atraídas por la guerra. ¿Por qué iban a arriesgar la vida tantos chavales si no? Junger cree que todo se reduce a la biología y los ritos de iniciación.

“Los chavales van a la guerra por la misma razón que los niños pequeños juegan a la guerra”, explica. “La guerra supone una empresa sumamente cautivadora para muchos chavales”.

Sin embargo, lo que se puede decir que resulta más importante es que los hombres establecen vínculos entre sí muy bien cuando se someten al estrés de combate. “Responden con una filiación muy fuerte entre ellos”, dice.

Cuando los chavales estadounidenses cumplen 18 años, de repente entran en el mundo de los adultos con pocas instrucciones. Algunos van a la universidad, otros encuentran trabajo a tiempo completo y otros se alistan en las Fuerzas Armadas.

“Creo que existe una gran influencia cultural”, añade Junger. “Ya sabes, no te conviertes en un hombre hasta que no has hecho algo verdaderamente difícil. Y la guerra es muy difícil”.

La guerra les concede a los varones jóvenes una oportunidad de encontrar un grupo de compañeros y un propósito en la vida. Eso tiene mucha importancia en una sociedad en la que muchos chavales no tienen ni una cosa ni otra.

“Creo que probablemente ésta es la primera vez en la historia que una sociedad rehuye activamente una conversación inteligente sobre lo que la virilidad ha de exigir a los hombres”, me dice Junger. “Al mismo tiempo, nuestra sociedad les pide a los varones adultos que sean hombres”, continúa.

Pero, en cualquier caso, ¿qué es un hombre? “[La sociedad debería] ayudar a definirlo. De forma que pueda lograrlo. Así puedo saber cuándo he cruzado la línea de meta. Y entonces todo el mundo se encoge de hombros y te dice, ‘ya sabes, en realidad no es de buena educación hablar de ello de esa manera’. Resulta muy confuso para los chavales”.

Hablemos de las sociedades tribales que tienen unos rituales y expectativas muy claras de la edad adulta. “En todo el mundo existen muchos ritos de iniciación para los chavales que implican ser torturados”, explica. “De tal forma que entonces el chaval pueda demostrar que está dispuesto a sufrir mucho dolor con el fin de alcanzar la condición de adulto”.

“Lo cierto es que podrían vivir una vida sin demostrarlo, si se dejan a su suerte”, dice Junger. Pero “no quieren que varones con 30 años de edad se pregunten por su virilidad”.

“Eso no resulta funcional”, añade.

Los lectores que hayan seguido la controversia GamerGate, leído foros sobre los derechos del hombre o pasado demasiado tiempo en el bar equivocado un sábado por la noche han sido testigos de los efectos que tienen los varones adultos inseguros sobre su masculinidad.

No es un espectáculo agradable.

Sin embargo, los ritos de iniciación ayudan a definir la línea entre la niñez y el mundo de los adultos, y definen lo que es la virilidad. “No tenemos nada que se le parezca”, dice Junger. “Pero creo que está en nosotros. Sin duda se encuentra en nuestro lenguaje cuando decimos ‘venga, sé un hombre’ o ‘échale huevos’”.

Miembros del Ejército de Tierra estadounidense durante un ejercicio de adiestramiento en Filipinas en 2014. Foto del Ejército de Tierra estadounidense

“Recuerdo que cuando era un chaval sencillamente no tenía ni idea”, continúa. “¿Cómo puedo convertirme en esta cosa que quiero ser? ¿Cómo lo hago? Así que lo que pasa es que los chavales intentan elaborar sus propios ritos de iniciación”.

Si se llevan demasiado lejos, estos ritos pueden resultar perjudiciales para nosotros mismos y para la sociedad. Fumamos, tomamos drogas, rompemos cosas y hacemos otras cosas estúpidas para demostrar nuestra virilidad.

“Una forma de hacerlo”, explica Junger, “consiste en alistarse en las Fuerzas Armadas. Está ahí, en el cerebro del varón, ‘vale, si voy a la guerra, seguro que regreso hecho un hombre’”.

Cuando le preguntaba a los soldados en Afganistán por sus motivos para alistarse, esa era una respuesta habitual. “Algunos decían, ‘me alisté en las Fuerzas Armadas por el 11S. Nos atacaron y teníamos que defendernos’”, dice Junger.

“Algunos lo tenían muy claro, ‘mi padre combatió en Vietnam, mi abuelo estuvo en el día D… No voy a interrumpir esa tradición familiar de combatientes’”.

“Y algunos chavales eran un poco más razonables”, añade. “‘Bueno, pensé algo así como que eso podía convertirme en un hombre’”.

Le pregunto por los orígenes de la confusión actual de los varones estadounidenses. ¿Cuándo dejamos de saber lo que significaba ser un hombre?

“Creo que la iniciativa feminista de los años 60 y la muy acertada idea de que las distinciones establecidas entre hombres y mujeres, cultural y biológicamente, servían a las partes equivocadas, pudieron utilizarse para formar la base de la discriminación y la represión”, dice.

Se refirió a la política racial y me explicó cómo generaciones de varones blancos utilizaron la pseudo-ciencia y la pseudo-biología como pilares de un sistema opresivo.

“No existen diferencias biológicas entre razas… pero existen diferencias biológicas entre sexos”, dice.
“Así que las feministas, muy comprensiblemente, se ponían bastante nerviosas ante cualquier discusión en torno a ese tema de las diferencias innatas”.

Infantes de marina estadounidenses durante el ejercicio Eager Lion en 2013. Foto de la Armada estadounidense.

“Puede haber diferencias biológicas reales entre sexos y haber una igualdad absoluta”, dice Junger. “Esto no significa que ambos sexos vayan a ser igual de buenos en todas las mismas cosas”.

Según Junger, estas teorías se encuentran fuertemente arraigadas en el ámbito académico, y especialmente en las ciencias sociales.

“Tengo amigos que son antropólogos, primatólogos y psicólogos evolutivos … [que se encuentran sometidos a] una gran presión para generar datos que demuestren que todas las diferencias de sexo son culturales”.

“En esa clase de ambiente”, continúa Junger, “si te atreves a hablar sobre lo que significa ser un hombre, lo que estás diciendo es que los hombres son diferentes de las mujeres”.

Y eso significa que nadie puede tener una conversación sincera acerca de la virilidad.

“No estamos preguntando ‘¿qué significa ser un ser humano?’”, dice. “‘¿Qué significa ser un hombre?’ En cuanto inicias esa conversación ofendes a muchos académicos”.

Este debate sobre la virilidad, continúa Junger, lleva inevitablemente a un debate sobre la guerra. “Existe un gran debate en el ámbito académico sobre si la guerra es una experiencia humana eterna o un utensilio de la ciudad-estado organizada o el Estado-nación”.

“Eso es obviamente absurdo”, dice. “Pero existe esta idea… si dices que la guerra es algo natural de la experiencia humana y que las diferencias de sexo tienen una base biológica, te van a acusar de tratar de instigar y secundar la implementación de un sistema de violencia”.

Me cuenta que un amigo suyo, que es primatólogo, estudia a los chimpancés. Empezó a estudiar cómo hacen la guerra los chimpancés. “Un compañero suyo académico le dijo, literalmente, ‘vas en contra de la causa de la paz’”, relata Junger.

“Los hombres claramente llevan dentro [la guerra]”, continúa. “La respuesta masculina a la guerra consiste en una adaptación evolutiva que claramente se aplica a nuestra especie”.

Hace referencia a estudios del comportamiento de los chimpancés. “[Los chimpancés machos] son más agresivos. Dominarán a los grupos rivales de chimpancés y se adueñarán del territorio. Matarán a los machos adultos y se quedarán con las hembras y el territorio. Una agresión coordinada precisa les funciona claramente muy bien”.

“Se trata de una versión izquierdista de la derecha cristiana que rechaza la teoría de la evolución”, dice. “Me refiero a que ahora la extrema izquierda también rechaza la teoría de la evolución, lo cual es una auténtica locura”.

Soldados filipinos y estadounidenses durante un ejercicio de adiestramiento el 15 de mayo de 2014. Foto de la Infantería de Marina estadounidense

Sin duda Junger tuvo problemas con su propia masculinidad. Esa es la razón por la que se hizo corresponsal de guerra. “Simplemente me parecía dramático y cautivador y una especie de faceta heroica e importante”, explica. “Las palabras solas, ‘corresponsal de guerra’, ya sonaban bastante a tipo duro”.

Antes de ser periodista, Junger se dedicaba a trepar árboles en una empresa maderera. “Talaba árboles”, dice. “Me colgaba de una cuerda con una motosierra. Ese también parecía un trabajo ligeramente heroico y muy intenso, era muy peligroso y me encantaba”.

Pero no quería pasarse el resto de su vida subiéndose a los árboles. “Corresponsal de guerra sonaba a una persona más respetable… un poco”, me dice riéndose.

Junger ha estado en la guerra y ha vuelto. Escribió con crudo detalle sobre el conflicto más largo de Estados Unidos. A él le funcionó. ¿Pero qué haces cuando vuelves a casa de la guerra?

“No quiero estar en combate”, dice. “Tengo que decir algo sobre la experiencia de combate y la atmósfera del mismo. Proporciona vídeos muy potentes”.

No le ve sentido a repetir esas experiencias. Pero eso no impedirá que millones de chavales vayan a la guerra para averiguarlo por sí mismos. Para muchos, la guerra es un acceso directo a la edad adulta. Es un claro rito de iniciación en una sociedad que cada vez resulta más confusa, complicada y contradictoria.

Junger sospecha además que esa es la razón por la que muchos estadounidenses alienados tienen problemas al volver a casa de la guerra, tema que analizó en su documental The Last Patrol [la última patrulla]. Dice que está escribiendo sobre la alienación para la revista Vanity Fair. Su centro de atención son, una vez más, los soldados.

Admite que su opinión sobre el trastorno de estrés postraumático resulta subversivo. “La sociedad tiene el problema”, dice Junger, “no los soldados”.

Traducido por Jorge Tierno Rey, autor de El Blog de Tiro Táctico.

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