Perdida y encontrada

Rosaura Ruiz
Wild Women Writers
Published in
6 min readApr 27, 2020

Una historia sobre mi niña interior (y algunas reflexiones sobre la situación actual)

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Hace años que me venía preguntando qué era eso del “niño interior” del que tanto se habla y por qué yo no sentía tener uno. De hecho, la sola idea me generaba bastante desasosiego y solía bloquearla, como hacemos con las cosas que no queremos (o podemos) afrontar.

Algo le pasa a mi niña

Un verano, algunos años atrás, me encontraba disfrutando de la vida en un festival bastante hippie, donde había sesiones colectivas de meditación y de varias terapias entre lo holístico y lo esotérico. En una de ellas el facilitador nos invitó a hacer algo muy simple y, según él, profundamente sanador: de ojos cerrados, visualizar a nuestro niño interior, mirarle a los ojos y decirle con sincera intención “te perdono”.

“¡Otra vez con lo del niño interior!”, me dije, y me vino un nudo en el estómago. Pero como estaba muy abierta a probar formas nuevas de ver las cosas y tenía (y tengo) mucha fé en el poder de la mente para sanar nuestras emociones, me puse a intentarlo: ojos cerrados, manos en el corazón, visualizando mini-yo, vamos a mirarnos a los ojos… ¡Imposible! Me eché a llorar de la nada.

No entendía por qué no podía mirar a mi niña interior a los ojos, ni mucho menos “perdonarla” ¿Qué había ahí que me lo impedía? Llegué a pensar que tenía algún trauma de infancia serio, reprimido inconscientemente. Este pensamiento empezó a preocuparme, porque lo cierto es que no tengo casi recuerdos de mi infancia, y los que tengo son tan borrosos que no sé si en realidad proceden de una foto y una relato de mis padres. Pero por más que me cuestionaba no encontraba nada. Así que lo dejé correr, sabiendo ya de ese punto débil que tendría que solucionar algún día.

Perdida en la lluvia

No sé si es una memoria real de mi infancia, si fue un sueño o una metáfora de mi mente. Probablemente sea un poco de todo. Tendría unos seis o siete años y estaba caminando por la calle de mi pueblo de la mano de mi mamá, bajo la lluvia. Recuerdo que todo era gris excepto mi paraguas, que brillaba en tonos de rosa y violeta. Era nuevo y muy lindo, me hacía sonreír. No veía la cara de mi mamá, solo su mano, y estaba muy concentrada en no pisar los grandes charcos. Yo era una niña muy limpita y obediente.

La lluvia empezó a repiquetear en la lona de mi paraguas más y más fuerte, y de repente parecía que se nos venía el mundo encima en forma de cataratas de agua. Para colmo, el viento soplaba con ímpetu, hasta el punto de arrancarme mi querido paraguas de la mano y llevárselo volando calle abajo. “¡Oh no, es nuevito, me lo acaba de dar mi mamá!”, debí pensar. Solté la mano de mi madre y salí chapoteando detrás del paraguas, que medio volaba medio saltaba, según por dónde atinase a golpearle el viento.

Y ahí los recuerdos se vuelven más difusos: me da la sensación de ser tragada por el gris circundante y azotada por el viento, todo está demasiado oscuro y ya no veo mi paraguas. Hasta los sonidos no se escuchan más. Me siento perdida, sola, tengo miedo. Parece que pasa una eternidad. Al rato, mi mamá me tiende la mano y me saca del sueño. Pero el paraguas se queda, perdido en la lluvia.

La “nena” vuelve

No sé por qué pero esta historia volvía de forma recurrente a mi mente año tras año. Tampoco sé si tendría algo que ver con la pena que me daba pensar en mi niña interior. Supongo que nunca lo sabré.

Hace más de un año decidí dar uno de los saltos cualitativos en mi vida que de vez en cuando me imponen mis entrañas y dejé todo lo que tenía en Europa y me vine al otro lado del mundo, a iniciar un viaje, geográfico y personal, por América Latina. No hay ni qué decir que no todo fueron buenos momentos, pues viajar sola, casi sin dinero, en una cultura ajena (aunque unida por la lengua y por otras cosas más sutiles), en medio de dilemas emocionales y vitales, puede ser muy duro a veces.

Pero sí que me llevé grandes regalos: aprendí a confiar en mí misma, en mi intuición, en mi buena suerte, en mi capacidad de salir al paso siempre. Reforzó mi amor por la Naturaleza fuera y dentro de mí, y la convicción de que no estoy hecha para seguir dándole vueltas a la rueda capitalista. Me aclaró un poco la visión del camino que quiero llevar en adelante. Me hizo quererme. También me regaló un compañero de vida, con el que unir nuestros caminos desde el amor propio y el amor genuino hacia el otro. Y también, inesperadamente, trajo de vuelta a mi “nena”.

Apareció una noche, juguetona, risueña, preguntona, toda carcajadas e inocencia. Y ya no se fue más. No tuve ni que buscarla: mi niña interior siempre había estado ahí, pero no había tenido la apertura de espíritu para dejarla hablar. Hizo falta sentirme en tanta confianza con otra persona como conmigo misma, hizo falta sentirme amada, cuidada, no solo por mi compañero, sino por mí misma, profundamente, de verdad. Solo así se decidió a salir. De repente de mi boca salían palabras que no pertenecían a mi yo de treinta y dos años, el esquema mental era otro: el de una niña pequeña. ¡Me encantó! Vuelve de vez en cuando, nos hace reír, juguetea y cuando se va me deja un calorcito donde antes se me hacía un nudo. Creo que, sin querer, sané la relación con mi “niña interior”.

El miedo

Sin embargo, los niños no solo sienten la alegría de una forma más franca, el miedo también. Y siento que desde que ella volvió me cuesta menos admitir que algo me da miedo. Me hago una bolita, lloro, pido un abrazo. Me hace sentir muy vulnerable, pero hace que me desahogue y me sienta reconfortada más rápido.

La actual situación de encierro por causa de la pandemia me ha tenido hecha una bolita a veces. No me da miedo enfermarme, me importa bien poco en realidad, confío en la sabiduría de mi cuerpo. Lo que me da miedo es, en palabras de mi “nena”, que “el mundo es malo”. Me aterra que se instaure un nuevo orden de cosas en el que los derechos civiles y humanos puedan retirarse tan fácilmente por los gobiernos imponiendo un estado de emergencia ante una supuesta crisis sanitaria. Me da miedo que se use esa excusa para tenernos encerrados, aislados, inmunodeprimidos, tristes e inactivos. Me da miedo que mis planes y proyectos de futuro, y los de mis seres queridos, se trunquen por nuevos códigos de conducta impuestos, en los que la libertad quede restringida y cuidadosamente vigilada por las fuerzas del Estado y por la propia sociedad, adiestrada desde hace demasiado tiempo. Me da miedo que el capitalismo-patriarcado no caiga nunca, sino que se refuerce aún más, que sigan haciendo con nosotros lo que les dé la gana.

La idea del “todo estará bien” me previene, como a todos, de caer permanentemente en la oscuridad emocional, pero es una línea muy fina que no sé cuánto tiempo aguantaré(mos). No queda otra que, sin perder el pensamiento crítico, seguir con firmeza por el camino “que tiene corazón”, como diría el brujo don Juan de Carlos Castaneda: el camino de nuestra verdad. Ahora mismo, el mío pasa por aprender a cultivar y a ser autosustentable para depender lo mínimo posible del sistema, por conocerme cada vez más y ayudar a otras mujeres a conocerse, por no dejar desamparada a la niña que llevo dentro y que se merece un futuro de oportunidades y transformaciones positivas.

Por suerte, dentro de mí no solo hay una niña juguetona, sino también una mujer adulta cada vez más consciente de su poder.

[Esta historia estuvo inspirada por el Wild Women Writing Challenge #1: “Lost” (Perdida). https://challenge.wildwomenwriters.com/]

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Rosaura Ruiz
Wild Women Writers

Yoga teacher & Massage therapist, you can also find me painting, writing, researching about Women Wisdom or climbing some tree. rosauraruizportfolio.weebly.com