En la cama: el beso, de Toulouse-Lautrec.

Feliz Nochebuena y Navidad con Dios, el diablo y el erotismo en la literatura

ESPECIAL / Mis mejores deseos para estas fiestas desde cuatro esquinas literarias con Gogol, Dickens, García Márquez y Ana Moix

Winston Manrique Sabogal
Winston Manrique Sabogal
6 min readDec 23, 2016

--

* Las biografías, memorias y libros infantiles y juveniles del año

Sábado, 24–25 de diciembre de 2016

Las fiestas navideñas ocupan un lugar especial en la gran literatura. Aunque no abundan, quizá porque no son tan fáciles de abordar. He buscado en mi biblioteca algunos pasajes para desearles con ellos una feliz Nochebuena y Navidad. Me he decantado por tres textos que abordan la fecha desde esquinas distintas, una más espiritual, otra más reflexiva y una tercera más pagana.

Pero antes de estos textos reproduzco el comienzo del artículo que escribió Gabriel García Márquez, el 24 de diciembre de 1980, en el diario español EL PAÍS: Estas Navidades siniestras:

“Ya nadie se acuerda de Dios en Navidad. Hay tantos estruendos de cometas y fuegos de artificio, tantas guirnaldas de focos de colores, tantos pavos inocentes degollados y tantas angustias de dinero para quedar bien por encima de nuestros recursos reales que uno se pregunta si a alguien le queda un instante para darse cuenta de que semejante despelote es para celebrar el cumpleaños de un niño que nació hace 2.000 años en una caballeriza de miseria, a poca distancia de donde había nacido, unos mil años antes, el rey David. 954 millones de cristianos creen que ese niño era Dios encarnado, pero muchos lo celebran como si en realidad no lo creyeran. Lo celebran además muchos millones que no lo han creído nunca, pero les gusta la parranda, y muchos otros que estarían dispuestos a voltear el mundo al revés para que nadie lo siguiera creyendo. Sería interesante averiguar cuántos de ellos creen también en el fondo de su alma que la Navidad de ahora es una fiesta abominable, y no se atreven a decirlo por un prejuicio que ya no es religioso sino social”. (…)

Sin embargo, yo no tenía más de cinco años cuando alguien en mi casa decidió que ya era tiempo de revelarme la verdad. Fue una desilusión no sólo porque yo creía de veras que era el niño Dios quien traía los juguetes, sino también porque hubiera querido seguir creyéndolo. Además, por pura lógica de adulto, pensé entonces que también los otros misterios católicos eran inventados por los padres para entretener a los niños, y me quedé en el limbo. Aquel día como decían los maestros jesuitas en la escuela primaria- perdía la inocencia, pues descubrí que tampoco a los niños los traían las cigüeñas de París, que es algo que todavía me gustaría seguir creyendo para pensar más en el amor y menos en la píldora.

Puedes leer el artículo completo en este enlace.

Cuento de Navidad. Charles Dickens

“Érase una vez -concretamente en los días mejores del año, la víspera de Navidad, el día de Nochebuena- en que el viejo Scrooge estaba muy atareado sentado en su despacho. El tiempo era frío, desapacible y cortante; además, con niebla. Se podía oír el ruido de la gente en el patio de fuera, caminando de un lado a otro con jadeos, palmeándose el pecho y pateando el suelo para entrar en calor. Los relojes de la ciudad acababan de dar las tres, pero ya casi había oscurecido; no había habido luz en todo el día y las velas brillaban en las ventanas de las oficinas cercanas como manchas rojizas en la espesa atmósfera parda. Bajó la niebla y fluyó por todas las junturas, resquicios, ojos de cerradura, y en el exterior era tan densa que, aunque el patio era de los más estrechos, las casas de enfrente no eran más que sombras. Al ver como caía desmayadamente la sucia nube oscureciendo todo, se hubiera pensado que la Naturaleza vivía cerca y estaba elaborando cerveza en gran escala. (…)

Puede que haya muchas cosas buenas de las que no he sacado provecho”, replicó el sobrino, «entre ellas la Navidad. Pero estoy seguro de que al llegar la Navidad -aparte de la veneración debida a su sagrado nombre y a su origen, si es que eso se puede apartar siempre he pensado que son unas fechas deliciosas, un tiempo de perdón, de afecto, de caridad; el único momento que conozco en el largo calendario del año, en que hombres y mujeres parecen haberse puesto de acuerdo para abrir libremente sus cerrados corazones y para considerar a la gente de abajo como compañeros de viaje hacia la tumba y no como seres de otra especie embarcados con otro destino. Y por tanto, tío, aunque nunca ha puesto en mis bolsillos un gramo de oro ni de plata, creo que sí me ha aprovechado y me seguirá aprovechando; por eso digo: ¡bendita sea!…”.

Nochebuena. Nikoái Golgol

“Era el día de nochebuena; atardecía y al fin llegó la noche: una noche de esas de invierno, clara, espléndida. (…)

Mientras el pintor trabajó en esta tabla, el diablo hizo cuanto pudo para estorbarle. Empujó invisiblemente la mano, levantó la ceniza de la fragua en la herrería y la esparció por todo el cuadro. Pero, a pesar suyo, concluyó su obra el herrero y la tabla fue llevada a la iglesia y encajada en la pared.

Desde entonces, el diablo juró vengarse. Una sola noche le quedaba para errar por el mundo, y en ella buscaba el modo de ejecutar su venganza. Por eso decidió robar la Luna, guardando la esperanza de que el viejo Chub, que era un perezoso, no se atreviese a salir; pues, por añadidura, el diácono vivía un poco lejos de su cabaña, y el camino pasaba por delante de los molinos y del cementerio y luego pasaba al borde del barranco…”.

Un árbol en el jardín. Ana Maria Moix

“Lucila nunca se lo perdonará, piensa, alejándose unos metros del árbol, el más frondoso y robusto del jardín, para considerar la conveniencia de, envuelto ya el tronco con papel de plata, proceder a la misma operación con las ramas. (…)

Frente al árbol que, por fin, empieza a cobrar aspecto navideño, tras haber logrado forrar con papel de plata y dorado una cuarta parte de sus ramas, se dice que quizá no espere a las doce de la noche para proceder a la entrega de regalos. ¿Para qué? ¿Para qué esperar a las doce? Él, que convirtió la espera casi en arte, está ahora poseído por la prisa, por una urgencia crispante, que le tensa los músculos y las articulaciones del cuerpo. (…)

No, no quiere llegar a convertirse en el verdugo de lo que amó, en vengador de sus propias carencias en persona ajena. No quiere envilecerse, o, se corrige a sí mismo, seguir por el camino del envilecimiento que está a punto de emprender haciendo lo que se dispone a hacer: llevar a la práctica un echo absolutamente necesario para él, pero imperdonable, a buen seguro durante un tiempo, para Lucila: morir deseando. Al menos, así ha planeado su despedida de este mundo: con un adiós que absolutamente despojado de cualquier connotación de renuncia o de fracaso, enarbole la señal de la reconciliación. Morirá, espera, mostrando al mundo la prueba física del deseo…”.

Y que el Niño Dios les traiga esta noche del 24 de diciembre la mejor literatura.

* Las biografías, memorias y libros infantiles y juveniles del año

--

--

Winston Manrique Sabogal
Winston Manrique Sabogal

Periodista literario y cultural itinerante que comparto experiencias lectoras. Escribo en el diario EL PAÍS (España) y revistas latinoamericanas.