Bolivia: las secuelas de las lluvias

Quienes vivieron las inundaciones de febrero de 2018 cuentan que jamás habían visto algo similar. El cambio climático está provocando un aumento en el número de personas en riesgo de padecer hambre y desnutrición. Esta nota es un relato del trabajo para socorrer a las familias afectadas por las lluvias.

Han pasado meses desde que el agua cayó, pero las marcas en las paredes dan testimonio de su devastador paso. Foto: WFP/Morelia Eróstegui

Durante horas el rumor de la lluvia y los ruegos de sus niños mantuvieron a Teodocia dentro de casa. “Te vas a caer si sales”, le decían, mientras ella intentaba con una mano poner a resguardo sus objetos preciados en las partes más altas de su hogar y con la otra recoger su falda para evitar que se mojara.

Entonces los vecinos empezaron a gritar, les pedían salir para que no se electrocutaran ya que el agua estaba subiendo tanto que era muy riesgoso estar en contacto con los enchufes. A pesar de la oscuridad, ella podía ver cómo el agua lo cubría todo.

Las inundaciones ocurridas durante febrero de 2018 afectaron a alrededor de 17.500 familias en Bolivia. Según relatan los que las vivieron, jamás habían visto algo similar. El agua se acumuló de tal manera que incluso en algunas casas entraba por las ventanas. Fue tan impredecible que se llevó hasta las chinelas (sandalias) que los niños habían dejado fuera. En muchos municipios, ni siquiera lo que se había dejado sobre la mesa se salvó.

Teodocia Achá señala la altura a la que llegó el agua en su casa. La inundación afectó a su gallinero y sólo una de sus gallinas se salvó. Foto: WFP/Morelia Eróstegui

Una comida al día, una estrategia para sobrevivir

Santusa Orihuela, de 56 años, se encarga de dos nietas en Tupiza. Al igual que sus vecinos, con la lluvia no sólo perdió el 100% de su producción: todo lo que concebía como su vida cotidiana desapareció con el agua.

Justo cuando estaba casi lista para cosechar el maíz que consumiría su familia en los próximos meses, llegó la riada y lo destruyó todo. El maíz que producía era, a su vez, su principal fuente económica, pues con el excedente cocinaba “humintas” que diariamente iba a vender a la ciudad.

Al perder su producción, Santusa perdió sus ingresos, así que ella y sus nietas solo comían una comida al día: una sopa.

Al perder su producción, Santusa perdió sus ingresos, así que su alimentación y la de sus nietas se limitó a una sola comida, generalmente una sopa que consumían al mediodía. La angustia se apoderó de ella y la comunidad.

Muchas personas empezaron a reducir sus raciones de alimentos, a consumir sus semillas, a vender objetos de valor y también a migrar para trabajar por jornales, dejando en sus comunidades a madres, bebés y ancianos.

Las comunidades más afectadas perdieron sus terrenos de cultivo y animales menores, sus principales medios de vida. Solo en el Municipio de Chipaya, el anegamiento, la acumulación de lama y arena que provocó la lluvia afectaron parcial y totalmente a más del 90% de las tierras y dejaron en inseguridad alimentaria severa o moderada al 61% de las familias.

Foto izquierda: durante las evaluaciones de seguridad alimentaria, una autoridad del Municipio de Chipaya nos mostró una plantación de quinua totalmente anegada y cubierta de la sal que la lluvia había esparcido de los salares cercanos. Foto: WFP/Morelia Eróstegui. En el municipio de Yacuiba muchas familias tuvieron que dejar sus hogares con las pocas pertenencias que pudieron rescatar. Foto: WFP/Rodrigo Ríos

Cupones para alimentos, trabajos para la resiliencia

El Programa Mundial de Alimentos (WFP) sumó sus esfuerzos a los del Viceministerio de Defensa Civil y gobernaciones locales para evaluar la seguridad alimentaria de los municipios más afectados y trazar objetivos de rehabilitación o construcción de activos comunitarios.

Las evaluaciones de seguridad alimentaria se enfocan en determinar cómo se encuentra la alimentación de las familias después de una emergencia.

Luego de la evaluación, se decidió lanzar un proyecto para apoyar a 2.914 familias afectadas con la entrega de cupones que serían canjeados por alimentos. Los cupones eran entregados a las familias tras los trabajos realizados por sus activos.

Con el proyecto, las familias lograron rehabilitar 42 sistemas de riego, 501 hectáreas de tierras agrícolas, construir 8.000 metros de defensivos, 7.540 metros de diques, mejorar seis vigiñas (reservorios artificiales de agua), 26.778 metros de canales de drenaje y 500 metros cuadrados de huertos agrícolas.

En Yacuiba, WFP participó de reuniones para evaluar los efectos de la inundación. Las intervenciones se adaptaron a las necesidades de los municipios. Foto: WFP/Sunyoun Jung

Con los cupones, las familias pudieron aproximarse a tiendas locales y canjear alimentos. Fue un alivio para muchos, como es el caso de Flora Mamani del Municipio Chipaya: cuando fuimos a evaluar la seguridad alimentaria de ella y de sus vecinos, nos contó la angustia que estaban viviendo al estar consumiendo lo último de sus alimentos, incluso sus semillas.

El apoyo que le dimos le permitió cambiar arroz, harina, fideo y atún. Ahora, con lo que canjeó, más su pequeña reserva de quinua, tendrá alimentos hasta que se preparen para una nueva cosecha. “Las familias estaban sufriendo aquí, les agradezco a ustedes … vamos a recordarles”, comentó después de la intervención.

La Nación Originaria Uru Chipaya, perteneciente al municipio Chipaya, decidió construir sus activos con los conocimientos ancestrales que sus abuelos les habían heredado. Fotos: WFP/Ricardo París

Los cupones por activos ofrecen varias ventajas, no sólo para las familias afectadas: al canjearlos en tiendas locales, la economía se incentiva y los comercios también pueden crecer y brindar mejores productos en cantidad y calidad.

Ahora las familias de los municipios que participaron, además de reestablecer su seguridad alimentaria y de estar listas para la próxima siembra, están más preparadas por si un evento similar ocurriera.

En el caso de personas de la tercera edad, mujeres embarazadas o personas con discapacidad que no podían trabajar, las comunidades se organizaron para cubrir su trabajo y que pudieran recibir la asistencia alimentaria. Foto: WFP/Edgar Garcia

El cambio climático está provocando un aumento en el número de personas en riesgo de padecer hambre y desnutrición. Es por eso que el WFP seguirá trabajando para apoyar al gobierno y a las comunidades en medidas de generación de resiliencia para llegar siempre a los más vulnerables y no dejar a nadie atrás.

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Morelia Eróstegui Navia
Historias del Programa Mundial de Alimentos

Escribo para el Programa Mundial de Alimentos desde Bolivia. Writing for the United Nations World Food Programme in Bolivia.