El viaje de Fatimata: una joven refugiada maliense decidida a ser economista
Aunque la guerra la obligó a huir en 2012 y a dejar sus estudios, Fatimata sigue llena de sueños y esperanza. Esta es su historia.
Desde 2012, WFP presta asistencia a los refugiados malienses que residen en el campamento de Mbera, situado en la región Hodh ech Charghi, en Mauritania. Sin poder regresar a sus hogares, los refugiados viven en un campamento que se ha convertido de facto en la cuarta ciudad más poblada de Mauritania. Yo visité el campamento por primera vez en noviembre de 2019 y fue entonces cuando conocí a Fatimata.
“Llegué al campamento de Mbera en 2012. Me acuerdo perfectamente de ese día. Salimos de Tombuctú, Malí, a las 6 de la mañana. Llegamos a Fassala (una ciudad al sureste de Mauritania, en la frontera con Malí) cerca de las 5 de la tarde”, recuerda Fatimata.
Fatimata, de 21 años, vive en el campamento de Mbera con su madre y sus dos hermanas pequeñas. “Fue mi madre quien tomó la decisión de abandonar Malí, a causa de la guerra. Organizó el viaje desde Tombuctú para mis hermanas, para mi tía y para mí. Mi madre, mi padre y mi abuela no pudieron acompañarnos. No podían salir de casa debido a los combates en la ciudad. Por suerte, llegaron tan solo unas semanas después”, explica Fatimata.
Tras un pequeño silencio, le pregunto si recuerda su vida en Malí. Me responde sin dudar: “Sí, claro. Lo echamos mucho de menos. Mi vida aquí es muy diferente. En Malí mis padres tenían un empleo, mi madre era comerciante y mi padre militar. Mis hermanas y yo íbamos a la escuela y teníamos muchos amigos. No he tenido noticias suyas y no sé qué habrá sido de ellos. Ahora todo es distinto”. Y continúa: “Teníamos una vida normal, no sé cómo explicarlo…”.
Le pido a Fatimata que me cuente cómo es su vida en el campamento. “Al principio, cuando llegamos, fue muy difícil. No estábamos organizados ni teníamos los servicios que tenemos ahora. No había mucha agua, ni aseos… Fue muy complicado en cuanto a higiene. Ahora estamos mucho mejor”, me confiesa.
Fatimata y su familia reciben la asistencia del Programa Mundial de Alimentos (WFP, por sus siglas en inglés) cada mes, como el resto de 55.000 refugiados del campamento. “Llevamos recibiendo asistencia alimentaria desde 2012.
Es nuestra única forma de obtener comida. Aquí no tenemos nada. Mi madre no trabaja porque no hay empleo en la zona. Sabemos que sin la ayuda de WFP no habríamos salido adelante”.
WFP trabaja con el gobierno, con otras agencias de la ONU y con ONG socias para aportar algo de normalidad a todas aquellas personas que han huido del conflicto en Malí. Gracias al generoso apoyo de ECHO, de Estados Unidos, Japón, Canadá, del Departamento de Desarrollo Internacional del Reino Unido (DFID), de España y de Arabia Saudí, los refugiados reciben la asistencia alimentaria y nutricional que necesitan.
A pesar de unas condiciones no siempre fáciles, Fatimata ha conseguido crearse un entorno estable. Al final, me confiesa que se siente casi como en casa. Esta estabilidad le ha permitido retomar sus estudios. “Este año he terminado la escuela y ¡ya tengo mi título de bachillerato! He tardado un poco más porque cuando llegué aquí estuve unos años sin estudiar. Tengo ganas de seguir estudiando, quiero ser economista. Ya he solicitado una beca en la Universidad de Nouakchott, ¡estoy deseando que me respondan!”, me dice.
A Fatimata se le está abriendo una nueva puerta: la esperanza de un futuro mejor y ser un ejemplo para todas las mujeres jóvenes que están en su misma situación.
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