Moldeando un futuro en casa
Alfareros hondureños venden piezas de cerámica que les permiten tener ingresos y quedarse en su comunidad lenca.
Como lo hizo con muchos familiares y gente de El Dormitorio, aldea cercana a El Salvador, la mamá de Moisés Rivera le enseñó a hacer cerámica. Al principio, a Moisés (29) no le gustaba la alfarería. Trabajaba en otras cosas cuando era mas joven.
“Me pasaba por El Salvador porque aquí no había otra tirada,” comenta. Se quedó tres años. Ganaba dinero pero a veces había “fregadas en el camino” de vuelta tras 15 días de trabajo. Gente que vigilaba la zona fronteriza esperaba a que los jornaleros cruzaran para robarles su dinero, dejándoles sin nada.
Su nuevo oficio les permite a Moisés y otros alfareros quedarse en casa, en vez de ir a trabajar al vecino país. “Ya no vamos a salir; ya no vamos a emigrar de este país. Aquí vamos a estar ganando el dinero.”
Moisés sabe hacer figuras de gallinas, ollas, burritos y angelitos. Su mamá le enseñó a decorar figuras para pesebres navideños. Pero su especialidad son las alcancías en forma de chanchitos, tigres y conejos. Mientras que en un día de trabajo en el campo ganaba unas 80 lempiras, “con tres alcancías que hacía en un rato sacaba más de 200 lempiras.”
El consejo que siempre le de a los jóvenes, como lo son sus sobrinos y sobrinas, es “ponerle inteligencia” a la alfarería. Con la cerámica, que es “bastante importante”, pueden hacer dinero y quedarse en su puesto. “Pongámonos las pilas y sigamos adelante,” suele decirles Moisés.
“ Ya no vamos a salir; ya no vamos a emigrar de este país. Aquí vamos a estar ganando el dinero.”
Elvia, la matriarca y lideresa
La Sra. Elvia Martínez, de 66 años,13 hijos y 50 nietos, siempre quiso un futuro mejor para los suyos y sus vecinos. Ahora lidera un grupo comunitario que se dedica a la alfarería. Su hijo Moisés es parte del grupo, al igual que varios de sus familiares.
El Dormitorio, en el departamento de La Paz, tenía solo tres habitantes. Su marido hacía tejas, ladrillos y adobe, que todavía hacen miembros de su familia. Así fue que de a poquito fueron sumando mas y construyendo casas. Por eso la aldea también se llama Caserío los Rivera, el apellido de su marido e hijos.
Antes se dedicaban netamente a la agricultura. “Como la tierra no es muy adecuada, siempre sufríamos y nos ibamos a El Salvador para conseguir los víveres,” dice Elvia. Dejaban sus vidas atrás por temporadas, para luego regresar con sus ganancias. Lastimosamente, “pícaros” a veces les interceptaban para quitarles el dinero, las mochilas y en ocasiones la vida. Por eso se esforzaron aún más para mejorar sus condiciones en casa.
“Como la tierra no es muy adecuada, siempre sufríamos y nos íbamos a El Salvador para conseguir los víveres.”
Desde hace décadas Elvia viene gestionando mejoras en su aldea. Es una mujer emprendedora y de armas tomar. Aprendió de alfarería y otras tantas cosas mirando. “Me gusta estar siempre en la jugada,” resume. Su trabajo actual le hace olvidar su avanzada edad: “Me siento joven porque me siento apoyada de ellos, que valgo en la comunidad.” Agrega que “cuando uno está trabajando, se alegra porque sabe que tiene una entrada de dinero.”
Tienen una galera, un horno y ya están vendiendo sus cerámicas. Todos colaboran. Quieren hacer exposiciones y seguir creciendo.
Hay piezas que son difíciles de hacer. También hay que salir a buscar la arcilla. El secreto para que el trabajo salga bien, dice Elvia, es “dejar la pereza.”
Gracias al apoyo de la Unión Europea, el Programa Mundial de Alimentos (WFP) trabaja para construir resiliencia y asegurar los medios de vida de familias hondureñas a lo largo del Corredor Seco.
Esta nota es parte de una serie producida por WFP y el equipo de redes sociales de Naciones Unidas.