“Sacando el jugo” a los productos frescos en tiempos de cuarentena
Mientras las economías colapsan y cada uno resiste a la crisis como puede, yo sigo exprimiendo naranjas.
Estamos en pleno verano en Nicaragua. Los 36 grados centígrados de temperatura y el sol parecen calcinar este lado del planeta. Los especialistas recomiendan quedarnos en casa, hidratarnos, comer sano, hacer ejercicios, lavarnos las manos y cuidarnos. Son tiempos de la COVID-19.
En la parcela familiar los cítricos están en su apogeo. Mangos, jocotes, naranjas, mandarinas, limones y otros productos salen de los campos por montones. Mi corazón se arruga porque sé que pueden perderse si no se consumen pronto.
Aunque en Nicaragua aún no estamos en cuarentena obligatoria por la COVID-19, la recomendación es no salir de la casa. Bajo estas circunstancias, resulta poco viable para mi familia procurar las ventas de estas frutas en los mercados locales. Así es como en nuestro refugio de la pandemia terminamos estamos rodeados de los canastos, sacos y bolsas con naranjas, mandarinas, naranjas agrias, plátanos, caimitos y zapotes que mi hermana Tania y mi hijo Marcelo habían cortado recientemente en la finca.
¡Dios mío, se van a perder!, es lo primero que pienso, pero me niego a permitirlo. Entonces decido compartir con colegas y amigos la cosecha que la tierra nos concedió. El cuerpo necesita de vitamina C para fortalecer las defensas contra la gripe y cualquier virus, coronavirus, alergias y cualquier otro que ande por allí.
Me levanto a las 5:00 de la mañana y comienzo la tarea de seleccionar las frutas dividiendo entre las que están más maduras y las verdes. El siguiente paso es lavarlas con agua y jabón para luego partirlas por la mitad y extraer el jugo. El objetivo es congelar el jugo de naranjas y mandarinas para contar con reservas para los días que dure la pandemia, el encerramiento y el calor.
Primero exprimo las mandarinas porque son las más delicadas. Son suaves y si se golpean en el corte o durante transporte, el jugo se pone amargo. Tengo que exprimirlas a mano.
“No uses el exprimidor eléctrico con las mandarinas porque el jugo queda amargo”, me había advertido mi madre. “Está bien”, me dije a mi misma, pues “a mano será”. Comencé a contar las mandarinas exprimidas hasta que perdí la cuenta. ¿Fueron 100, 120, 140? La verdad no sé cuántas más exprimí.
Terminé con las mandarinas. Ahora es el turno de las naranjas. Cuesta más exprimir éstas, sobre todo las más verdes que son más duras. Ya no tengo fuerza para seguir exprimiendo con las manos. Así que es el turno del exprimidor eléctrico .
Mientras lavo, parto y exprimo escucho las noticias. Aumentan los casos de la COVID-19 en Italia y España. La pandemia avanza inexorablemente por América Latina y el Caribe. Confinamiento en muchos países y cruceros varados. Muerte, desesperanza y miedo.
Mientras las economías colapsan y cada uno resiste a la crisis como puede, yo sigo exprimiendo naranjas. Coloco el jugo de 12 naranjas en bolsas plásticas que se van acumulando en mi cocina mientras las llevo al congelador.
Por fin termino. Son las 8:30 de la mañana. Justo cuando comenzaba a sentir el alivio de haber concluido mi tarea, suena el teléfono repentimamente. Era mi hermana Carolina: “Sabri ¿querés naranjas y mandarinas corté ayer en la finca?”
¡Madre mía! La cosecha es abundante y la exprimidera no termina aún.