Oguri escupiendo monedas

Oguri

Y acaba la obra con un final que podría ser un principio, o la nada o el todo, pues el todo es la nada, y la nada lo es todo. Oguri, el bailarín japonés, se planta en mitad del escenario y con creciente placer empieza a tragar monedas. Oguri nos mira y nosotros le miramos como a un loco, el loco que todos tememos ser en secreto, tragando monedas y Oguri escupiendo monedas el loco somos nosotros. Miradas que se cruzan, el brillo de la moneda cayendo al escenario, que es la vida. Todos somos Oguri escupiendo monedas con una amplia sonrisa y un gozo y dicha sin igual y después fundido en negro. Nada tiene sentido porque tiene todo el sentido: es la nada.

El placer estético en la obra de Beckett

Un hombre que no ocupa un espacio escapa al control del orden, pues estamos predestinados a ocupar un espacio, y más aún, a ocupar el espacio de otros, pues en el interior de cada uno anida el instinto de posesión, del egoísmo desmedido que impera en la construcción de la cosmovisión del mundo actual. Razas enteras se doblegan ante el dominio del más fuerte, que ocupa el espacio. Se es en tanto que se ocupa, si no se ocupa, no se es.

Somos marionetas en un estercolero sin sentido, veleros mecidos por el aliento de gansos; colibrís sin alas; cerdos sin motor. Ojalá todo tuviera sentido, pero no lo tiene. Es absurdo, como el alma. Injusto y cruel y lento, como la vida. Intento, sí, sumergirte en el hastío y la pesadumbre, en el pesimismo de Beckett. Un pesimismo optimista, porque es vital, pero que no alberga esperanza, solo un ser y estar. Ser y tiempo, a lo Heidegger. Una silla puede simbolizar el tiempo, y Oguri girando sobre sí mismo puede simbolizar el ser. Una silla que es todas las sillas, y por tanto todos los tiempos: ayer, hoy y mañana. Un ser que es todos los seres: yo, tú, los otros.

Un movimiento lento y asíncrono que es una bofetada a la rapidez y al ritmo que el mundo establece de salida. Ante el orden que impera, forjado a base de costumbre y tradición, parece que nada, absolutamente nada, escapa a la racionalidad del orden establecido. Uno no puede simplemente permanecer en calma consigo mismo, darse el respiro necesario para dar un paso atrás y contemplar la visión de conjunto. Ser lento y pesado es un demérito, no son cualidades exigibles en un mundo que se mueve rápido y ágil.

El placer estético, el movimiento singular de esta poesía visual que es Return to absence (Volver a la ausencia), la obra que fugazmente se ha representado en la sala Hiroshima de Barcelona, es lo que yo definiría como una experiencia artística. Arcane Collective, la compañía de danza fundada por Oguri y Morleigh Steinberg, nos ha regalado una obra de un inmenso goce estético, que bucea en la obra de Beckett, especialmente en su trilogía de Molloy, Malone muere y El innombrable. La danza es arte en movimiento y es una de las pocas ocasiones, junto al teatro y la performance, en que podemos ver el arte creándose en vivo, abriéndose paso por entre las costuras del orden.

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