Un viaje audiovisual por la cultura pop (I)

deadoralive

La cultura pop nace bajo el estigma de saberse la pariente pobre de la cultura oficial, o alta cultura, que tradicionalmente consume la clase alta, para diferenciarse de las clases populares. De ahí lo de “pop”, aunque hoy en día chirría un tanto esta distinción, puesto que es más difícil trazar la línea que separa lo que es alta cultura o cultura pop, puesto que no queda claro que las élites tengan el refinamiento que se les presupone para consumir preferentemente cultura oficial o académica, es decir, alta cultura, con sus connotaciones elitistas y excluyentes.

El sueño de la razón pop produce gobiernos pop

Pongamos por caso que, en lo que a música se refiere, pagar un concierto de un grupo de rock (música popular) como lo puede ser Arctic Monkeys es más caro que visitar una pinacoteca como el Museo del Prado o leer La ética a Nicómano de Aristóteles. Entonces, la línea se difumina aún más si la trazamos por el lado de la educación recibida. Alguien de clase alta y con un gusto refinado por la cultura oficial es muy difícil que se quede al margen de la cultura pop. Nadie puede escapar al influjo de la cultura pop por un simple motivo que no tiene que ver necesariamente por su calidad: la industria que la controla a su alrededor.

La industria cultural ha hecho un gran trabajo de difusión a mayor gloria de la cultura pop. Incluso la cultura pop más políticamente incorrecta y recalcitrante ha encontrado su acomodo bajo el paraguas protector de la economía de mercado. En el mundo capitalista donde todo se vende y todo tiene un precio, da igual que seas The Clash o The Sex Pistols, tan solo eres una pieza más del engranaje de una poderosa industria cultural. Lo cual, aunque suene ignominioso, en el fondo no tiene nada de malo, es tan solo que no hay bajo las capas estéticas una filosofía crítica que lo sustente. Bajo las capas estéticas, solo hay el valor crematístico de la cosa. Pero como digo, no es malo, es el espíritu de nuestro tiempo, el zeitgeist.

Peor panorama tiene la cultura oficial, la que se supone tienen que disfrutar las mentes más instruidas, los hijos de los ricos de Pedralbes, los pijos de la Moraleja o los yuppies. Nada más lejos de la realidad. El supuesto elitismo básicamente se nutre de aupar a categoría de alta cultura a cosas tales como la cocina, que se puede disfrutar sin tener que leer a Aristóteles ni quedarse horas frente a un retablo de El Bosco: la alta cocina es el disfrute inmediato, elitista y de autoreconocimiento de clase que hoy tienen las grandes fortunas para destacarse de la plebe. Y también, por supuesto, el arte contemporáneo. En otra ocasión hablaremos del arte contemporáneo y su pretendido elitismo. El resto de la alta cultura prácticamente subsiste en base a las políticas culturales que consiguen mantener con vida, gracias a las partidas destinadas a cultura por parte de ayuntamientos, diputaciones y demás estamentos del poder, a museos, galerías y demás edificios que albergan, como templos del pasado, a la cultura oficial. Esa cultura arcaica, retro, aburrida, de disfrute no inmediato.

Así pues ¿qué es cultura pop hoy en día? Prácticamente la totalidad de la producción de las industrias culturales, que se apoyan mediante el marketing más agresivo, que como un ejército se mueven por todos los flancos: tierra, mar y aire; o lo que es lo mismo: televisión y radio, prensa e internet. Mediante invasivos banners o vídeos en autoplay podemos regocijarnos con las últimas novedades de la cultura pop, algo que a todos nos encanta. Este malestar en la cultura trae consigo consecuencias, como lo es, a mi parecer, el surgimiento de lo indie, un producto del unbehagen (término usado por Freud, que significa incomodidad, pesadez, la desazón en el que se halla el hombre en el ambiente cultural en el que vive) actual del que escapa o intenta escapar todo lo que tiene la etiqueta indie. Adorno y Horkheimer ya lo dijeron hace tiempo: “La industria cultural puede jactarse de haber actuado con energía y de haber erigido como principio la transposición — a menudo torpe — del arte a la esfera del consumo, de haber liberado al amusement de sus ingenuidades más molestas y de haber mejorado la confección de las mercancías. Cuanto más total ha llegado a ser, cuanto más despiadadamente ha obligado a todo outsider a quebrar o a entrar en la corporación, tanto más fina se ha vuelto, hasta terminar en una síntesis de Beethoven con el Casino de París.”

Sin embargo, todos estos escritos que nos hablan del malestar en la cultura, del surgimiento de las industrias culturales y demás demonios de nuestro tiempo, obviaron a mi entender el brutal impacto de internet. La gran democratización de la información que ha supuesto internet ha creado una tabula rasa en relación a toda teoría sobre lo que podríamos llamar la postmodernidad. Según la historiografía postmoderna, no se pueden construir ya grandes relatos, ni se puede reconstruir el pasado, pues los documentos no son pruebas reales de lo sucedido, sino discurso y representación. Mi planteamiento es que toda reconstrucción del pasado es un discurso del pasado, no un documento real de lo sucedido, y en relación a los metarelatos (teoría de admiradísimo Lyotard), sí se construyen, aunque tal vez a los que habitamos el mundo occidental y occicentrista no nos guste asumir que ya no nos corresponde a nosotros esa tarea, ni es de nuestro agrado. En lo que sí coincido con las teorías postmodernistas es en el fin de la utopía, en el abuso del pastiche y en la babel informativa que pronosticó Vattimo, pero no tan enfocada a la diversidad y la tolerancia, sino al simple espectáculo, como adivinó Debord.

Con todo lo anterior, no reniego en absoluto de mi propio transitar por las amplias avenidas con luces de neón de la cultura pop. Sé que Star Wars nace de una crítica al totalitarismo soviético, y como tal es propaganda norteamericana, y sé que es un icono, un símbolo del actual totalitarismo capitalista; lo sé pero me encanta Star Wars. Sé perfectamente que Rambo es también propaganda norteamericana, así como la mayoría de películas de acción, que enmascaran un fascismo a la carta que ha ido haciendo mella en el discurso hasta llevar al poder a fascistas de verdad, de carne y hueso y con ansias totalitarias que causan sensación (ya sea amor o odio), y sí, me refiero tanto a la nueva hornada, con Trump o Erdogan a la cabeza, como a la vieja guardia, con la dupla Reagan-Thatcher, los Greatest Hits de la política ultraliberal, los ayatolás culturales del capitalismo tardío. A pesar de los gobernantes que produce la cultura, las obras en sí son magníficas y es en ellas en las que me quiero enfocar. Los siguientes artículos trazarán mi viaje audiovisual particular por la cultura pop, la cultura con la que nací, mi cultura.

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