Escrita obsesiva
A veces me aburro con mi escrita
Parece que siempre hablo de lo mismo. Eso porque cuando encuentro un tema sobre el que quiero escribir, me tiro de cabeza en él. Me sumerjo por completo. Escribo todo lo que siento, pienso e imagino sobre ese tema. Exploro todas sus facetas, le quito la ropa, quiero verlo desnudo, quiero comprender todos sus detalles y llegar hasta el fondo. Quiero conocer sus características, quiero saber por qué me afecta tanto. Y mis herramientas para esa disección son una lapicera, papel y un cerebro que viaja a la velocidad de la luz.
Así que escribo. Pienso. Tomo notas. Escribo un poco más. Busco en Google. Armo frases. Hablo con alguien. Escribo aún más. Invento un poema. Juego con una crónica. Cuento una reflexión o reflexiono en cuento. Lo que surja primero.
Un día, páginas y páginas después, me encuentro con que quiero hablar de otra cosa. No sé si me cansé del tema anterior o si él se cansó de mí. Lo único que sé es que la urgencia ha desaparecido y me siento libre para hablar de otros tópicos. Para obsesionarme con un nuevo asunto y sus oscuros significados, hasta que encuentre la luz que ayude a darme cuenta de que, después de todo, no era tan oscuro como me parecía.
¿Todas estas palabras escritas me arrancarían las dudas e incertidumbres? ¿Será que satisfago mi curiosidad al plasmarla en un papel?
No lo sé. No creo encontrar todas las respuestas que necesito cuando escribo. Pero siento tanta tranquilidad cuando registro lo que me llena, lo que me atormenta. Tal vez no encuentre verdades totales (hasta porque ¿existen?), pero desde luego encuentro paz en el acto de transformar en tinta mis crisis existenciales.
Como si las viera en el mundo concreto, fuera de mi mente, y me diera cuenta de que son mucho menos aterradoras de lo que había imaginado. De la oscuridad de la mente a la luz de la vida real, puedo ver que mis miedos no son las bestias de siete cabezas que temía que fueran.
Versión en portugués:
