La vida es bella. Durante el día.
La vida es bella. Pienso en eso durante el día, mientras voy de allá para acá, haciendo las pequeñas cosas de siempre. Trabajo, casa, familia, amigas. Cuidar del gato, cuidarme a mí misma. Aprender algo nuevo, escuchar buena música, preparar la cena. Cada tarea y cada acción energizadas por la luz del sol.
La vida es buena. Pero sólo puedo pensar en eso durante el día. Porque por la noche, por la noche lo dudo.
En la oscuridad de la habitación, que fácilmente le gana a la suave luz de la lámpara, pongo todo en duda. Dudo de mí misma y de mi buena suerte. Imagino desastres y terribles tragedias. Me pregunto quién será mi próximo ser querido que muera. Invento escenarios en mi mente, como si tuviera que prepararme de antemano para las pérdidas que seguramente sufriré.
Por la noche, dejo que mis fantasmas más aterradores se vuelvan sólidos. Siento que casi puedo tocarlos. Me hacen compañía en la habitación oscura, no me dejan dormir. Me susurran al oído cosas malas que van a ocurrir. Alguien saldrá herido, algo inesperado borrará la sonrisa de mi cara. Los ruidos de la vieja casa dejan de ser pintorescos para convertirse en amenazadores. ¿Es el ruido de un intruso invadiendo nuestro hogar? ¿O tal vez ese sonido chispeante sea el inicio del fuego que lo quemará todo, incluidos nuestros cuerpos dormidos?
Por la noche, mi mente creadora de historias sólo puede pensar en cuentos de terror. Lo único que puede detener los terribles pensamientos es el sueño, porque al final me duermo. A veces sueño, a veces no.
Cuando me despierto, el sol brilla, aunque tímidamente porque es muy temprano. Pero la oscuridad ha retrocedido y, con ella, mi imaginación morbosa. Me levanto y me pongo a trabajar rápidamente, sin tiempo para inventar detalles sórdidos sobre mis desgracias.
La vida transcurre durante el día y hay tanto que ser y hacer que me parece maravillosa. Pero por la noche, cuando la vida se detiene, el miedo a perderla se vuelve real.
