Miedo de sentir miedo
Las dudas que nos asustan
Tengo miedo de sentir dolor.
Es un miedo común entre nosotros, los seres humanos. Experimentamos dolor y no queremos repetir la dosis. En mi caso, quizá me traumatizaron los absurdos dolores menstruales que sufrí de adolescente. Recuerdo quedarme paralizada por el mazazo que resonaba en mi vientre. Desgarrada. Horas y horas sin encontrar postura ni alivio. Uno de los peores dolores físicos que se ha enfrentado mi cuerpo.
O tal vez mi miedo surgió de otros dolores, menos biológicos y más subjetivos. Igualmente terribles.
Miedo a la muerte que borra toda esperanza de respuesta.
Miedo a la oscuridad que multiplica las inquietudes.
Miedo a estar sola, sin nadie más que yo misma.
Miedo a no poder contar con nadie además de mi misma.
Miedo a las dudas y a las respuestas que sólo yo puedo darme.
Así es. Miedos profundos, arraigados en lo más profundo de mí. Miedos sin mucha representación física más allá de esa sensación de pesadez en la boca del estómago. Como si hubiera comido algo que no me cayó bien.
Sé que sentir miedo también puede ser útil. Es una forma de reconocer lo que nos hace mal y de alejarnos de eso. En la escuela aprendimos que el miedo marcó la diferencia en la selección natural. Hizo la especie humana más precavida y, en consecuencia, más exitosa.
Es una lástima que nadie nos enseñe en la escuela a gestionar nuestros miedos.
También sé que el miedo es muchas veces mayor que su realización. Casi siempre, la sombra de lo que nos causa pánico es más temible que su causa. Anticipar la situación que nos asusta parece más angustioso que vivirla. Me aferro a esta idea para poder finalmente conciliar el sueño. Y si sigo sin poder dormir, escribo.
Tengo miedo de que un día ya no pueda escribir.
Versión en portugués: