Sobre a quién le gusto
(y si me gusto)
¿A ti también te asusta la idea de no gustarle a alguien?
A mí me dan escalofríos sólo de pensarlo.
Es un miedo boludo, lo sé. Al fin y al cabo, en un mundo de este tamaño, habitado por esta cantidad masiva de gente, no es nada realista pensar que voy a gustar a todo el mundo que me conozca. A un puñado de ellos, sí. Pero a la inmensa mayoría simplemente le seré indiferente. Gustar (o no gustar) a alguien requiere tiempo y energía. No puedes invertir esos escasos recursos en todo el mundo. Hay que seleccionar con criterio.
Por eso sé que no voy a gustar a mucha gente que se cruce en mi camino. Puede que no les guste mi personalidad, mis ideas o ideales, mis elecciones, mi corte de pelo, mi género, etc… Estos rasgos atraen o alejan a la gente que me rodea y está todo bien.
Después de todo, ¿te imaginas vivir toda una existencia centrada en agradar a todo el mundo? Es un trabajo a tiempo completo, gente, no puedo hacerlo. Me da pereza.
Pero la teoría siempre es más fácil de digerir que la práctica, así que cuando estoy con alguien que no creo que sea un gran fan mío, me siento insegura. Acabo intentando cambiar su opinión sobre mí, no puedo evitarlo. Fuerzo una sonrisa, evito dar una opinión, oculto lo que creo que podría crear un conflicto.
Al final, me siento falsa. Esta flexibilidad, este hábito de cortarme para encajar en la cajita de expectativas de los demás me desgasta.
Cuando era más joven, no era tan consciente de este hábito nocivo de poner las opiniones de los demás por encima de las mías. Con los años, gracias al contacto con ese puñado de seres queridos que mencionaba antes y a mi propia maduración, me di cuenta de lo mucho que me perjudica este comportamiento. Hoy soy consciente, sí, pero ¿quién dijo que es fácil cambiar?
Ser adulto es difícil. Percibimos la realidad con mayor discernimiento, pero seguimos sin tener respuesta para nada. Peor aún, nos hemos alejado de la ingenua creatividad de cuando éramos niños y ni siquiera podemos inventar respuestas divertidas.
Aunque, si soy sincera, algunas respuestas ya las he encontrado. He aprendido a respirar profundamente y a encontrar la tranquilidad frente a la ansiedad. Fortalecí mi voz y hoy no callo como antes, ni estoy de acuerdo con cosas que van en contra de mis principios. Descubrí el placer de tener cerca a mis seres queridos y confiar en sus consejos. Me di cuenta de que cuando pongo mi energía en compartir momentos con ellos, me siento mucho más feliz que cuando insisto en preocuparme por personas que, el fondo, no importan.
Sigo fracasando, obvia y miserablemente. Sigo encontrándome en situaciones incómodas, en las que me siento acobardada e intimidada, y acabo repitiendo el viejo patrón de sonreír y asentir. Aún me queda mucho camino por recorrer y aprender sobre mí mismo, sobre los demás. Aún tengo mucho que desaprender mientras salgo del piloto automático y soy más consciente de mis acciones y reacciones.
Pero no quiero centrarme sólo en los puntos a mejorar y celebrar las pequeñas victorias. Las veces que he dicho “no”. Las conversaciones en las que me permití ser completamente sincera. Los momentos de pura realización de lo que quiero y siento en las sesiones de terapia. Todas esas situaciones en las que la única opinión que realmente prioricé fue la mía.
Ser adulta también es comprender que sólo se puede cambiar a través de la autoaceptación. Así que me abrazo mentalmente y sigo adelante. Equivocándome, acertando, pero sin renunciar nunca a mí misma.
Versión en portugués:
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